miércoles, 29 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 37 - Enfrentamiento

Permanecieron abrazados largo rato, analizando cada uno de ellos lo que acaba de suceder. Ya estaba enterada de todo, pero temía su reacción. Por conocer bien a su hija, sabía que seguiría analizando lo escrito en la carta y lo confesado por su padre.  Sabía que lo estaría "rumiando" durante ¿ horas, días? y quién sabía cuánto tiempo más.
  Se sentía culpable, por mucho que Maxwell tratara de suavizarle las cosas.  Cuando ambos se calmaron, Helen dijo  que necesitaba estar sola, y hacia su dormitorio se dirigió portando la carta en su mano.  Necesitaba volverla a leer, y analizar palabra por palabra lo que en ella se decía.  Sin haberla oído nunca, en cada renglón, en cada frase, estaba su voz, su dulce voz, la de su madre a la que nunca conoció.



Se sentó en el borde de la cama, y tomó entre sus manos la foto de Perl que siempre estuvo ahí en el dormitorio de su hija; era de los tiempos felices y se la veía radiante y plena de vida.  En sus ojos se notaba el brillo especial de la felicidad, del amor junto al ser amado. Era la única foto que tenía de los dos juntos: sus verdaderos padres. Y de nuevo la angustia atenazó su garganta, pero ésta vez, era u llanto silencioso de tristeza por no haberles conocido en aquella época cuando todo era futuro.

Habían pasado varios días y cada uno seguía con sus deberes marcados: Maxwell encerrado en su estudio y Helen acudiendo a sus estudios.  Nada se había vuelto a saber de Charlotte, hasta que un día, el teléfono sonó hacia mediodía. 
Cada vez que el aparato sonaba  de improviso, el corazón de Maxwell se sobresaltaba creyendo que sería una mala noticia.  Tenía esa sensación desde que Thomas le anunciara la muerte de Perl.  Por muchas reflexiones que se hiciera, no podía apartar esa sensación de su cabeza.  Pero ese día era la alegre voz de Charlotte:

- Ya que la montaña no viene a mi... ¡ Qué barbaridad ...! No has sido capaz de llamarme ningún día desde que nos vimos la última vez.  Se nota que no necesitáis nada de mí - dijo como en un reproche

- Sabes bien que no es por ese motivo.  Siempre necesitamos de un amigo leal como tu eres. Es que surgieron cosas.

- Buenas o malas - respondió ella

- Pues no sé qué decirte. Se puso pesada a raíz de ... bueno de aquello... y le dí la carta que su madre dejó para ella.  Desde entonces está malhumorada y taciturna.  Hay que dejar pasar unos días y que asimile todo.

- Entonces mejor no me acerco a visitaros.  Estuve en París. Nada, un par de días. Vi un fular precioso y me acordé de Helen, pero no es el momento; ya se lo daré. ¿ Qué tal si me invitas a cenar esta noche y te cuento  sobre mi viaje?  Pero en casa no, en algún restaurante.  Tengo ganas de verte

- Me parece una idea estupenda ¿ A las ocho?

-A las ocho. Estaré preparada.



No es que fuera la ocasión idónea para ello, pero no podía desairarla después de tantos días sin haberla llamado ni interesarse por su vida.  Por un lado tenía prevención en decírselo a su hija; sabía que no era santo de su devoción pero recordando las palabras de Perl, tampoco debía, sin tener motivo alguno, de rechazar esa amistad de tanto tiempo y mirándolo por el lato egoísta, no sólo por recomendaciones de trabajo, sino por tener cerca los consejos de una mujer en determinados momentos, como había sucedido por el tema de Helen.  Movió negativamente la cabeza y se dijo:

- A paseo. Acudiré a la cita y trataré de distraerme. Deberá acostumbrarse porque no será la primera vez que lo haga. Es absurdo; se trata de una cena de amigos ¿ tampoco eso le parece bien?  Me da igual, creo que ya es mayor y no una cría caprichosa.  Sé que desde que nació, ni siquiera se le pasó por la cabeza que pudiera salir, o tener amistades.  Creerá sin duda que con eso olvido a su madre. ¿ Cómo hacerla ver que no es así? Que jamás saldrá de mi vida, que su recuerdo siempre estará ahí, en lo más profundo de mi ser.  Es muy joven aún, pero ya lo entenderá algún día.

