domingo, 19 de julio de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 23 - La carta

Había pasado una semana desde que Perl fuera sepultada, y en el cajón de la cómoda, seguía el sobre portando los documentos que le entregara el abogado.  Había intentado abrirlo, pero cuando lo tenía entre sus manos, lo volvía a guardar. Había entregado las cartas correspondientes a sus padres y hermano. Había cancelado las cuentas pendientes y puesto al día el banco a nombre de su hija.  Le quedaba ir al apartamento y debía hacerlo pronto, ya que el arrendador le había dado un plazo para desmontarlo.

Y decidió hacerlo aquella mañana, además no podía demorar mucho su regreso a Tokio para liquidar todo lo pendiente que allí tenía y regresar  para establecerse definitivamente en Londres.


  Pidió al conserje del apartamento que ocupara Perl, las llaves y acompañado por él entró. Le indicó que deseaba estar solo y el hombre asintiendo, así lo hizo. Pareciera que le hubieran clavado en la entrada.  Aún se percibía el olor a ella.  Al ambientador que utilizaba para perfumar las estancias. Entró en su dormitorio; todo estaba en orden como ella lo dejara.  Abrió el armario y acarició sus vestidos, su ropa interior, suave, delicada , perfectamente doblada. Y levantó un camisón, uno que recordó de inmediato, y lo acercó a su cara rozando su mejilla con él y a su nariz, sintiendo su perfume, su preferido.  Era como si tomara vida de repente, como si estuviera allí, arreglándose y él la esperase.  Pero nada de eso era cierto. Contemplo la fotografía de él que tenía en su mesilla de noche, y el pequeño reloj despertador que marcaba una hora concreta, parado, como si fuera la hora que marcaba, en la que ella dejó de existir.  Dos lagrimones resbalaban por su mejilla, que secó de un manotazo.  En el pequeño tocador su cepillo del cabello, un peine con el filo plateado, un espejo doble, tarros de perfume y un retrato de ellos dos juntos, y otro de sus padres.

Todo era doloroso y punzante;  todos esos objetos eran conocidos por él, pero nunca les había prestado atención, y sin embargo ahora eran importantes, al ser retazos de una vida ya extinguida. Y  más de lo mismo en el cuarto de baño: su gel de ducha, su crema de cuerpo, su cepillo de dientes... En una pequeña bandeja de porcelana, había una sortija, una cadena con un colgante y unos pendientes haciendo juego y su reloj de pulsera.  Lo tenía todo calculado; lo dejó todo, seguramente el día de su ingreso en el hospital para que nada se extraviase.  Eran objetos que ella apreciaba y que guardaría, no sólo porque eran de ella, sino porque debía heredar su hija en recuerdo de su madre.

En una caja de cartón depositó los cuadros, las fotografías, alguna pequeña figura de porcelana, su móvil y su despertador.  Todo eso era muy de ella.  Revisó por si dejaba algo, y al comprobar que había guardado lo que ella deseaba, salió cerrando la puerta tras de sí y portando toda su vida en aquella caja de cartón.

Dio instrucciones al conserje de que sería el abogado quién definitivamente le devolvería las llaves. Salió de allí con un nudo en el estómago.  Al llegar a casa, se puso en contacto con Perkins notificándole que todo estaba en regla y que había recogido las cosas de Perl del apartamento, y lo que aún quedaba, se podía avisar a los servicios sociales.  Esta penúltima etapa estaba ya cerrada.

Llamó a su hermano y le dijo que se pasaría por su casa en cualquier momento, y le daría cuenta de sus gestiones.. Aún él no había leído la carta que Perl le dejar, algo que no extrañó a Thomas..  Todo creía estar en orden cumpliendo los deseos de ella.

- He de regresar a Tokio y cancelar todo lo que allí tengo.  Regresaré lo antes posible. Os voy a pedir un favor:  y es que cuidéis de Helen mientras esté fuera, que no será mucho. Me parece un viaje muy pesado para ella que es tan pequeña.

- No tienes que explicar nada.  Además el favor nos lo haces a nosotros. Lorraine está enamorada de la niña, así que haz lo que tengas que hacer y tómate el tiempo que estimes oportuno- respondió Thomas

 -Di a Lorraine que  busque una enfermera para Helen, para que la ayude con ella.  No importa sueldo, pero si que tenga experiencia.  Y ahora te dejo; voy a leer la carta que escribió para mi.

Con mano temblorosa, extrajo del cajón donde guardaba el sobre grande, y de él, uno alargado, blanco, en el que resaltaba un nombre: " Maxwell".  Se estremeció al ver su letra y su nombre. Había pensado en él.  Ignoraba lo que diría dentro, pero sabía que le recordaba y aún le amaba. ¡ Tanto ! que fue capaz de sacrificar su vida por darle esa hija.  Lloraba contenidamente; la pena le atenazaba y el sentido de culpa, volvió de nuevo a su mente.  Al fin se decidió a leerla.

