domingo, 19 de julio de 2020

Un casa en el campo - Capítulo 22 - El testamento

Thomas y Lorraine, llevando con ellos a Helen, se personaron en casa de sus padres para recoger a Maxwell y acudir a su cita con el abogado. Ellas se quedarían allí esperando el regreso.  

Perkins, les leería el testamento y sus últimas voluntades; un paso más que tenían que dar y que les supondría otro día de heridas abiertas.

Lorraine llevaba en brazos a la pequeña. Al entrar en la sala, Maxwell clavó sus ojos en ella y se acercó  para acariciarla.  Estaba dormida, pero al verla tan bonita y tan relajada, le arrancó la primera sonrisa en muchos  días.  Notaba que algo interior le embargaba.  Tomo su minúscula mano y tuvo la sensación que retrocedía,  y a quién se la cogía era a la madre.  Tenía la misma piel, cálida y suave.  Los ojos se le empañaron y la cuñada extendió sus brazos ofreciéndole coger a su hija.

- Cógela - le dijo

- La puedo despertar- respondió

- No importa. La gustará sentir a su padre. Bésala suavemente.  Ella ahora más que nunca, necesita de tu calor. Necesita conocerte, acostumbrarse a ti.

- ¿ Y si se me cae ? -.  Lorraine rompió a reír

- No se te caerá.  Tienes unos brazos grandes y fuertes. Podrás sujetar a penas tres kilos

- ¿ Tres kilos ? ¿ Es eso lo que pesa ?

- Más o menos.  Nació antes de tiempo

Thomas se quedó contemplando el cuadro que formaba su hermano con su hija, y sonrió. "Esta niña será su salvación"- pensó, interrumpiendo el encuentro.

- Todo esto es muy conmovedor, pero hermano, hemos de ir al abogado- dijo Thomas emocionado.  Era un cuadro enternecedor: un hombretón como Maxwell enfrentándose por primera vez a su hija

Y allí estaban frente a Perkins, y las casualidades de la vida: Maxwell, sentado en el mismo lado y en el mismo sillón que en su día se sentara Perl, algo que el abogado recordó y le extrañó.  Después de las presentaciones, el abogado, quiso hacer un alegato a Perl, algo que por inesperado sobrecogió a los dos hermanos.

- Señor Thompson, tuve el privilegio de tener como clienta a la señorita Morrison. Créame si le digo que nunca he conocido a nadie con las ideas tan claras y la resolución tan firme, a pesar de conocer que tenía poco tiempo de vida.  Mi trabajo ha sido muy fácil con ella, y la tomé mucho afecto.  Hubiera deseado que las cosas no hubieran sido así.  Hice mi trabajo lo mejor que pude, y traté de ayudarla al máximo, pero lo cierto es que,  ella lo tenia todo muy claro.

Maxwell se le quedó mirando sin saber qué decir. Sabía que todo lo dicho por el abogado era cierto. Sentía profundamente que hubiera tenido que pasar sola el último tramo de su vida, sin nadie, de quienes ella quería, y que no  estuvieran a su lado, que tomaran su mano en el adiós final.  Tenía la sensibilidad a flor de piel, y tuvo que pedir un vaso de agua, porque no podía continuar.  Sintió en su hombro el abrazo de Thomas, que también estaba emocionado.. El abogado se hacía cargo de la dura situación por la que estaban pasando.  Carraspeó e inició el trámite último:

-Y dicho ésto, creo que debemos proceder a entregarles lo que ella depositó en mí y ponerles al tanto de sus disposiciones.

-Me dio cuatro cartas: Una para cada uno de ustedes y otra para sus señores padres.  Otra especial, dirigida a su hija con el fin de que le fuera entregada cuando fuese mayor.
No tenía bienes, ya que vivía en un apartamento de alquiler.
Como comprobarán por el escrito de su puño y letra, desea que las fotografías de sus padres y demás familia, sean recogidas y guardadas con destino a su hija para que conozca a parte de su familia cuando tenga edad para ello.  Con sus ropas y demás efectos personales deseaba fueran desechados de la forma que los servicios sociales creyeran pertinente.  Por tanto cancelar el contrato de esa vivienda y poniendo al día el alquiler que esté pendiente.
 Para ello existe una cuenta corriente en el banco, y  les entrego este talonario de cheques al portador firmados por ella,  para que puedan disponer del efectivo como gusten, con el fin de saldar las deudas que hubieran vencido.  Podrán hacerlo ustedes o me brindo para ello, si les parece bien- añadió el abogado.  Mi minuta la saldó conmigo antes de ingresar en el hospital, por tanto su cuenta conmigo está saldada.
 No tenía joyas, excepto alguna heredada de su madre; quiso que pasasen a su hija como recuerdo de ella.
 Por último está la casa de recreo que tenía en el campo, en Burton on the Hill.  Se la deja a su hija con todo lo que contiene, y si llegado el momento la rechazara, podría ser vendida. Y para ello aquí están las escrituras.

  -Y eso es todo, señores. Ahora deberán firmar en este acta notarial que yo mismo revalidaré y a continuación se lo enviaré a su domicilio.  Como dije al principio fue un honor poder estar a su servicio.

  Después de firmar la documentación, y sin a penas palabras, los tres hombres estrecharon sus manos y se despidieron.  Era lo último, de lo último.  Durante todo el tiempo que estuvieron en el despacho del abogado, y a medida que les detallaba las últimas voluntades de Perl, los tres, tenían la sensación de que ella también estuviera presente.  En el aire flotaba su imagen, su sonrisa, su olor, su presencia.

Los hermanos, sin pronunciar palabra alguna, se metieron en el coche.  Thomas miraba de soslayo a su hermano que con las mandíbulas prietas miraba al frente.  Thomas no sabía cómo romper la atmósfera que se había creado con el recuerdo aún presente de Perl.

- ¿Quieres hacer algo más? - le preguntó

- No. Iré a su apartamento, pero deseo hacerlo solo; lo necesito y espero que lo comprendas. Dejaré pasar unos días, cuando asimile todo esto. Y también cancelaré su cuenta en el banco y la pondré a nombre de Helen. Y saldaré la deuda del alquiler del apartamento si algo se debe.  Lo haré despacio, pero despacio.  En fin, terminaré de hacer todas las gestiones.


- Hermano, ¡ cómo no voy a comprenderte ! Todos estamos emocionados y tú más que nadie.  Si me necesitas llámame; siempre estaré a tu lado para lo que quieras y cuando quieras.

  Al llegar a casa de los padres, pasó de largo y se refugió en su habitación, llevaba entre las manos un sobre grande con todo lo que el abogado les había entregado.  No quiso abrirlo, no tenía fuerzas, sólo unas ganas enormes de llorar.  Escondió la cabeza entre la almohada  y dejó que de su pecho saliera toda la angustia que llevaba dentro.  Abrió uno de los cajones de una cómoda e introdujo el sobre en él.  No sabía lo que contenía, además de las escrituras y sus últimas voluntades. Recordó que habían unas cartas que no eran para él:

- Ya se las daré mañana.  Ahora no puedo, no puedo ver lo que contiene.

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