domingo, 19 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 21 - Llanto ante su tumba

 Habían hablado con Maxwell largamente, omitiendo parte de lo que preguntaba.  A veces porque lo ignoraban en su totalidad  tal y como había sucedido, pero en otras ocasiones porque no quería ahondar en el dolor de su hijo. ¿ Era eso arrepentimiento? .
Maxwell aún estaba analizando lo explicado por Thomas referente al bebe que dormía cerca, y que en un primer momento creyó ser su sobrina, cuando lo cierto es que era su hija.

Al escuchar la versión de su hermano, no podía creer lo que contaba. El sacrificio de ella por traer al mundo a esa niña, a la que a penas había hecho caso, porque la verdad de todo era tan tremenda que ni siquiera asimilaba la responsabilidad que tenía con esa hija ignorada. No sabía lo que hacer:  ¿volver a Japón con la niña ? ¿ quién la atendería ? ¿ quedarse en Inglaterra? ¿ darle una madrastra aunque no quisiera ?  No estaba preparado.  No había tenido tiempo de analizar en unos minutos la trascendencia de lo que ello implicaba, pero que tenía que solucionar.

La cabeza le estallaba y la imagen de Perl no se le borraba de la imaginación.  A penas había acariciado a la pequeña.  La tuvo en brazos ¿ un minuto, dos...?  Ella no tenía la culpa de nada, ni siquiera de la muerte cruel de su madre, y sin embargo sería la más perjudicada.  Deseaba dormir y soñar con ella.  Repetir lo vivido  con Perl, lo felices que habían sido, y qué cortos los momentos.  No podía imaginarla muerta. No era justo.  Era joven y tenía mucho por lo que vivir. ¿ Habría tenido él también su parte de culpa ?

Fue al cuarto de baño y buscó un bote con calmantes, tomó dos; al menos que el dolor de cabeza tan punzante se calmara y de paso que el sueño le hiciera el favor de olvidar lo que estaba viviendo.
Pero el sueño no acudía, aunque el dolor de cabeza poco a poco se atenuaba. A través de los ventanales, la luz de un nuevo día se filtraba por los visillos.

Maxwell tenia la vista fija en un punto indeterminado, porque miraba sin ver. Amanecía un nuevo día que Perl no vería.  . Y se trazó un plan a seguir. Puesto que la niña estaba con Thomas, él lo primero que haría, sería acudir al cementerio y ver de primera mano dónde reposaba la mujer que había amado más en su vida, y que jamás dejaría de amar.  Después iría a buscar a Thomas y con él, al abogado.  Quería, necesitaba saber todo, hasta el más mínimo detalle de lo acontecido.

En un taxi, se encaminó al cementerio. En solitario recorría aquel lugar en calma, sin nada que la perturbase.  Llevaba en la mano, un croquis que Thomas le había hecho para que pudiese localizar la tumba; no le costó trabajo hacerlo.  Estaba aislada, pero rodeada de otras. Estaba cubierta de flores aún frescas.  Ni siquiera se había dado cuenta de comprar unas flores, y cayó en ello justificándose que aún no habían abierto las tiendas.  No sería la única vez que viniese a "verla".  Se paró frente a ella, pero guardando cierta distancia.  Aún no asimilaba que ella pudiera reposar bajo aquella losa.  Se le hacía no sólo insoportable, sino increible.  Avanzó lentamente hasta llegar.  Recorría con avidez la inscripción en el mármol blanco, lo leía y volvía a leer  una y otra vez, como para convencerse de que era real, que aquél nombre era el suyo y aquellos datos también.  Se sentó en el borde de la tumba y paseó su mano por el frío mármol, como si fuera a ella a quién acariciase.


Y entre las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, pareció verla, que le sonreía, hasta que poco a poco se difuminaba.¡ Lo que hubiera dado porque esa imágen no fuera mera ilusión!  Pero sabía que todo era fruto de su cabeza, de su dolor, de su arrepentimiento.
Arrepentimiento si, por no haberlo intentado de nuevo. Por sentarse a hablar y solucionar todo lo que les impedía ser felices. Por no haber sabido de su dolencia. Hubiera regresado de inmediato para estar a su lado en los últimos momentos. Pero nada de eso había pasado; la había perdido para siempre.  Se cubría la cara con las manos y lloró, lloró amargamente dejando pasar el tiempo.  Al menos allí estaba cerca, aunque existiera una barrera de mármol blanco imposible de saltar.

Recordó que tenían que ir al abogado y cubrir el último trámite.  De una vez, sabría lo ocurrido, ya que parecía que nadie lo supiera. ¡ Qué triste era que hubiese depositado su confianza en un extraño, como era el abogado, por no tener cerca a personas que habían representado tanto en su vida. Y se sintió culpable.  Nunca debió tirar por la calle del medio dejando rota una relación tan hermosa como había sido.  Dio un beso a su mano que después depositó en el nombre.  Se levantó lentamente, y emprendió el regreso.  Antes de enfilar la avenida que le llevaría a la puerta del cementerio, se detuvo un momento y volviendo la cabeza hacia la sepultura la dijo:

-Volveré otro día. Necesito estar aquí, a tu lado.  Necesito encontrar la paz que reina en ese lugar porque en ningún otro sitio la tendré.

Y lentamente, ya fuera del recinto, llamó a un taxi y regresó a casa de sus padres.  Era muy pronto y aún no se habían levantado.  Una de las sirvientas le preguntó si deseaba tomar algo:

- Un café, por favor.  Nada más.


Y poco a poco, frente al ventanal, se fue tomando el café y recordando el entorno en donde ella reposaba para la eternidad.  La angustia le ahogaba, No creía posible que estuviera viviendo algo como aquello,  Y pareció escuchar su voz, vertiendo el caudal de ternura que era capaz de transmitir, y pensó en las recomendaciones que le haría para el cuidado de su pequeña Helen.  ¡ Helen ! su hija, su pequeña que dormía tranquila ajena a la desgracia que había sufrido. ¿ Sería un buen padre? Tenía que serlo; ella se la  había entregado para que no estuviera solo y en ella volcaría todo el amor que guardaba para Perl.  pero ¿ cómo hacerlo  No tenía ni idea de niños.  Pero eso sería el menor de sus problemas. Volvería a Inglaterra y cuidaría de ella, se cuidarían mutuamente. Y sintió que tenía que verla, auparla entre sus brazos, besarla y mirarla, mirarla detenidamente buscando en su carita los rasgos de la madre.  Pediría ayuda a Lorraine y a Thomas.  Buscaría una casa y una enfermera que le ayudase en sus cuidados. Y la amaría como amó a la madre porque, ese cuerpecito tan frágil, era de ella también, de ambos.  Era la continuación de Perl. Y sintió la necesidad de ir a su encuentro, aunque fuese pronto, pero necesitaba abrazarla y hablarle, aunque no le entendiera. La amaba ¡ Ya la amaba ! y haría por ella todo lo que fuera necesario. ¡ Su hija ! Alguien planeado cuando todo les sonreía y que llegaba ahora cuando más la necesitaba.  La pequeña sería su motor para seguir adelante sin Perl.

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