domingo, 26 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 32 - Evocar otros tiempos

Sirvió una copa y se sentó, y mientras, trataría de responder su pregunta lo más breve y concisa que pudiera.  La sonrisa se le había borrado de la cara.  Era, después de mucho tiempo, que alguien le preguntaba por su estado de ánimo, o mejor quería saber si la seguía recordando, o había comenzado a olvidarla, cosa que de momento no había sucedido. ¿ Y cómo ?  Cada vez que miraba a su hija, volvian los recuerdos de su nacimiento machaconamente, y luego estaban sus gestos, su enorme parecido a Perl: sus mismos ojos, su sonrisa, su manera de ser...  Era su madre en miniatura. Pero por encima de todo es que no quería olvidarla. Porque al recordar a Perl, se sentía cerca de ella, como si aún estuviera viva. Deseaba creer que no era sentido de culpa, de esa culpa , que sin querer, había participado por no haber hecho más por su acercamiento.  Por eso se volcaba en su hija exclusivamente y en su trabajo, sólo ambas cosas le hacían seguir adelante.


Estaba dispuesto a responder a esa pregunta formulada por ella, y zanjar de una vez por todas, las dudas que aún pudiera tener.  Presentía que ella tenía otro interés, y debía rotundamente rechazar siquiera una tentación; no tenía ganas, ni el más mínimo atisbo de deseo,  a pesar de reconocer que era bella y atractiva, pero él no pensaba en eso: Y la respondió:

- Querida Charlotte respondiendo a tu pregunta no realizada: No. No la he olvidado ni pienso hacerlo. Ni yo mismo sabía cuánto la quería.  Me ha dejado destrozado y sin ganas de otra cosa que no sea mi hija y el trabajo.  No deseo más, no necesito más. Cada noche me acuesto con el deseo de volver a soñar con ella, aunque sea brevemente, a pesar de que después me ponga triste.  Perl marcó mi vida para siempre.

- Querido amigo ¿ Crees que a ella le gustaría que estuvieras melancólico permanentemente? Si  te amó tanto hasta sacrificar su propia vida ¿ cómo crees, si pudiera, que vería este retiro voluntario de la vida?  Eres un hombre joven, atractivo y con mucho amor en tu interior. Harías feliz a cualquier mujer y a su vez ella te haría feliz también. Incluso podrías volver a ser padre y dar un hermano a tu hija.  ¿Crees que ella, cuando sea adolescente querrá vivir como tú ?  Es pequeña aún, pero dentro de nada te verás  espantando a chicos que van detrás. Y algún día se irá para formar su propia vida a la que tiene derecho. ¿ Crees que la gustará verte siempre triste ?  Es otra generación y no tienes derecho a robarle las ilusiones, sembrando tu propio fracaso amoroso.  La historia no suele repetirse. ¿ Quién te dice que, aunque os hubierais reconciliado no tendría la misma sentencia de muerte?



- Te ruego por favor que lo dejes estar. Tienes razón; pasado unos años, no demasiados, me quedaré solo, pero cuando eso llegue ya veré cómo lo soluciono.  De momento déjalo así, por favor.

- Está bien. Hablemos del futuro. Estaré en Londres durante unos días y después regresaré a Japón.  Quizá me establezca en aquí  definitivamente.  Echo de menos la familia; allí no tengo más que trabajo y algún que otro día copa con algún amigo.  Pero me aplicaré la misma receta que te acabo de comentar. 
Y ahora enséñame toda esta maravilla de paz y belleza.

Quería conocer el lugar en donde él vivía, de este modo se podría imaginar el entorno, cuando hablasen por teléfono desde la distancia.  Y caminaron hablando de trabajo. Maxwell no tenía otro tema de conversación; se había convertido en un ermitaño.  Ella le observaba y reía por lo bajo ¿ Qué tramaba ?
Sin lugar a dudas, había algo entre ellos por lo que  se comunicaban abiertamente, sin tapujos ni recovecos, y eso hacía que siempre fueran sinceros.  Ella observaba detenidamente todo el entorno y ciertamente era maravilloso. Pensaba que estaría bien comprar alguna cosa por allí. Con los avances de la técnica podría trabajar desde casa, estar cerca de él y al mismo tiempo tener la tranquilidad que en la ciudad no tenía.

Sonrió al pesar en ello, y Maxwell, se dio cuenta de que en algo pensaba :

- ¿ Qué piensa esa cabeza inquieta ? - la dijo

-Pues pienso que... Sería bueno que fuésemos vecinos.. Podría trabajar desde aquí. Eso me haría rebajar el ritmo.  Estaríamos cerca para ayudarte con Helen, y de paso salir algún día a comer fuera de casa y charlar

- ¿ Por qué ayudarme con Helen ?  Me he desenvuelto muy bien solo





- Si, desde luego, hasta ahora.  Pronto vendrá la adolescencia y todos los apuros que hayas sufrido, no tienen comparación con esa etapa de la vida de tu hija. Necesitarás cerca a alguien que te eche una mano. Tengo sobrinos ¿ sabes?, y mis hermanas se han visto y deseado,  cuando a los dieciséis dicen aquí estoy yo. Créeme, es una etapa muy difícil. Siempre es bueno tener una mujer cerca.

- Cuento con Ruth

- ¡ Desde luego ! Perdona, es algo que no me incumbe.  Tienes razón te las has visto tu solo sin problemas.  Pero no descarto ser tu vecina; me encanta este sitio. Prometo no estorbarte.

Ambos se echaron a reír, pero algo flotaba en el ambiente. Maxwell conocía bien a su amiga y sabía por donde iba. 
Ella, estaba dolida: no la quería cerca; sin duda por los sentimientos que  albergaba hacia él, y por conocer su forma de pensar. Pero también tenía paciencia y sabía esperar.  
El momento anunciado de la adolescencia, estaría en camino dentro de poco, y por propia experiencia, con ella misma, sabía lo que había echado de menos, una voz amiga que la aconsejara.  Y ella estaría ahí.

Siguieron viendo casitas de ensueño, pero se hacía tarde y debía regresar a Londres, además dejaba la puerta abierta para  regresar en otra ocasión.  Se hizo un firme propósito: no se demoraría mucho. Tenía ganas de  conocer a su hija. Sí, regresaría de nuevo antes de volar a Japón.  Y así lo hizo, y compró una casa cerca  de la de ellos, pero lo suficientemente lejos para no ser una vecina pesada. Y conoció a Helen.  Ambas se miraron, pero sus sonrisas eran muy diferentes, sobretodo la de la pequeña Helen, y eso la dio que pensar.


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