domingo, 9 de agosto de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 49 - Solos

Se abrazó a ella apretándola fuerte contra su pecho.Ambos estaban muy emocionados.  Charlotte lo había deseado desde que le conociera, pero ante la decisión de él, nunca quiso compartir su sueño con Maxwell.  Y sin embargo se había cumplido: iba a darle un hijo; no había sido premeditado, pero sin embargo lo había conseguido.  Y mentalmente se acordó de Perl y vió en ello "su" mano, después de los sueños que, en su día,  él la contara.  La felicidad reinaba entre ellos.  Helen se abrazó también a Charlotte llorando con ella.  Era tanta la emoción que sentían ambas mujeres, que en otro tiempo fueran enemigas y ahora, se habían convertido en las mejores amigas.

Hizo que guardara al menos un día de reposo, pero al tercero, Charlotte le pidió volver a Londres siquiera por un día; deseaba que la llevara ante la tumba de Perl: necesitaba hablar con ella, porque estaba segura que, desde el más allá , les había estado cuidando.  Y así lo hicieron.



Maxwell se apartó a un lado, porque su mujer deseaba estar a solas con Perl, e hizo lo mismo que él: se sentó en una esquina de la sepultura y emocionada comenzó a hablar con ella.  Fueron palabras sentidas desde lo más profundo de su alma, de pesar, agradecimiento y la pedía fuerzas para llevar a cabo la misión que no dudaba, ella, les había trazado.  Deseaba por encima de todo hacerle feliz. Que viviera nuevamente la felicidad y el orgullo de ser nuevamente padre y la agradeció su relación con Helen.  Nunca pretendió ocupar su lugar, pero siempre la tendría a su lado si la necesitase.  La iban a dar un hermano o hermana, daba igual, pero estaba segura que la haría más responsable, y apreciaría doblemente la misión que tuvo su padre desde que Perl faltó.

No sabía el tiempo que empleó en ello, tampoco importaba.  Se sentía en paz y volvió la vista hacia Maxwell, que la contemplaba alejado de ella.  Al final, se despidió de Perl con la promesa de que traerian al bebé cuando naciese para que ella también le conociera, aunque fuera de esa manera extraña que tenían de comunicarse, pero la necesitaba para que la guiase en la forma de hacer feliz al hombre del que ambas estaban enamoradas y que además merecía su amor.

Caminaban en silencio cogidos del brazo, reflexionando cada uno de ellos en sus pensamientos. Charlotte enjugó unas lágrimas de emoción, mientras él apretaba su mano con cariño.

Eran felices, se amaban y cada día que pasaba era uno menos para llegar a su meta: el casarse.  Ruth había quedado con unas amigas para pasar la tarde del sábado y ellos irían al cine.  Un plan de un fin de semana cualquiera, sólo que ese iba a ser especial.  Al finalizar la película decidieron dar un paseo y sin saber cómo, se vieron frente a la casa de Helen. Sus padres estaban en Londres, Ruth en la ciudad y ellos...

Helen introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta.  Estaban solos los dos, en la que sería su futura casa en cuanto se casaran, pero ahora, en aquel momento, era de ellos también.  Eran jóvenes, fogosos y habían contenido sus emociones durante mucho tiempo.  Ahora tenían la oportunidad de demostrar su amor.  ¿Cómo llegaron hasta eso? Sin pensarlo, sólo con la mirada, sus besos y sus caricias.


Sería la primera vez para Helen y no supieron medir sus deseos, sólo que se amaban y estaban solos. Pero al mismo tiempo estaban sobresaltados por si  Ruth tuviera la idea de pasarse por la casa. Helen se moriría de vergüenza si eso ocurriese, así que deprisa, hicieron la cama borrando las señales de su primera vez. Echaron un vistazo para comprobar que todo estaba en su sitio y salieron apresuradamente de allí.  Anduvieron a paso rápido para alejarse de allí cuanto antes, pero en un lado del camino, Jules se detuvo y ocultándose detrás de un árbol, la abrazó fuertemente al tiempo que la besaba de nuevo.

No había sido suficiente el encuentro.  Hacía tiempo que se besaban a la primera ocasión que tuvieran, pero no tenían comparación con lo que acababan de vivir y quería que ella lo supiera. Que deseaba que el tiempo corriese para hacerla su mujer, y que pudieran amarse a plena luz del día, sin esconderse como si lo que hicieran fuese un delito, siendo sin embargo el sentimiento más noble y sincero que sentía por ella.  Ambos estaban bastante acalorados, pero se tendrían que conformar con alguna caricia más o menos íntima, sin olvidar que estaban en la calle, ocultos de las vista de la gente, pero no deseaba que les sorprendieran y mucho menos que a ella la tildasen de algo que no era ni mucho menos.

Helen sentía pudor y bajaba la vista ante la intensa mirada de Jules, y aunque se ruborizaba, era completamente feliz, y deseaba lo mismo que él: casarse cuanto antes.

Caminaron despacio, dilatando el tiempo de la despedida, a pesar de que se veían a diario, pero el tiempo les parecía insuficiente. Cada vez que se miraban, Helen se ruborizaba y esquivaba la mirada de él.  Se había sentido verdaderamente amada, y pensaba que si la vida de casados era siempre así era como rozar el cielo con las manos.  Cuando llegaron a casa, ya habían llegado Maxwell y Charlotte. Los cuatro se sentaron a la mesa y cenaron entre risas de unos y otros.
Para Maxwell, no pasó desapercibido el gesto de Jules, apretando constantemente la mano de Helen. Era algo reconocible por él  por haberlo vivido con Perl, y una alarma sonó en su cerebro, pero de inmediato la desechó. Siguieron con bromas y anécdotas graciosas hasta que concluyeron la sobremesa.  Jules se despidió hasta el día siguiente y el matrimonio se quedó un rato en el salón viendo la televisión.  Pero no estaba tranquilo;  les había visto más cariñosos que de costumbre y eso significaba algo que no quería ni pensar, ni tampoco compartirlo con Charlotte, que seguramente le diría que eran exageraciones suyas sin ningún fundamento.  Pero esa idea no se le borró de la cabeza.
Tampoco hablaría con su hija, no debía hacerlo porque pertenecía a su intimidad y estaba visto que ya no era una niña, sino que se hacía mujer a pasos agigantados y en poco tiempo dejaría de ser su responsabilidad para pasarle "el testigo" a Jules, al convertirla en su esposa.

Con melancolía analizaba lo rápida que había pasado la vida. Creyó, iluso, que todos sus problemas serían entender a un bebé recién nacido, pero justamente eso, con ser importante, sería el menos de sus problemas.  No sabía cómo abordar lo que rondaba por su cabeza.  Lo mejor sería dejar pasar el tiempo a ver si ella, al menos con Charlotte se sinceraba, aunque lo dudaba si es que hubieran hecho algo que no era correcto.  Aunque mirándolo bien... él también lo había hecho y tuvo consecuencias.  Pero Helen aún era muy joven y no se la imaginaba con un bebé en brazos.  Movió la cabeza negativamente, como tenía por costumbre y decidió dejar esos pensamientos.

Charlotte le miraba de reojo al permanecer pensativo y silencioso, algo poco común en él, pero tampoco quería forzarle a que la comentase lo que le ocurría, y pensó que era una reminiscencia de lo vivido en el cementerio esa mañana.

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