sábado, 25 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 31 . Una novedad

Dejó a la niña en casa de sus padres y Maxwell se dirigió a unas galerías con sus cuadros bajo el brazo. Ya era hora de ponerse a trabajar. Contaba  con tener suerte. También llevaba los dibujos que le hiciera a Perl, pero eran como muestrario, porque por nada del mundo los vendería.

Y su obra resultó interesante y su cambio de estilo también, así que quedaron de acuerdo en fecha y número de obras. No encargarían catálogos ni publicidad hasta no ver algunas de  lo que se expondría. A petición suya, y dado que no tenía ninguna obra terminada y había poco tiempo, planteó hacerlo conjuntamente con otro pintor y de este modo tener más plazo y  tranquilidad para realizar los cuadros.  No era muy del agrado de la Galería, pero a no ser que se tardara más de un año en realizar la exposición, debían aceptar esta sugerencia de Maxwell.


Y la exposición resultó ser un éxito. Su pintura había cambiado de estilo radicalmente y eso agradó a los entendidos en el arte clásico de la pintura.  Había presentado paisajes de los Costwolds y de la playa de Connemara, resolviendo a las mil maravillas el agua de su mar. Las marinas suelen ser de lo más difícil en pintura, pero él lo había resuelto perfectamente.  Las críticas fueron excelentes y las obras expuestas fueron compradas en su totalidad; había abierto su nombre al gran publico. Estaba  incluido en el catálogo una breve biografía de Maxwell, omitiendo su aspecto personal; sólo reflejado su paso por Japón.

Y hasta allí llegó el eco de ello. En general los galeristas se conocen, aunque sólo sea por el nombre y la ciudad, y en Tokio comenzaba a ser conocido el nombre del inglés ,cuando decidió cambiar de rumbo. Pero hubo una persona que seguía con interés su trayectoria londinense.  Le había recomendado a un par de ellas que conocía, y después de este primer triunfo, estaba segura que se le rifarían, algo que contentó mucho a Charlotte.  Se alegraba por él, porque comenzara a organizar su vida, y que, al menos, en parte fuera agradable.  Y pensó en tomarse unas vacaciones, y visitar a su familia en Inglaterra.


A su primera exposición había acudido su familia en pleno, que se resumía en sus padres y hermanos, que ya habían contraído matrimonio y Lorraine esperaba su primer hijo.  Helen iba de la mano de ellos, y todos los visitantes, interpretaron que era hija de ese matrimonio.  Ni por un momento se les ocurrió que fuera del pintor.  Así lo pidió y así se mantuvo. No quería que nada ni nadie interfiriese en su vida privada.  Eso se quedaba para él.

A pesar de que debía ser un gran día, para él, no lo era.  El recuerdo de Perl se hacía más intenso en las buenas cosas.  No había pasado el tiempo suficiente como para olvidarla, algo que jamás ocurriría.  Todos los días, y a medida que su hija crecía, le recordaba más a su madre.  Tenía gestos, mohines, caprichos y ademanes muy de Perl; tan sólo el cabello rubio dorado lo había heredado del padre.  Pero lejos de disgustarle, se alegraba de que así destacarán más los rasgos de la madre que del padre.  Era como tener a la misma Perl de pequeña, y vivirla, a medida que el tiempo pasaba y disfrutaba de los cambios de su hija.

Habían pasado tres años desde la última vez que Charlotte y él cenaron juntos. Hablaban por teléfono muy de tarde en tarde, tan sólo por conservar la amistad, y porque no decirlo, por interés de Maxwell  para no perder contactos con los galeristas a los que ella les había recomendado.



Tenía una agenda repleta de compromisos y en la actualidad estaba dando los últimos toques a una exposición de uno de los galeristas amigos de ella.  Tenía poco tiempo, y una fecha determinada para inaugurarla, por lo tanto, se había recluido en Burton, y sólo salía para recoger a su hija, que pronto ,  en el próximo curso, comenzaría en el colegio la primaria.

El tiempo pasó rápido, no dejándole  tiempo para pensar en nada más que en su obra.  Una vez al mes, en la fecha de Perl, se desplazaba hasta Londres, y portando un ramo de flores iba al cementerio a depositarlo  en su tumba.  Allí se detenía y sentado en la lápida como hacía siempre, mantenía una conversación que era un monólogo, pero tenía la sensación de que ella le escuchaba  y se alegraba de cualquier novedad que le contara.  Y como cada vez que eso hacía, al despedirse, retornaba copn el corazón triste.  No podía evitarlo, seguía siendo el amor inalcanzable y nunca olvidado.

Había comenzado el Otoño. Ruth había salido con Helen para dejarla en el colegio. Estaba en su estudio enfrascado en los últimos toques de un cuadro  para presentarlo en su próxima exposición, cuando unos timbrazos fuertes, resonaron en la puerta.

- Ya voy, ya voy . Seguro que a Ruth se le han olvidado las llaves-. rezongaba camino de la puerta.

Pero su contrariedad se borró de inmediato al ver a la persona que llamaba con tanta insistencia:

- Pero... ¿ Tú ?

Ante él, estaba la mismísima Charlotte luciendo la más espectacular de sus sonrisas. La sorpresa de é fue mayúscula.  En todo ese tiempo, poco había pensado en ella. Las preocupaciones por su hija y por el trabajo, le habían tenido bastante ocupado.  La hizo pasar, después de que se dieran un abrazo. Hubo un silencio espero entre ambos, al principio. Sólo se miraba sonrientes sin saber qué decir.

Y fue ella, la que tomó la inicitava de la conversación:

- He venido a Londres por cuestiones de trabajo y decidí que tenía que hacer una visita a alguien que me tenía bastante olvidada. Aunque yo le he recordado muchas veces y me alegré de su triunfo.

- Perdona. Lo cierto es que no he tenido tiempo para nada. Me alegro que estés aquí.

- Bueno, ¿ dónde está la reina de esta casa?

- En el colegio. Fíjate: ya está en primaria. ¡ Cómo ha pasado el tiempo !

- Y tú ¿ cómo estás ?

Y la pregunta se quedó en el aire. Maxwell se puso serio, y se sentó frente a ella. ¿ Cómo se encontraba? Mas sereno, pero en carne viva todavía.


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