jueves, 23 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 29 - Padre e hija

Thomas dejó pasar unos días, y más tranquilo, decidió abrir la carta que Perl le dejara a modo de despedida.  Lo hizo a solas. Le encargaba el cuidado de su pequeña y  agradecía la amabilidad que había tenido con ella.  Le rogaba que si acaso Maxwell la rechazaba, fueron ellos: Thomas y Lorraine, quienes la adoptaran y la dieran sus apellidos. A ella no la daría tiempo a inscribirla legalmente. El abogado tenia órdenes  para que Thomas  dispusiera de  su cuenta corriente si acaso fuera a parar a algún internado y le rogaba que cuando fuera mayor, explicara a la niña su origen y por qué eran sus padres adoptivos y no los verdaderos.  Se despidió agradeciéndoles la atención que la habían prestado y les enviaba su cariño.

- No Perl, no es necesario.  Maxwell no la ha rechazado y a ti tampoco.  Él será su padre y a su debido momento, le contará vuestra hermosa historia de amor, y tu sacrificio.  Descansa en paz y tranquila: la niña nunca estará desamparada.



Y Maxwell aterrizo en Heathrow, y allí le esperaban Lorraine y Thomas con Helen. Sólo había estado  menos de una semana fuera, pero era una eternidad. Cogió a su hija en brazos, que rompió a llorar al ser despertada por su padre.

Cuando partió hacia Japón la primera vez, dejaba atrás al que era el amor de su vida, y al volver de este viaje, recogía el fruto de ese amor, pero sin ella. La echaba de menos.  Le dolía el corazón por su ausencia y cada día que pasaba, lejos de mitigarlo, se acrecentaba.
Se abrazó a sus hermanos y les preguntó si había alguna novedad.

- No, ninguna. Todo sigue igual

Con su hija en brazos, fue a visitar a sus padres. Sería la primera vez que la vieran junto a él. Quizás Thomas se la llevara en estos días en los que había estado ausente, pero creía que era su obligación, aunque la rechazaran y no volviera más a su casa.  Si hubiera tomado esa decisión aquél día, se habrían ahorrado muchas cosas que repercutieron fatalmente en sus vidas.

Tuvieron un disgusto monumental Perl y él, a cuenta precisamente de sus padres: esa fue la causa. Ella insistia en que debía ir él  solo a visitarles, y Maxwell , tozudamente, creyó que imponiendo su presencia, llegarían a conocerla y finalmente la aceptasen. Pero no dio tiempo a ello. Las voces subieron de tono, y todo terminó.
 Seguramente el final hubiera sido el mismo, pero al menos ella no hubiera estado sola si las cosas no se hubieran torcido a tal extremo en que todo fracasase.

No quería pensar eso ahora, porque si lo hacía y con la duda de si aceptarían a su hija, era capaz de dar media vuelta y no llegar a casa de sus padres.  Resoplaba por la nariz, tratando de contener su rabia, y siguió conduciendo hasta llegar a ella.  Llamó y como siempre le recibió la sirvienta de turno.  Sonrió al ver a la niña y les condujo hacia la sala en donde estaban los señores de la casa.

Al abrir la puerta y ver quienes estaban allí, Sarah, no pudo evitar ir hacia ellos y tomar a la niña en brazos y arrimar su cara a la del bebe.  Maxwell quedó sorprendido por la expresión de cariño de su madre. 

Ese cariño repentino le confundía. Le confundía el brillo de los ojos de su madre y el que permaneciera abrazada a la pequeña. ¿ Qué se había perdido ?  Si Perl hubiera estado viva, lo hubiera achacado a que hubieran roto las hostilidades, pero no era el caso  ¿entonces?  Y de repente recordó que el abogado les entregó una serie de cartas, y entre ellas, una para su madre. ¿ Sería ese el milagro? ¡ Lástima que llegara tan tarde !  Perl hubiera sido feliz al contemplar la escena.

- Hijo...- dijo Sarah

- No mamá, ahora no. Sé que tenemos que hablar, pero deja que pase el tiempo. Si lo hiciéramos ahora, posiblemente no volverías a vernos. Y no quisiera que eso ocurriera.  Estoy dolido; nos hiciste daño. Un daño que no tienes ni idea del alcance que tuvo. Sé que ella no quería esta situación, pero tampoco las trabas que pusisteis. Deja pasar estos momentos, que para mi son angustiosos por muchas razones.  Quiero que sepáis que voy a vivir en los Costwolds; ya lo tengo todo organizado y en un día o dos, viajaré hasta allí.  Necesito ordenar mis ideas y hallar un poco de paz, y sólo allí lo encontraré.

- Pero ¿ podremos ir a veros?

- Mi casa siempre estará abierta para todos vosotros.  No quiero que nadie vuelva a sentir el rechazo que yo sentí

- ¿ Qué vas a hacer?

- Trabajaré en lo que me he estado dedicando durante todo este tiempo. Atenderé a mi hija y trataré de reposar el ánimo. De momento eso es todo.

Y quiso cortar la conversación en ese punto.  Conocía bien a su madre, y sabía que, aunque de buena fe, le daría consejos y según ella, debería llevar a la niña a un jardín de infancia y cuando tuviera edad para ello, a un colegio semi interna. Lo que hicieron con Thomas y con él, hasta que tuvieron edad para ir a la universidad. No, con su hija no ocurriría. Ni siquiera pensó en ello. Por muchas dificultades que tuviera, ya aprendería y las iría solucionando sobre la marcha.  Cualquier cosa, antes que desprenderse de ella. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que fuera su hermano y Lorraine, quienes se ocuparan de Helen. Si hubiera vivido Perl, entre los dos la educarían como creyeran oportuno, pero nunca apartarla de ellos. Pero la fatalidad quiso que fuera él quien tuviera completamente las riendas de sus vidas y trataría de hacerlo lo mejor que pudiera y supiera.  Ahora en Helen se centraba toda su vida.  Es como si desde la eternidad, ella le dijera que no la  dejara, que estuvieran juntos, porque crecen rápido y cuando quiera recordar, ella tendrá su propia vida. Así que debía aferrarse a este espacio de tiempo en que sería totalmente dependiente de él.

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