viernes, 24 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 30 - El transcurrir del tiempo

Y se instaló con Helen, en Burton, tal y como había deseado. La enfermera, Ruth, le ayudaba con la niña, y el jardín tomaba vida poco a poco, pero las flores se marchitaban enseguida, algo que disgustaba a Maxwell; no entendía como duraban tanto cuando ella vivía allí  y ahora a penas se abrían, se marchitaban con rapidez.  Consultó con el jardinero, pero éste tampoco le daba una solución al desconocer el por qué ocurría eso.  Optó por dejarlo estar.

Anexa a la casa, se hizo construir un pequeño pabellón que sería su estudio.  Ya todo parecía estar encarrilado, pero no terminaba de entender a su hija, y eso hacía que se desesperara porque ignoraba el por qué del llanto. A veces, era tan fuerte que los nervios estaban a punto de estallar.  De nada servía que la tomase en brazos, la pasease por la casa, le hablase o le hiciera morisquetas para arrancarla alguna sonrisa.  Creía que todo iba a ser muy fácil, pero lo cierto es que no lo era.  Algunas de las noches se las pasaba en vela, con ella en brazos, hasta que ambos caían rendidos.


Tenía que trabajar, centrarse en los dibujos o en la pintura que estuviese haciendo.  Por el día contaba con Ruth, pero, cuando ella se marchaba a su casa, era como si la niña la echase de menos y llorando, reclamase su presencia.  Al llegar la enfermera,  una de las mañanas, se le encontró levantado, y desesperado:  no había cesado de llorar en toda la noche.  No habían dormido ni Helen ni él.  Lo había intentado todo: ver si la tripita la dolía, si tenía gases, si sed,
 si hambre, si necesitaba ser cambiada. Si tenía calor, si frío... nada resultaba y los llantos continuaban.

Ante su desesperación comentó que la iba a llevar al médico porque temía estuviera enferma, a lo que Ruth  respondió:

- La niña está perfectamente. Llévela si se queda más tranquilo, pero no le pasa nada. Sólo echa de menos unas manos femeninas, es decir a su madre.  Aunque no lo crea, los bebes guardan recuerdo del vientre materno: su voz, su forma de ser... todo lo conocen y lo identifican.  Le aconsejaría que la llevase a un jardín de infancia.  Estaría con más niños y creo que la vendría bien.  Yo me encargaría de llevarla y traerla, la seguiría atendiendo. ¿ Por qué no lo intenta al menos por un par de horas?

- Separarme de mi hija tan pequeña... Ni hablar, sería tanto como decir que me estorba y no es así

- No señor. ¡ Claro que no lo es ! y nadie lo piensa. No hay más que verle cuando está con ella.  Pero usted también necesita descansar y centrarse en algo, además de en ella. Inténtelo, al menos; es bueno para los dos.

Y lo intentaron.  Helen parecía estar más tranquila y Maxwell, también. Al menos,  estaba con otros niños. Cuando Ruth la llevaba de paseo, al regresar a casa, era capaz de sonreír a su padre, algo que a él le llenaba de alegría.

Iba a cumplir su primer año, y Perl también.  El recuerdo de ella se hacía patente en determinados días, y el día señalado, especialmente.  Deseaba hacer una fiesta a su hija, aunque en realidad ella no supiera muy bien a qué se debía todo eso.  Thomas y Lorraine, hacía meses que se habían casado y dentro de un plazo que se habían fijado, "encargarían" su primer hijo. Y la vida se abría paso en cada uno de ellos, nunca se detenía.

En el aniversario del primer año invitó a sus padres y a sus hermanos que acudieran a Burton para celebrar el primer año de ella.  Y allí acudieron, y Ruth también estuvo presente.  Todos aparentaban estar muy contentos, pero en el ambiente flotaba algo, que aunque no lo comentaban, todos sabían que la presencia de Perl se hacía latente y muy fuerte.  Se cumplía el primer aniversario de la niña y de la desaparición de la madre.  Maxwell, lo recordaba constantemente, aunque nada comentase.  Pero en su interior pensaba:

- ¡ Cuanto hubiera disfrutado al ver a Helen!,  y yo a ella!

