sábado, 1 de agosto de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 41 - Aviso de peligro

Y aguardó impaciente a que Helen se levantara, y al hacerlo y entrar en la cocina, en donde Maxwell tomaba un café, no le dio los buenos días, sino que le dedicó una mirada despectiva y siguió de largo. Se lo temía, no le pilló por sorpresa.  Se levantó como un resorte, y tomando a su hija por el brazo, entre las protestas de ella, la condujo hasta el salón.  Allí cerró la puerta, porque sabía que iban haber gritos y no que quería que Ruth los escuchara. 

Por primera vez, su padre se mostraba muy enfadado, más de lo normal y ella le estaba juzgando sin ningún derecho para hacerlo.  Hasta ahora, había sido un padre ejemplar, y no por haberse tomado un rato de asueto, había dejado de serlo.  Nunca había permitido que nadie controlara su vida, y ahora no iba a ser el comienzo.  De ninguna de las maneras. No había cometido ningún delito, sólo se había refugiado en los brazos de otra mujer, porque a la que deseaba con todas sus fuerzas ya no existía ¿ Qué de malo había ?


Helen escuchaba las explicaciones que le daba, pero ella cerró su mente y no quería comprender lo que a su padre le movía. Se lo dijo claramente, sin ambigüedades la había explicado el motivo por el que un hombre se acerca a una mujer aunque no la ame.  En su cabeza juvenil, despertando a la vida , sólo entendía que ya no amaba a su madre, que la había olvidado, y que nunca admitiría a esa mujer ocupando el lugar de Perl. Además se había sacrificado para que ella viniese al mundo, y la debía fidelidad al máximo y su padre no lo estaba siendo.

Cuando hubo terminado de explicar los motivos de su encuentro con Charlotte, cerró con un broche que no esperaba por parte de su hija:

- Muy bien, pues en lo sucesivo deseo vivir en otro sitio.  No deseo verla, ni cruzarme con ella en el camino, así que hablaré con los tíos y si aceptan, viviré con ellos.  Así no tendrás que preocuparte en guardar las apariencias.  Y ahora ¿ puedo irme ya ?

Con dolor y estupefacción Maxwell escuchó las últimas palabras de su hija.  Le había dado un ultimátum.  Si cedía en ello, sería la primera cesión de las siguientes que seguramente vendrían.  No creía haber cometido ningún crimen.  Pero también le dolía la respuesta de ella; renunciaría a todo por no perderla. Era su único amor sobre la tierra y a ella había consagrado su labor como padre.  No podía, ahora, por una chiquillada echarlo todo por la borda.  Debía sacrificarse una vez más y esperar, siempre esperar ¿ a qué ? Pues a que Helen madurase más y  encontrase un amor que la hiciera comprender  lo que él acababa de explicarla. Entonces sería "su hora". ¿ Cuánto tiempo pasaría?  Años, hasta que eso ocurriera, ¿y si no pasase...?


Lo que no estaba dispuesto era a acatar imposiciones absurdas de parte de una chiquilla.  Pero la veía capaz de cumplir su amenaza, y por ello, se puso en contacto con su hermano para ponerle en antecedentes de lo ocurrido.  Debía regresar a Londres, es lo que había pensado antes de todo el cataclismo desatado, no para hablar con Thomas, sino con Perl en su sepultura.  Ahora lo haría ,y se entrevistaría con Thomas y Lorraine para explicarles el problema planteado con una cría que ni siquiera había despertado a la vida.

Llevaría a Helen con él, a ver si Thomas la hiciera entrar en razón.  No pretendía que quisiera a Charlotte como a su madre, pero sí al menos que la respetara, si acaso fuera la elección de su padre.

Pensó acudir al cementerio mientras ellos hablaran con su hija, y consiguieran llegar a un acuerdo.  Si no fuera a así, de nuevo se sacrificaría por ella. Con dolor por lo que de significado tenía, admitió que su responsabilidad era Helen, y mientras impusiera su criterio, sabía que lo aceptaría y renunciaría de nuevo a la posibilidad de ser algo más feliz.  Sabía de antemano el resultado de la conversación que pudieran tener, y por eso, se preparaba mentalmente para no volver a estar con Charlotte, por mucho que le costase.


