viernes, 31 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 40 - Volver a ser jóvenes

Y giró la llave en la cerradura, y la puerta cedió. Ante ellos había un panorama distinto, a pesar de tenerlo muy visto, pero todo era diferente: había cobrado vida, de repente. Y Maxwell se aproximó a ella y la estrechó entre sus brazos, esos brazos huérfanos desde hacía tanto tiempo de un cuerpo femenino.  Y de nuevo la sangre hirvió en sus venas y su mente se nubló y no recordó a Perl, sino el momento que vivía y que era diferente a otros momentos.  También  ella correspondía a sus abrazos, y sus labios se buscaban con frenesí y sus manos comenzaron a desabrochar ropas y buscar la calidez de la carne.  Eran cuerpos  deseosos del contacto que voluntariamente se habían negado, pero que inevitablemente se habían encontrado.



Ella dormía reclinada en el pecho de él. Maxwell pensaba ¿ en qué ? En otro cuerpo, en otra calidez de carne, en otros besos y suspiros; no se parecían a los que acababa de vivir, sin embargo se sentía en paz consigo mismo.  Había olvidado por el tiempo transcurrido, la sensación de  relajamiento y serenidad  después de haber realizado esa función tan humana como la que acababan de tener.  Pero también sintió que en todo ese tiempo no lo había echado de menos, seguramente por tener permanentemente en su cabeza el rostro de Perl.  ¿Volvería a la abstinencia, o a partir de ahora sería diferente?  Charlotte había sido una amante excepcional o quizá él lo sintiera así después de tanto tiempo sin esas relaciones, y que en realidad las deseaba aunque se las negara  a él mismo

No, ella  había sido buena amante porque él la incitaba a serlo.  Le quería desde hacía mucho, y nunca creyó que el "milagro" que acababan de vivir, tuviera lugar.  Y sin embargo había ocurrido. Y ambos se entregaron a ello conscientes de lo que estaban haciendo y con quién lo hacían.  Ella tenía miedo de que en cualquier momento otro nombre asomara a los labios de él, pero no ocurrió, y al contrario, sus palabras eran afectuosas y con deseo, aunque ésto último lo achacase a la falta de ello durante demasiado tiempo.

 Habían retrocedido en la época.  Habían vuelto al amor de los veinte años: ardiente y hasta algo desorientado.  Pero bastó  posar las manos sobre el cuerpo del otro, para que todo fuera nuevo a fuerza de ser tan viejo como el hombre sobre la tierra.  Se olvidaron de todo y de todos.  Vivirían ese momento, porque era el de ellos y de nadie más, durase lo que durase.  Habían recorrido un largo y tortuoso camino, como para ahora desaprovechar el estar juntos.



Y no durmieron, no querían hacerlo, porque sabían que con la mañana vendría también la separación, y la distancia en el tiempo para volverse a encontrar.  Sabían que probablemente él tendría remordimientos  y también estaba la explicación a su hija del porqué de la ausencia aquella noche.  La muchacha imaginaría el por qué, y eso le violentaría. Tener que dar "esa" explicación a su hija por primera vez, a una jovencita que aún no había despertado al amor y no entendía lo que eso significaba, lo que conllevaba ese ritual.  Ella sólo entendería que debía ser su madre la que únicamente disfrutara de sus caricias amorosas, y muerta ella, ninguna otra tendría ese derecho.

Pero la vida, el corazón o las circunstancias, son caprichosas y nos conducen por caminos tortuosos para conseguir el único fin: la unión de un hombre y una mujer. Cómo explicarla que tenía derecho a ello sin tener idea de cómo es ese momento mágico en que se te nublan los sentidos y dejando la mente en blanco, sólo obedeces a tu cuerpo, sin importar el rodar del mundo.

Miró con agradecimiento a la compañera que dormía a su lado, y la acarició suavemente.  Se levantó y despacio se vistió para no despertarla.  La magia había terminado y ahora de vuelta a la vida real debía enfrentarse a Helen. ¿ Le daba miedo? No exactamente;  no habían cometido ningún delito, pero  ¿cómo hacérselo ver a ella?  No lo entendería, sólo sabía que no había sido su madre la que había pasado la noche con él.   Perl estaba muerta y otra mujer ocupaba su sitio sin corresponderla.


Hizo el camino de regreso despacio, como queriendo demorar la llegada a su casa. Había pasado una noche deliciosa, y quería que su recuerdo perdurase en el tiempo, porque sabía que iba a tener palabras duras con Helen, y que tardaría mucho tiempo en volver a disfrutar de una noche como la pasada, si es que alguna otra vez se repitiera.  No tenía prisa por entrar.  Miró a su alrededor y decidió sentarse en una piedra grande que había a un lado del camino situada cercana a un seto de rosas. Y allí contempló  el entorno como si lo viera por primera vez, y se detuvo en el seto más cercano a él y se  fijó que estaba cuajado por la flor mas apreciada por Perl, pero había algo extraño.  Recordaba que había elegido rosas de su color preferido: un tono dulce, rosado, de la variedad Sonia, pero mezcladas también las había de color rojo intenso amortiguado, como la sangre, y se detuvo en eso. No recordaba haber encargado ningún injerto, ni haber visto esas flores con anterioridad. Lo cierto era que estaban aún en capullo, pero sólo había pasado una noche, y por el clima de Inglaterra, las flores no crecían con tanta rapidez. Eso significaba algo, pero no quería pararse a pensar en algo sobrenatural; eso no existía.  Habría sido una casualidad, o algún tallo mezclado entre ellas.  Se levantó despacio y se encaminó a la entrada. En su reloj marcaban las siete de la mañana; muy pronto, aún Ruth y Helen estarían durmiendo.  Iría a su habitación se ducharía e iría a desayunar, para hacer tiempo hasta que la niña se levantara y pudiera hablar con ella.



Estaba decidido a contarle la verdad, no tenía porqué esconderse ni tampoco decir mentiras, porque eso, tarde o temprano se descubriría.  Además será un feo extraordinario a Charlotte, y no lo merecía.  No decididamente,  expondría la verdadera situación de lo ocurrido y la avisaría de que no sería la ultima vez. Sabía que tendrían una discusión, pero sería la primera y la última, por ese motivo.

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