Y las tiranteces familiares parecían estar superadas, aunque madre e hijo, tenían una conversación pendiente.  Los padres de Maxwell hicieron noche en el cottage, y era la ocasión propicia para tenerla.  Ya había pasado un año;  los ánimos estaban más sosegados, pero aún él tenía esa espina clavada.  El recuerdo de ella era más sereno, pero nunca desaparecía de su mente.

- Mama, ven. Quiero enseñarte el estudio que he hecho para trabajar-. Con ese pretexto estarían  a solas, ya que su padre estaba enfrascado en un programa de la BBC.

Estaba entusiasmada de lo logrado por él. Nunca hubiera imaginado  que el poder de una muerta fuera tan positivo para ambos seres: su hijo y su nieta.  Pero debía reconocer que así había sido.

- ¿ Quieres tomar una copa - la preguntó

- No cielo, por hoy he cubierto mi cupo. Gracias

- Desde hace tiempo quería mantener contigo una conversación, pero no estaba en situación de mantenerla.  Ahora que todo está más tranquilo, creo que ha llegado la hora de hacerlo. No quiero peleas ni discusiones, sino que seas sincera, porque en verdad lo necesito saber ¿ Por qué te negaste a recibir a Perl?

Sarah, sabía que tarde o temprano ocurriría; lo esperaba desde hacía tiempo.  Tragó saliva y le respondió con toda la sinceridad de la que era capaz. Había leído hacía mucho la carta que Perl la dirigió, y en ese momento, cambiaron muchas cosas en su perspectiva, y estaba arrepentida de no haberla escuchado, pero ya no había remedio, y en verdad lo lamentaba.Decidió abrir su corazón tan dolido, a su hijo, y decirle la verdad de todo.

- Hijo mio, a lo largo de la vida, a veces sin darte cuenta del acto que cometes, no obras correctamente, y ese que insinúas es uno de ellos, del que me arrepentiré toda la vida. La hubiera pedido perdón, y abrazado como a una hija, pero no tuve oportunidad de hacerlo.  En esa ocasión, no sabía nada del mal que la aquejaba, y de que me pedía ayuda desesperada preocupada por su hijita que iba a nacer, y ninguno de vosotros  estaría ahí para recibirla.  Lamenté, y lloré mucho su muerte, una vez que supe la verdad de todo. Y sufría por ella, por lo injusto de la vida con algunas personas, por ti, pero también por la niña que no era culpable de nada. Y sin embargo, había sido yo quién la rechazara de nuestro lado.  Me estoy perdiendo lo mejor de mi nieta, pero sé que no tengo derecho a reclamar nada. Pero créeme, hijo, nadie más que yo, lamenté la desaparición de esa muchacha, noble, buena y abnegada que te quería con toda su alma. Que nos daba una niña, en lugar de pensar primero en ella misma, renunció por amor a ti. Lo siento, los siento muchísimo, y daría cualquier cosa por poderlo decir en persona.


Sarah rompió a llorar abrazada a su hijo.  Las lágrimas también resbalaban por la casa de Maxwell, y en ese momento la perdonó, porque además si no lo hiciera, viviría con ese rencor dentro de él, y nada resolvería.  Sabía que estaba arrepentida y que desde donde fuera que Perl estuviese, admitiría  su confesión y borraría toda  recriminación de su vida ¿ Quién era él para no hacer lo mismo?

De acuerdo, mamá. Obraste mal, sin conocerla, pero ahora ya sabes la clase de persona que era. Yo siempre la querré, pero a ti también, porque ahora que soy padre, conozco los sacrificios que hacemos los padres por nuestros hijos, y tengo muy cerca el ejemplo de Perl.  Cerremos esta dolorosa página.  Te prometo que, cuando sea un poco mayor, pasará, al menos, los fines de semana con vosotros. También ha de conoceros más, y eso significa que tendréis que venir más a menudo a visitarnos.

Al fin, ambos se habían confesado y perdonado. La mano de Perl, había estado flotando durante todo el día entre ellos, y algo extraño e inusitado, nacía dentro de él, inspirado si duda por la generosidad de la que debiera haber sido su mujer, pero aún así seguía presidiendo sus vidas.

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