Pero no lo entendió y la discrepancia entre ambos, por muchos razonamientos que la hiciera su padre, saltó por los aires. Y Maxwell recordó aquella otra discusión que le costó su relación con Perl. ¡ Era tan parecida a ella !  Testaruda, de ideas fijas... Se le había metido en la cabeza que era una relación de más que amigos, y no había forma de hacerla ver que no era así. Pero después de leer lo que Perl recomendaba a su hija en referencia a él, se afirmó más en que no era delito el salir a cenar o invitarla a comer a su casa, en alguna ocasión.  Tendría que acostumbrarse a ello.


- ¿ Vas a salir con ella ? le dijo agriamente cuando le anunció que esa noche no cenaría en casa

- Helen, no seas cría. Sí, voy a cenar con ella. Nada tiene de malo; nos conocemos desde hace años, y además me interesa comercialmente

- ¿ Te acostarás con ella como sobremesa ? - respondió

Esa pregunta ni se la esperaba ni siquiera había imaginado se la formulara. ¡ Eran celos !  Se había acostumbrado a ser sólo ella  quién reinara en su vida.  No entendía que amar a una persona y acostarse con otra, son cosas muy distintas.  No sabía que los hombres tenían ciertas necesidades y que para satisfacerlas, recurren a una mujer, de la que no están enamorados, ni la aman, ni tienen el más mínimo interés en ella.  Y que, ni mucho menos, significaba que por ese encuentro, olvidaba a su madre. ¿ Cómo hacérselo comprender?  

Ahora no. No era oportuno; estaba pasando por una delicada época y no quería dañarla, por eso se limitó a negarlo.

-¿ Eso es lo que piensas?  No, no vamos a acostarnos.  Existe la amistad entre hombre y mujer por distintos motivos que no son precisamente mantener sexo. Te he repetido que nadie ocupará el lugar que dejó tu madre.  Puedes creerlo o no, pero ve acostumbrándote, porque puede que algún día si lo haga. No tengo por qué darte explicaciones. 

 Había terminado por enfadarle y la había respondido de mala manera, pero la realidad era que hacía mucho que no había estado con nadie, ni siquiera con Charlotte y no consentía que se lo diera por hecho.  Además no tenía por qué consultarla con quién debía ir y con quién no.  Estaba dedicado por entero a ella y a su trabajo y no era justo el reproche y la voz dominante con que se lo había preguntado.



Eran dos fuertes caracteres que chocaban en algunas cosas. No se dio cuenta, por no saberlo, que la adolescencia es rebelde , protestona y controladora. Máxime en la situación suya ¿ Había dejado que le controlase?  Seguramente sí, pero era tanto amor el que la tenía que, sin darse cuenta, había vivido por y para ella.  Pero se acercaba otra época, otra etapa en que Helen se iría formando poco a poco hasta alcanzar la madurez personal, y entonces él se quedaría vacío, porque ya no contaría con él para nada.
Y esas, justamente, significaban las palabras escritas por Perl. Pensó en la soledad que tendría y un escalofrío le recorrió la espalda.  

Se arregló dispuesto a encontrarse con su vieja amiga.  Al cerrar la puerta de su casa tras de sí, una oleada de aroma a flores, le envolvió suavemente y miró a su alrededor:  el jardín iba tomando forma y recuperaba su antigua  belleza.

- Si lo viera la gustaría.  Por Dios Perl ¡ Qué trabajo me ha costado ! - Se metió en el coche y fue en busca de Charlotte.

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