sábado, 11 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 10 - Fin de semana

Y salieron a cenar de muy distinta manera que la otra vez en que lo hicieron. Ahora  le había propuesto una forma de vida; entonces eran amigos, y ahora buscaban algo más que amistad. La tomó de la mano. Quizás era el primer contacto de su piel; sus saludos anteriores eran estrechando la mano, ahora también, pero de distinta manera, porque al tiempo que la tomaba de ella, la acariciaba con su dedo pulgar.  Y percibía su piel, suave, cálida, y una oleada de ternura le inundó transmitido a ella también.  Le miró al notar su caricia y le sonrió. Maxwell no pudo evitarlo: se paró en seco y la besó.  Hacía mucho tiempo que deseaba hacerlo, pero ahora  no lo pudo reprimir.  Ella, al notar la caricia, cerró sus ojos, aspirando el momento.  Y el tiempo se detuvo entre ellos.  Él contemplaba su cara relajada con los ojos entornados.  Sus brazos apretando los de él en un abrazo sutil. Y él contemplando de cerca su rostro relajado, sonriente y ¡ feliz !

¿ Esperaba una brusca retirada por parte de ella? Probablemente sí, pero no lo hizo, y eso le llenó de alegría interior y de una fuerte esperanza.  Todo iba a marchar bien . Conseguiría convencerla, lograría enamorarla y se casarían, dejando atrás dudas y malos rollos familiares. Cenaron en armonía, sin parar de hablar y haciendo planes de futuro.  Se tomaban de las manos, sonreía y él  se recreaba en su mirada.  ¿Cómo había sido posible en tan corto espacio de tiempo haber cambiado tanto la situación entre ellos?  Ahora estaba seguro que serían felices y se pondrían al mundo por montera si fuera necesario.  Se verían al día siguiente y al otro, y los otros que le siguieran.  No se separarían más que lo suficiente para cumplir con sus trabajos respectivos. Y hablaría con sus padres y les anunciará sus intenciones.  Se sentía optimista; todo saldría bien, no tenía la menor duda.

Y pasó esa semana y otra más. Y a la siguiente, proyectaron pasar  juntos ese fin de semana que ella tenía libre, pero no en la ciudad. Perl quería enseñarle su refugio, como ella lo llamaba. A Maxwell le entusiasmó la idea de conocer algo más de lo que era y había sido su vida anterior a él. Y, por qué no decirlo, la posibilidad de acostarse con ella por primera vez.  La quería sin concesiones, profundamente y  de igual manera la deseaba, pero trataba de frenar sus impulsos hasta que ella le diera alguna señal.

Hicieron un alto en el camino para desayunar y en poco más de tres horas, habían llegado a Burton. Perl hizo un recorrido por lo más principal del lugar para que lo conociera, y Maxwell se mostraba encantado: era un pueblo precioso, típicamente inglés, bien cuidado, tranquilo y allí el coche, en realidad no se necesitaba como no fuera para trasladarse a otro lugar.  Entraron en el supermercado y se abastecieron para pasar los dos días en el cottage.
 Y ante él estaban. Aparcaron el coche, y Maxwell se quedó mirando la casa y el entorno.  Ambos le encantaban y echó un vistazo a su alrededor.  Nunca lo había imaginado tan bello.  La miró sonriendo absolutamente feliz:

- Este es un lugar maravilloso para vivir el amor. No entiendo como no vives aquí todo el año

- ¡ Maxwell ! Mi trabajo está en Londres. Todo lo más que puedo conseguir aquí es un trabajo  en algún consultorio, y además si lo hubiera hecho, no te hubiera conocido.

- Cierto.  En eso tienes razón, y bendigo esa hora.

Terminaron de instalarse y al fin se sentaron en el sofá uno junto al otro. Habían encendido la chimenea y ese calor, y esa luz del fuego,  hacía que el entorno se hiciera diferente, con magia, invitando al amor. Uno al lado del otro se miraban y al fin acortaron la distancia que les separaba para unirse en un largo beso. Lo que llegó después, fue sencillo, porque ambos lo deseaban, y expresaron sus sentimientos abiertamente, sin prisas, sin agobios sólo con deseo y amor.

Permanecían abrazados sin hablar, simplemente analizando lo que acababa de ocurrir. ¿ Lo habían premeditado? Seguramente, porque ambos sabían que sería difícil en un lugar tan romántico como era aquél, estando los dos solos y amándose, que aquello no tuviera consecuencias.  Y las tuvo. Fue espontáneo porque ambos lo deseaban, simplemente pasó y ellos lo disfrutaron como quisieron.

Y el fin de semana pasó como un suspiro, y temían separarse. Esos dos días vividos ellos solos, eran impagables, y tardarían siete días en volverlos a recuperar, aunque en esa ocasión no sería en ese maravilloso lugar, sino en el apartamento de él o en el de ella, donde Perl decidiera.  Todo había cambiado;  ahora se conocían más en esa faceta tan importante en la vida de una pareja, aunque aún debía pasar más tiempo hasta que ella diera el visto bueno para unir sus vidas  para siempre.  Él debía hacer un trámite lo más rápidamente posible, y sería dar a conocer a sus padres que había decidido formar una familia y elegido a la mujer que le acompañaría en ese camino, y no sería precisamente la persona en la cuál ellos habían puesto sus ojos, que no era Lorraine precisamente.  Pero ya lo arreglaría.  Si acaso pusieran inconvenientes, igualmente se casarían, así que ese tema lo tenía muy claro: dijeran lo que dijeran, y pasase lo que pasase,  serían marido y mujer.

Lo discutirían en el próximo fin de semana que estuvieran  juntos, pero antes quería notificar a sus padres la decisión que habían tomado.  Y también se planteó qué hacer si acaso se opusieran a que se la presentaran, es decir rechazarla de plano, cosa altamente probable.

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