martes, 7 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 5 - Una sólida amistad

Cada vez el tiempo se acortaba y se acercaba el momento de encontrarse con sus nuevas amigas.  Llamó a su casa advirtiéndoles de que no comería en casa y el porqué de ello.  El chófer les llevaría al restaurante que le indicase: no tendrían que preocuparse, ya que iría acompañado por dos enfermeras muy particulares.

Y paciente, aguardó en la cafetería a que  diera la hora fijada para el encuentro.  Por primera vez en mucho tiempo se encontraba contento;  iba a vivir una experiencia nueva totalmente para él.  No sabía el por qué, pero esa cita le resultaba especialmente agradable.  No sabía de lo que hablar con ellas.  No las conocía de nada; sólo sabía el nombre de una: Perl, y en verdad que era bonita como una perla, y transparente como el nácar.  Sería una novedad después de una temporada en la que se encontraba solo, aunque  no lo estuviera. Pero su vida había cambiado totalmente y ahora tenía que depender de otra persona, y eso le incomodaba, aunque no le quedaba más remedio que aguantarse.

 Bebía los últimos tragos de su cerveza, cuando ambas enfermeras estaban frente a él, que cortesmente trato de levantarse, pero tuvo necesidad de la ayuda de ellas.  Aún ni sus piernas ni su espalda, estaban preparadas para los protocolos.

- Perdonad.  Aún me resulta difícil ser educado

- No te preocupes.  No tienes que explicarnos nada. Día a día nos topamos con problemas como el tuyo.  Y pasado un tiempo, toda esa dificultad pasa y te mueves con normalidad.  Ha pasado muy poco tiempo, no te preocupes.

Los tres se sentaros nuevamente, y le acompañaron en su cerveza. A continuación se dirigieron al coche que aguardaba a la entrada del hospital.  El chófer salió solícito para ayudarle a entrar.  Se sentó en el asiento del copiloto, porque ahí tenía más espacio para estirar las piernas.  Las chicas irían detrás.  No tardaron mucho en llegar al restaurante, que era uno de los más caros y selectos de la ciudad.  Quería corresponder con ellas lo mejor que pudiera; había sido una suerte contar con ellas en los primeros momentos del accidente y eso se lo agradecía profundamente.

Ellas estaban un poco cortadas; nunca  habían estado en un sitio tan elegante.  No le conocían casi y no sabían cómo empezar una conversación totalmente ajena a la dolencia que él tenía.  Habían sacado en conclusión de que estaba un poco desmoralizado y tratarían por todos los medios de alejar de su cabeza ese drama que vivía en solitario.  Pero fue él, quién inició la charla, dándolas pié para que ellas rompieran esa violencia :

- Deseo conoceros mejor.  Es mucho lo que os debo, así que supongo seremos buenos amigos. Voy a presentarme porque creo es obligado. Me llamo, como ya sabéis Maxwell Tompson.  Tengo un hermano y pertenezco a una familia de la burguesía londinense.  Son estirados, pero educados y amables.  Mi hermano es muy semejante a mi carácter, alejado totalmente de los protocolos de mis padres. A ellos les encantan las fiestas, los clubes y viajar. Tanto mi hermano, como yo,  huimos de esas fiestas rancias que organizan con cualquier pretexto de obra de caridad.  Nos gusta ir por libre; elegir nuestras amistades sin mirar origen ni condición.  Las fiestas familiares a las que por obligación debemos acudir, tales como Navidad y alguna Fiesta Nacional;  el resto las eludimos, no sin alguna bronca.  Pero ya tenemos edad suficiente como para ir a nuestro aire - Los tres rieron, y estuvieron de acuerdo en sus reflexiones.

