miércoles, 8 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 6 - Vacaciones

Y cada uno siguió con su vida. Tardarían en verse. Perl había tomado unas pequeñas vacaciones de días que había trabajado  y le debían por guardias hechas. Maxwell, intensificó más su horario de rehabilitación, mejorando ligeramente sus movimientos.  La próxima vez que se vieran, la daría esa sorpresa, pero  no estaba resultando como él deseaba.  Aunque desde casa, debía atender su trabajo en la empresa familiar, que había dejado de lado a raíz del accidente. Su padre y presidente, le apremiaba a hacerlo.  Le daba la mañana libre para que acudiera a rehabilitación, y le facilitaba el poder trabajar desde casa, pero no podía permanecer ocioso por más tiempo; los consejeros habían presentado alguna que otra queja: o dejaba el puesto o se reintegraba al trabajo.  Así que no tuvo más remedio que tomar las riendas de su empleo.  Ésto le había dificultado el verse más a menudo con sus amigas, especialmente con Perl, pero ella también tenía sus obligaciones a cumplir.


 Y lentamente pasó un mes largo desde que estuvieron juntos; Ni siquiera tenían contacto telefónico, ya que lo ignoraba y no podía llamarla al hospital.  Pero deseaba salir con ella.  Era la única persona que comprendía su situación, sus bajones de moral, que los tenía, ya que la recuperación era demasiado lenta y pensaba que nunca se llegaría a recuperar del todo.  Pero al menos se conformaba con dejar las muletas y utilizar como mucho algún bastón.  Cuando pensaba que se quedaría  cojo de una pierna, sentía rabia, pero no podía hacer nada, más que aplicarse al máximo en la rehabilitación.  Pero entre tanto, los meses pasaban. Y llegó el verano. Él iría a un balneario que le habían recomendado y ella a su casa-refugio en los Costwolds, heredada de su abuela. Deseaba venderla, ya que la habitaba muy pocas veces, pero al mismo tiempo le daba pena deshacerse de ella, y por una extraña razón la mantenía, llevándose el mantenimiento la cuarta parte de su salario como enfermera.  Pero cada vez que acudía al lugar, la contemplaba como si tuviera un palacio, y la reconfortaba saber que entre esas cuatro paredes, había transcurrido la vida, no sólo de sus abuelos, sino también la de su madre cuando era niña.  Y ese pensamiento hacía que renunciase a la idea de deshacerse de ella.  Y allí, en aquél lugar idílico, pasaría sus vacaciones.  Encontraba tranquilidad, paz y silencio, que era lo que más echaba en falta.  Pero además gozaba de un paisaje de cuento, con lo cual, el tiempo que pasase allí, sería como una inyección de vitalidad para  emprender un invierno complicado en urgencias.

Nadie más que su amiga Annie, conocía su destino vacacional.  Tampoco sus otros compañeros se habían interesado por averiguarlo, así que preparó un ligero equipaje y al día siguiente emprendería sus vacaciones rumbo a Burton on the Hill.  Allí no haría nada, solo pasear por las mañanas temprano y ver televisión, leer alguna novela romántica, y si acaso, algún día acercarse al pueblo y saludar a algún amigo que se encontrase.  No quería más, no necesitaba más.  Estaba cansada y deseaba no crearse obligaciones, sino estar tranquila y hacer lo que la viniese en gana, únicamente.

Annie iría de viaje junto a su novio, pero la prometió que, a su regreso, pasarían un par de días juntas. Se besaron, se abrazaron  como despedida, y Perl, puso el coche en marcha rumbo a los Costwolds, sin demasiado entusiasmo, dicho sea de paso. La hubiera encantado ir con su amiga a algún viaje fuera de Inglaterra, pero tres son multitud, y ahora Annie tenía su cabeza y su corazón ocupados siempre.  Su lugar era ahora no estorbar.

Tres horas más tarde, entraba en Burton.  Todo permanecía inalterable, sus casas con jardines llenos de flores, su silencio, su poquísima gente por la calle, en fin, el tiempo se detenía en aquel lugar.  En cinco minutos estaba frente a su casa, que como todas, se mantenía inalterable.  Descargo su única maleta y abrió la puerta. Una bofetada de olor  a humedad y vacío fue su saludo.  Abrió las contraventanas para que entrara la luz del día y ventiló el salón, recorriendo una por una las tres habitaciones de las que constaba la vivienda.  Fue hasta la cocina, enchufó el frigorífico y conecto el dispositivo que daba luz eléctrica a la vivienda.  Todo lo hacía mecánicamente, como siguiendo una ruta, y en cierto modo así era, ya que eso mismo hacía cada vez que llegaba.  Antes que nada, debía ir al pueblo y comprar alimentos y alguna que otra chuchería que se le antojase.  Entró nuevamente en el coche y se dirigió al supermercado.

Y en ese establecimiento se encontró con Mitch, su dueño y amigo  desde la infancia, y eterno adorador de ella.  Después de saludarse, quedaron para cenar esa noche en el restaurante  más importante de la localidad.  Para Perl, era simplemente un viejo amigo y entrañable de hacía tiempo, pero para él, ella era algo más, aunque sabía que inalcanzable, máxime después de que se casara, se divorciara y convirtiera en padre.  Demasiadas cosas para alguien que no tenía el más mínimo interés sentimental en él, pero al menos sería un buen amigo.  Y con eso se conformó.

Se verían con frecuencia después de cerrar el establecimiento, y tomaban alguna cerveza en algún pub. Se contaban su vida transcurrida entre vacación y vacación, ya que Perl, en contadas ocasiones volvía al lugar fuera de las vacaciones estivales.  Ni siquiera algún fin de semana, y menos en invierno, con lluvia o con nieve:  demasiado deprimente para ella.

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