viernes, 17 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 17 - La hora suprema

Tocaba revisión e imaginaba que la hora se acercaba; estaba preparada para ello, y sus asuntos legales en orden.  llamó a su abogado y le notificó que probablemente sería ingresada en esa misma mañana, que lo tuviera todo dispuesto por si acaso.  Sabía lo que debía hacer; le había abonado la minuta hacía días y había repasado con él, todos los pasos a seguir.

En un lado de la habitación, estaba una pequeña maleta con la ropita de su hija, porque ya sabía que era niña y habían programado para ese día su ingreso y a la mañana siguiente la cesárea.  Como esperaban el tumor había crecido y no podía esperar. Aún no se habían completado los nueve meses de embarazo, pero aunque pequeña, la criatura estaba bien de peso y de tamaño.  Ni siquiera necesitaría incubadora.  Pero otra cuestión sería la madre: su corazón no latía con fuerza y el ginecólogo  que la asistiría se temía lo peor.  Y ella lo sabía, y había aceptado su destino. Afuera, aguardaba Perkins, demudado y nervioso.  Habló unas palabras con ella para darla ánimos, pero presentía que no tendría otra ocasión.  En su portafolios, tenía la documentación y direcciones a las que debía comunicar las novedades, tanto buenas como malas si se producían, así como las cartas que escribiera por si tuviera que entregarlas.


Iba serena, algo pálida pero tranquila.  No pudo evitar besarla en la frente, y cuando entró en el quirófano, se le saltaron las lágrimas; nunca había visto a una mujer más serena y más sola en una situación tan extrema. Por orden expresa de ella, avisaría primero a Thomas por si  se personara en el hospital. Si no fuera así,  entregaría su misiva personalmente. con acuse de recibo. Quería todo atado y bien atado. En ellas iba su despedida y la entrega de esa niña inocente, cuyo destino era tan incierto incluso antes de nacer.

El tiempo se le hacía interminable. Miraba el reloj constantemente y los minutos pareciera que estaban anclados en un punto y no se movían. Pero si lo hacían. Tres horas más o menos habían pasado desde que entrara por la misma puerta que ahora se abría, y un médico con uniforme verde, salía portando un pequeño bulto en sus brazos.  Lo primero que hizo fue mirarle a los ojos, que estaban brillantes.  Bajó la mirada y al entregar la niña, movió negativamente la cabeza, señal de que Perl había muerto.

El joven abogado sostuvo aquel montoncito de carne sonrosada entre sus brazos, y no pudo evitar un sollozo. Ajena a la desgracia que acababa de tener. 
 Se mantenía  tranquila, como dormida, y emitía un sonido extraño que él nunca había escuchado.  Reaccionó cuando el médico comenzó a explicarle el proceso sufrido:

-Tuvimos que acelerarlo todo para que al menos, tuviera a su hija, siquiera por un instante, entre sus brazos. El tumor era demasiado grande  e invadía otros órganos.  Fue un milagro que hubiera llegado hasta aquí.  La niña está perfectamente, pero todos nosotros estamos desechos. Era nuestra compañera, y además una situación injusta que no merecía.  La arreglaremos y será trasladada a la morgue del hospital, hasta que usted solucione el papeleo.  Y ahora si me disculpa, hemos de seguir revisando a la pequeña.

La devolvió al médico.  Actuaba como un autómata; las palabras no salían de su boca ni su cabeza reaccionaba.  En el maletín tenía una lista con los nombres de a quién avisar y qué hacer.  Hasta en ese detalle estaba la mano de Perl.  Tuvo que sentarse en un sillón y apoyar en la mesa el portafolios.  Las manos le temblaban; nunca se había visto en una situación semejante ni tampoco se lo avisaron en la facultad.  No les enseñan a que estas situaciones se dan en la vida real. Tomó aire y suspiró:

-  Ella confió en mi, a pesar de no conocerme.  No te defraudaré Perl. Será el mejor trabajo que realizaré en toda mi vida.- dijo susurrando

Extrajo su móvil de uno de los bolsillos de su chaqueta y consultó la lista que confeccionó junto a Perl.  El primero sería Thomas y con él contacto:

- Buenos días ¿ Hablo con Thomas Thompson?

- Si. ¿ Con quién hablo?


- Soy el abogado y albacea de la señorita Perl Morrison. Lamento tener que comunicarle que dicha señorita acaba de fallecer después de dar a luz a su hija Helen

- ¿ Cómo dice ? ¿ Que Perl ha muerto?  ¿ Cómo ha sido eso posible?

- Es un poco largo de contar y en estos momentos, he de atender  los trámites oportunos.  Está en el hospital en donde trabajaba y será llevada a la morgue una vez esté todo arreglado. De la niña deberán hacerse cargo los Servicios Sociales, hasta que se solucione la tramitación de su adopción

- Perdone ¿ Me está diciendo que va a ser dada en adopción?

- Alguien tendrá que hacerse cargo de ella.  Estuvo hace días tratando de hablar con la madre de usted, para este tema precisamente, y ni siquiera fue recibida. Perl no tiene familia, así que...

- Perdone, es mi sobrina.  Yo soy su familia. Y además tiene padre. Me pondré en contacto de inmediato con él.  Ahora mismo salgo para allá. No se mueva de allí, por favor, al menos hasta que yo llegue.

- No se preocupe. Aquí estaré. Pero creo que debe ir a la morgue directamente si desea verla.  Si no es así mi despacho está a su disposición, pues he de entregarle varios documentos que Perl me dejó para cada uno de ustedes.

- Está bien. En un momento nos vemos.

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