La sobremesa se prolongó más de lo que habían pensado, pero se sentían contentos y a gusto, eso se notaba a simple vista ya que no paraban de hablar ni de reir. Maxwell miraba a Perl insistentemente, algo que no paso desapercibido para Annie, que recorría sus caras de uno al otro.  Quizá su amiga no se había percatado de ello, porque de hacerlo se hubiera ruborizado con más frecuencia, pero estaba claro que había una chispa entre ellos. Perl no tenía novio, era una buena persona y además muy guapa, así que no era de extrañar que cautivase a ese hombre necesitado, en esos momentos, de alguien que comprendiese por lo que estaba pasando, y ellas, por su dedicación, lo sabían perfectamente.  Decidió dejarles solos y con un pretexto dijo que debía marcharse, ante las protestas de sus otros compañeros de mesa.  Ni siquiera imaginaron por qué lo hacía, porque ni ellos mismos se habían dado cuenta de lo percibido por ella, y que a simple vista, alguien perspicaz lo sabría.

Sonriendo les dijo adiós con la mano, cuando ya estaba en la puerta.  Ellos se quedaron callados, sin saber qué decir. Ahora era todo más complicado, porque al interrumpir la charla  se había esfumado el qué decirse. Y fue él quién corto el silencio entre los dos.

- Si estuviera en mejores condiciones, te pediría ir a dar un paseo, pero, al menos de momento, ese placer me esta vedado. Lo siento, porque es un placer estar con vosotras. No tienes ni idea de cómo necesitaba salir del ambiente que normalmente me rodea. Vosotras habéis sido una ráfaga de aire fresco.

- Créeme, no es para tanto.  Ha sido una comida muy agradable e inesperada.

- Podremos repetirla en otra ocasión, es decir si no tienes otro compromiso, claro

- ¿ Te refieres a si tengo pareja ?  No, no tengo pareja, ni novio

- Pues no lo entiendo, porque eres preciosa

- Exageras. Lo cierto es que tengo poco tiempo libre

- Entonces ¿ nos reuniremos otra vez ?

- Si ¿ por qué no ?  Has resultado ser muy simpático y agradable. Esperaba que fueras más estirado.

- ¿ Por qué piensas eso ?

- Normalmente las personas de tu posición social, no son tan asequibles

- Ya te lo he explicado. Por nada del mundo deseo ser orgulloso. No tengo la culpa de haber nacido en una familia con algo de influencia.  Yo no deseo ser como ellos.  Lo que consiga en la vida he de tenerlo por mis propios medios.

- Bien.  Esa forma de pensar me agrada, así que tienes más tantos a tu favor.  Y ahora creo que debemos marcharnos, de lo contrario los camareros nos echaran - y lo dijo riendo, con su risa más cantarina, que cautivó a Maxwell.

Sin duda la corriente de simpatía había surgido entre ellos, sin esperarlo, espontáneamente. Quizá porque eran dos almas solitarias incómodas en la vida que les había tocado vivir y había sido el destino quién les juntara.  Ni siquiera podían tener el contacto físico de juntar sus manos, ya que él necesitaba ambas para caminar con las muletas.  Ella lo hacía a su lado y de vez en cuando, se miraban y sonreían, pero no hablaban.  El chófer acudió solícito para ayudarle, abriendo la puerta del copiloto, pero él dijo:

- No iré en el asiento de atrás con la señorita.  Ella indicará donde vive, pero tendrás que ayudarme a entrar- dijo sonriendo, ante la cara de estupor del chófer y de Perl.

Y prácticamente la mayoría del trayecto lo hicieron en silencio, ya que no era muy lejos. Al llegar frente a la entrada, Maxwell de nuevo quiso salir, pero tanto Perl como el chófer le hicieron desistir de ello.  Se despidieron estrechando sus manos, reiterando su agradecimiento mutuo, y quedando en verse en otra ocasión próxima.  Partieron cuando comprobaron que había entrado y encendido las luces de su apartamento.  Eran modales de una exquisita  educación que a Perl agradó. Nunca había tenido un amigo que fuera tan caballeroso como él era.  Pero tampoco le agradaba que siempre hubiera entre ellos ese protocolo, demasiado frío. La gustaba la espontaneidad, aunque en él, quizá se debiera a la educación que hubiera recibido y esa sería su forma de comportarse habitual.  No creía posible volverse a encontrar de nuevo. Sería demasiado bonito para ello; habían demasiadas diferencias entre ambos.





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