Cuando llegó frente a la tumba, hizo lo mismo de siempre: se sentó en una esquina, de este modo la sentía más cercana.  Con la cabeza baja, hizo acopio sobre todo lo que tenía que hablarle, como si en verdad ella le escuchara:

- Está resultando todo muy difícil; es cabezota y además después de leer tu carta, no quiere ni oír hablar de que tenga alguna  relación. No estoy enamorado de Charlotte, pero la tengo afecto.  Ella está sola y yo también, porque la niña está empezando a tener su peña de amigos y los fines de semana se reúnen todos. 


-Yo permanezco en casa solo, porque, ni Ruth está. Helen ha desarrollado, se está haciendo mujer, amor mio.  Y a cuenta de eso, tuve que llamar a Charlotte para que hablase con ella, pero su hostilidad, no despareció a pesar del cariño con que la trató explicándola el proceso por el que pasaría a partir de ahora. Anteayer nos citamos para cenar  como reconocimiento al favor que me había hecho al hablar con la niña.  Después de la cena ... Bueno esa parte la omitiré; no me parece bueno que te comente eso. No te olvido Perl; te quiero muchísimo como siempre.  Sigues siendo el amor de mi vida, pero...Te necesito y no te tengo.  No deseo una relación, pero al menos alguna noche salir a cenar y si se tercia ...
Es absurdo que te esté contando esto; no es ético ni normal. Sólo quiero que haya armonía en nuestras vidas, nada más. No voy a casarme. Siempre estarás tú. Sólo quiero que me perdones por haberte sido infiel. Me siento ¡ tan culpable ! Te querré siempre, amor mio. Nadie ocupará tu lugar, pero has de ayudarme con Helen, por favor. Cada día me veo en una dificultad nueva y no sé cómo tratarla, ni que argumentos emplear para convencerla que  no hay nadie que pueda reemplazaros, absolutamente nadie.

Y salió de allí lentamente, como siempre, y como siempre llevaba el regusto amargo de haber hablado con alguien y no haber obtenido respuestas para sus dudas.

Iría a casa de su hermano a ver cómo había ido la entrevista con Helen, y si habían conseguido que entrara en razón.  La única persona que podría aclarar si estaba bien o mal lo pasado con Charlotte, permanecía muda bajo una losa.  ¿ Qué hubiera pensado ella si viviera y siguieran separados? No se habría dado la ocasión, porque aún enfadados, estarían juntos.  La lección aprendida , había sido demasiado dura como para no tenerla en cuenta. Fuera enfados sin dialogar y reconciliación. Pero por desgracia, siempre se aprende tarde, cuando no hay remedio para ello.

Respiraba con dificultad. Aspiró aire y lo expulsó, y por algunos instantes se relajó.  Estaba nervioso y en tensión.  Deseaba llegar cuanto antes a casa de su hermano para saber si habían conseguido que entrara en razón o por el contrario seguía en sus trece.  Estaba aparcando el coche a la puerta del domicilio de  Thomas,  al hacer una maniobra con el volante, sintió una punzada en el pecho que hizo se llevara la mano como para protegerse.  La cabeza le estallaba. De repente las sienes batían deprisa la sangre con latidos muy fuertes.  La vista se le nublaba.  Se alarmo temiendo lo peor, y a duras penas pulsó el número de su hermano en el teléfono.  Thomas respondió a la llamada, pero lo extraño de su voz  hizo que   no terminara  de reconocerle. No podía hablar.  Notaba que por momentos iba a perder el conocimiento, y sólo le pudo decir

- Baja, deprisa...- y después se cortó la comunicación.

Thomas se asustó.  No entendía a qué se debían esas palabras y quién las pronunciaba, se asomó  a la ventana y vio el coche de su hermano aparcado en la puerta , y él con medio cuerpo fuera del automóvil.  Algo le ocurría. No esperó siguiera al ascensor, bajó los tres pisos que le separaba de la calle, seguido de Lorraine y Helen, alarmadas sin saber qué era lo que ocurría.

Estaba pálido, semi inconsciente, y con una mano se agarraba el pecho.  Thomas no lo dudó ni un instante. Con el mismo teléfono de su hermano, pidió una ambulancia. Lorraine abrazaba a Helen que desesperada lloraba inconsolable.

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