lunes, 13 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 12 - Cambio de rumbo

Impacientes deseaban que llegase el fin de semana. Sería el último al menos en quince días, ya que los siguientes tendría guardias.  Tenían mucho de lo que hablar y de esas conversaciones, saldrían sus planes de vida más inmediatos. Maxwell la propondría convivir juntos, para de esa manera terminar de conocerse en la intimidad del día a día, y no sólo en  sus esporádicos fines de semana, porque esos encuentros los tenían más que aprobados, y además con buena nota.  El mal trago de la presentación oficial, había quedado atrás, ya casi olvidado, aunque presente en sus memorias a las primeras de cambio.  Pero nada enturbiaría ese encuentro, lo apurarían al máximo de manera que les sirviera de recuerdo en los fines de semana siguientes que no estarían juntos.  El tiempo se detendría. Habían acordado pasarlo en el apartamento de él. Las conversaciones esperarían, al menos hasta que ellos tuvieran su encuentro, ya que a lo largo de la semana, se habían visto, pero no encontrado de la forma en que ellos solían hacerlo.  Estaban impacientes y fue lo primero que hicieron: ir al dormitorio, del que no saldrían ni siquiera para almorzar;  lo hicieron a media tarde. Se ducharon juntos, se vistieron juntos, y juntos se encaminaron al salón y después de tomar un piscolabis y brindar por su unión presente y futura, decidieron plantear todo lo que conllevaba el matrimonio.

En algunas cosas estaban totalmente de acuerdo, pero en otras las discordancias eran fuertes, y eso se convirtió en tensión, en no aceptación de algunos términos y al final en una bronca memorable. Había sido la primera de ese calibre.  Ni siquiera se miraban: estaba claro que habían cosas que eran infranqueables ¿ cuáles?  Ellos lo sabrían, pero estaban furiosos, y el enfado no se les pasaba.  Habían perdido la noción del tiempo, pero la luz del día era mortecina, lo que significaba que habían pasado algunas horas. ¿ Qué hacían allí ? uno separado del otro, sin hablar, sin dirigirse la palabra, en completo silencio. ¡ Era absurdo ! pero pensaban que menos mal lo habían descubierto a tiempo, antes de que fuera irremediable.  No estaban hechos el uno para el otro; esa discusión lo había dejado claro, y si a eso se unía la disconformidad familiar, la discrepancia tomaba un tamaño colosal.  Mientras permanecían haciendo el amor, era fantástico, pero no todo consistía en eso. La vida de casados es más compleja, en la que surgen problemas a diario y a veces de difícil solución, y para arreglarlo hay que estar de acuerdo, y ellos habían dejado claro que no siempre era así.

No pudiendo resistir más, Perl se levantó y se dirigió al dormitorio . Se vistió recogió todo lo que había llevado para pasar el fin de semana, y sin decir nada, se encaminó a la puerta: tenía que irse.  Aquello había terminado y cuanto antes dejase aquella casa, mejor.  Él la miraba impactado, pero tampoco dijo nada, quizá pensando que era mejor dejarlo tal cual y cuando estuviesen calmados, sentarse más tranquilos y hablar.  No la retuvo.  No se despidieron. Ella cerró la puerta con el corazón desgarrado:  no la quería tanto como decía.  Ni siquiera había hecho intento de retenerla, de acariciarla buscando la reconciliación.  Todo había terminado; había sido un espejismo, bonito mientras duró, pero estaba claro que los padres de él tenían razón: no eran compatibles.  Tenían distinta formación y distinta forma de pensar.

Al llegar a la calle, llamó a un taxi y le dio su dirección.  Al entrar en su casa, se desplomó dándose cuenta de que acaban de romper un sueño maravilloso, probablemente irrealizable tal y como lo habían soñado, pero había quedado claro que no podía ser.  Se echó a llorar, porque para ella si era un sueño a realizar, pero estaba visto que para él era distinto. No hubo llamada de teléfono, ni ese día ni los siguientes; nada, como si no se hubieran visto jamás. Nadie en el hospital se dio cuenta de la tormenta interior que esta ocurriendo en Perl; ella se mostraba igual que siempre, es más, conseguía ahuyentar su decepción volcándose en las personas que necesitaban una palabra amable.

Decidió volver a Burton en la primera oportunidad que tuviera.  Allí, aún a pesar del recuerdo de su primera noche, estaba más tranquila, más sosegada.  Posiblemente porque lo que buscaba era precisamente eso: recordar su primera vez.  Pero en esta ocasión no salió a pasear por el pueblo; nadie la vio o  desde muy lejos.  Tampoco iba a estar mucho tiempo, sólo un par de días para despejarse.  Había pasado aproximadamente  mes y medio,  desde que se vieron por última vez.

Algo la estaba pasando, pero que a un mismo tiempo se negaba a creer. No podía ser cierto; aunque si  podría serlo. Coincidían las fechas y su falta.  Se echó las manos a la cabeza.  Esperaba cualquier cosa menos ésto.  Recogió todo en el cottage y decidió volver. ¿ Cómo había podido ser?

- ¿ Cómo no va a ser, tontorrona ? ¿ Acaso no hicisteis el amor?  No tuvisteis cuidado y he aquí el resultado. No, no, no.Esto no- se repetía ella misma.

Pero el hecho es que había ocurrido, y ahora debía pensar en cómo resolverlo.  Lo primero hablar con él.  No quería hacerlo porque pudiera interpretarlo como una presión, aunque muy lejos de serlo. Nerviosa tomó su teléfono y en la agenda marcó su número.  Nadie respondió.  Lo volvió a intentar en dos ocasiones más con el mismo resultado. y se dio por vencida.  Volvería a llamar al día siguiente.  Pudiera ser que estuviese ocupado y desconectado el teléfono.  Pero no tenía paciencia, porque los nervios apremiaban y antes de acostarse, lo volvió a intentar con el mismo resultado.  Se le ocurrió llamar a su apartamento o a casa de sus padres, aunque pensaba que allí sería el último sitio en el que estuviera.

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