A mi siempre bien amado Maxwell:

Porque si, fuiste muy bien amado y pienso que yo también. ¿ Por qué, al final no nos entendimos? Ahora ya no importa. No me extenderé mucho, porque sé que cuando la leas te dolerá, y lo último que deseo es hacerte daño.  En nuestros planes de futuro, nunca entró la enfermedad, y sí los hijos.  Las enfermedades llegan por sorpresa, y Helen, nuestra hija, también lo hizo.  Supongo que serás el encargado de criarla y educarla.  Te pido que cuando sea mayor la hables, siquiera un poco, de mí.  Que me conozca sana; afortunadamente no me vio  con el deterioro.  Quiero que tenga un buen recuerdo mio.  Ámala con todas tus fuerzas, por ti y por mi, que no podré disfrutarla. Cuando creas que tiene edad suficiente, entrégale la carta que escribo para ella. En verdad te amé no sabes cómo y cuánto. Cuando leas ésto, ya no estaré aquí y  sé que estarás apenado. Supéralo, haz de cuenta que seguimos enfadados y lejos. Céntrate en nuestra pequeña, y cada vez que la beses, hazlo también por mi.

   Te quise, te quiero y te seguiré amándote más allá de la vida y de la muerte.  Perl.

Le había amado siempre. Ni un reproche ni un por qué. En su corazón sólo había sitio para el amor, y él lo había desperdiciado.  Se mesaba los cabellos lleno de furia ¿ En qué mal momento inició la conversación que les llevó a separarse?

Apretaba la carta contra su pecho como para grabar en él aquellas palabras  tan hermosas y tan sentidas, sabiendo que eran su despedida, y que no supo nunca si él llegaría a leerlas.  Acariciaba cada renglón por donde seguramente sus dedos rozarían el papel. Y la volvió a leer, y con ella en las manos, se quedó dormido.  Y soñó con ella, con  su sonrisa, con su voz, con los mohines que hacía cuando simulaba que estaba enfadada y en ese hoyito en la comisura de los labios que formaba aposta para que él la besara. Y la besaba muerto de deseo y ella reía, reía sin parar.  Es así como la recordaría siempre: juguetona, risueña y amante entregada al amor de su vida. A ese amor que surgió de una forma extraña y que se consolidó también extrañamente, pero que también se perdió de igual manera.

Se despertó muy entrada la noche, En su memoria guardaba el regusto dulce del sueño con Perl, pero que luego se volvió agrio al comprobar que todo había sido eso: un sueño.  Dobló nuevamente el papel y lo introdujo en el sobre y, junto con la dirigida a su hija, nuevamente lo guardó entre los recuerdos más preciados de ella. Pero al hacerlo, vio que había otro sobre que no había visto. Lo sacó y comprobó que tenía un membrete  oficial de un laboratorio. ¿ Sería el resultado de alguna biopsia realizada y traspapelada con los documentos entregados por el abogado?  No estaba cerrado, así que levantó la solapa del sobre y extrajo un folio. Efectivamente  era el resultado de una prueba pero no de una biopsia, sino de un análisis de ADN, referente a un bebé, practicado a través del cordón umbilical a su nacimiento.  Siguió leyendo, pero todo era técnico y no entendía.

- No habrá sido capaz de hacer ésto - se dijo, pero estaba en lo cierto: era el resultado de lo que imaginaba. Y eso le dolió, le dolía que ella desconfiara de él, que pensara que llegaría a dudar de ella,  de que el bebe nacido no fuera suyo. ¿ Por qué había obrado así ?  Consultó el reloj, y a pesar de que la hora sería un poco intempestiva, se decidió a hablar con Perkins

- ¿ Dígame ?

- Señor Perkins soy Maxwell Thompson. Deseaba preguntarle por un sobre que ha adjuntado junto con las cartas de Perl, y demás documentación; entre ellas, acabo de descubrir otro de un laboratorio y se trata de una prueba de ADN ¿ Puede explicarme si es un error o a qué se debe ?

-Señor Tompson , Perl dejó dicho que en cuanto naciera su hija, sacaran la prueba  del ADN, para posteriormente que usted hiciera la suya y de esta forma comprobar....

- No lo diga siquiera. ¿ Para demostrar que es mi hija?   ¿Es por eso ? ¿ Por qué ? ¿ Qué motivos tenía para pensar eso ?

- Verá, es complicado, pero ignora mucho de lo que ella pasó para dejar todo arreglado.  Ella trató de establecer contacto con ustedes, más concretamente con sus padres, y para ello fue a su casa , pero no la recibieron, sabiendo ella que estaban en la vivienda.  Imaginó que ahora dudaban aún más  que de  ese embarazo usted no era el autor.. Ese fue el motivo de hacer esta prueba, en el mismo quirófano en que le hicieron la cesárea.  De usted no dudaba, pero sabía que su señora madre si lo hacía.

- ¿ Para que fue a verla ?  Ellas no se llevaban muy bien

- Fue para  anunciar la enfermedad que tenía y pedirla que su hijo estuviera con ellos. Pero ni siquiera la escucharon. Y entonces tomó esa decisión para que no le discriminaran al pensar que era hija de un fraude, siendo la legítima hija de usted.  Ahora ya lo sabe. No hubiera querido decirle nada, pero...

- No se preocupe Perkins. Creo que le tendré que consultar más cosas sobre este asunto. ¿ Le importaría ser mi abogado? Es un hombre serio y  leal con ella, para mi es motivo suficiente para apreciar todo cuanto hizo por Perl.  Créame, estoy destrozado. Voy a volver a Tokio para cancelar todo lo que allí tengo, y en unos días estaré de regreso.  Si algo surgiera, póngase en contacto con mi hermano.  Para todo lo que precise;  y de nuevo gracias por todo lo que hizo por ella y por mi pequeña.  Le llamaré cuando esté de regreso

- A su disposición siempre -. Y colgaron el teléfono

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