jueves, 23 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 28 - Volveremos a vernos

Su sorpresa fue mayúscula. Resultaba que había  trabajado para ella desde hacía meses, y nunca hasta ahora, en el avión, había mantenido trato alguno.  Ella sonreía porque supo desde un principio de quién se trataba.  Deseaba saber si a él le ocurría lo mismo, pero comprobó que no era así, y prefirió no identificarse.

- ¿ Eres tú mi jefa?- la dijo sorprendido

- Yo no diría tanto. Vas por libre, sólo nos alquilas el local, pero si, soy yo.

Se encontraba a disgusto con esa situación; había quedado en ridículo, y la actitud de ella no le gustó en absoluto: le pareció prepotente y que jugaba con él.  Y francamente no estaba para juegos. Así que decidió acabar cuanto antes el asunto que le había llevado hasta allí.  Ella conocía su situación, por eso no tendría que dar más explicaciones.  Se mostró arrepentida de su juego, y lo que menos deseaba es que regresara a Inglaterra enfadado con ella.  Era un buen pintor, de éxito, y por tanto, también tenía que mirar por el negocio que regentaba.  Decía que regresaría cuando su hija fuera mayor , y eso ¿cuándo sería?


El lo ignoraba, pero cada vez que acudía a la galería para alguna exposición, ella le "espiaba" desde su despacho sin darse a conocer.  Le gustaba mucho tanto física como artista, pero nunca tuvieron ocasión de mantener siquiera una ligera conversación, hasta que...
 Ya sabemos lo ocurrido en el aeropuerto.  Sus miradas insistentes fueron un juego para ella.  Corría el riesgo de que él pensara que estaba tratando de ligar con  una relación rápida de aeropuerto, pero no era así, ya que él ni siquiera la miraba.  Para ella sería un placer estar durante horas cerca de él, observándole, tratando de averiguar cual era su vida.  Porque parecía siempre atormentado; desde que un día entrara en la galería se fijó en él, en el rictus de su entrecejo, en lo escueta de su conversación, en que parecía permanentemente enfadado.  Ahora lo sabía todo, se había confesado a ella porque sin duda, necesitaba hacerlo, pero sabía de antemano, que no tenía nada que hacer con Maxwell, al menos hasta que no pasara el tiempo.  Tenía una hija, y ella sería un continuo recuerdo de ese amor imposible que le atormentaba. Probablemente no se volverían a ver, no regresaría nunca a Japón.  Trataría de ayudarle a establecerse en Londres, al menos eso sí lo podía hacer.  Conocía a un par de galeristas de la capital británica, así que hablaría con ellos para facilitarle un poco las cosas.



Además de atracción, sentía por él una lástima infinita.  Ignoraba lo que ocurrió entre ellos  para poner tierra de por medio, hasta   una tierra tan lejana. Quizá tratar de olvidarla,
pero a veces la vida es cruel y en ellos se había cebado.  No tenía la más mínima oportunidad de siquiera tener una amistad; jamás le diría que estaba coladita por él desde hacía meses.  No sería oportuno y no creía que él estuviera dispuesto a tener una nueva relación, al menos por ahora.  Se le veía en un estado de ánimo pésimo; había perdido la jovialidad que le caracterizaba , y es que en su situación no era para menos.

Las gestiones fueron de conformidad por ambas partes y por tanto quedaba la puerta abierta para futuras colaboraciones, aunque Charlotte sabía que sería difícil, a no ser que...

- Bueno, pues ya está todo - dijo ella - ¿ Qué vas a hacer esta noche?

-Llamar a casa y dormir, si es que puedo.  Pasado mañana regreso.

- Te propongo una cosa:  una cena de despedida

-No es buena idea.  Estoy cansado y mi ánimo no  es una buena compañía.  Mejor lo dejamos para otra ocasión

-¿ Habrá otra ocasión?  Dame al menos una dirección para ir a saludarte cuando viaje a Londres.

- Seguramente no estaré en la ciudad. Iré a vivir a un pueblecido de los Costwolds.  Buscaré paz y tranquilidad con mi hija.  Ambos tenemos que aprender a vivir solos y entendernos entre nosotros.

- Bien, pues dímela también.  No deseo perder tu amistad y quién sabe si volvemos a trabajar de nuevo.  Los niños crecen todos los días, y la tuya también.

Apuntó en un papel ambas direcciones, y estrechando su mano, se despidió de ella.  A su vez, Charlotte le había dado la de los galeristas que conocía, así que , al menos, sería un punto de partida para cuando tuviese obra con la que presentarse.  Ya no haría la pintura super moderna como había hecho hasta ahora, al menos en su próxima exposición.
 Se la dedicaría a Perl, por tanto serían sus retratos los que estuvieran en la galería, pero sólo por exhibición: no los vendería. Después ya vería.  Si resultaba bien, continuaría, pero si no, volvería a  ejercer como asesor económico, o haría algunos garabatos en un lienzo con un nombre trascendental a lo que eran muy dados los compradores de ese tipo de pintura de trazos, que no significaban nada, pero a los coleccionistas les encantaba.  Así que referente a eso, lo tenía claro.  Su economía, y máxime con la liquidación de Japón, podía permitirse algunas extravagancias, es decir trabajar sin ninguna entrada en metálico.  Atendería a su hija y la dedicaría todo su tiempo, todo el tiempo que no dedicó a su madre cuando más le necesitaba.

Realizó algunas compras para su familia; es lo menos que podía hacer después de la ayuda que le estaban prestando.  Se le haría interminable el día antes de partir.  Ansiaba estar con su hija y mirarla buscando en ella algún rasgo que le recordara otros.  También a su llegada volvería al cementerio.  Sentía una necesidad imperiosa de hacerlo, aunque sabía  que nada podía hacerse, pero él lo necesitaba.  Quería hablar con ella; ese momento en que permanecía en ese recinto, sosegaba su espíritu y descargaba en parte su culpa. Era un contra sentido, pero allí, en el lugar en el que reposaba, la sentía más viva, más cerca de él. Le hablaría de su hija y de sus planes de vida, esos de los que habló con ella hace tiempo, pero que tan diferentes son ahora.



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