lunes, 10 de agosto de 2020

Una casa en el campo - Capítulo 50 - Sorpresa

Al despertar del día siguiente Maxwell había despejado de su cabeza todos las dudas de la noche anterior. Cuando fue a desayunar, Charlotte ya estaba en la cocina con Ruth preparando los desayunos, y comentaban lo qué hacer de comida, y curiosamente, para él, fue una novedad el sentir que su mujer al mencionar una determinada comida, la entraban náuseas.  Nunca había vivido un embarazo.  No conocía ningún síntoma, ni el mal estado de ella cada vez que se despertaba, y las arcadas espantosas que la hacía correr de inmediato al servicio.  Nada de eso lo había vivido, pero era posible que Perl, también lo sintiera.  Ahora la vida le había dado la oportunidad de ser padre desde el mismo instante de su concepción, y disfrutar, y también preocuparse de cada síntoma que Charlotte sintiera.  Sabía que era temporal, que en dos o tres meses, todas esas angustias pasarían, pero también, que vendrían otras. Y miró a su mujer con infinita ternura agradeciéndola su estado, algo que no vivió con Perl y que seguramente estaría y se sentiría sola.


De improviso se sintió triste, muy triste, por ella. Por lo injusto de la vida y de lo generosa que se estaba comportando con él ¿ Lo merecía ?  Para él también fueron amargos los días que vivió en soledad, y lo mucho que la echó de menos, lo intenso de su amor por ella, y que hubiera dado parte de su vida por conseguir que Perl no hubiera sufrido tanto, porque no lo merecía.

Canturreando se les unió Helen, que desde hacía unos días, se la veía más alegre y risueña. Al entrar en la cocina, dio los buenos días a todos y dedicó una sonrisa a Charlotte que también la correspondió. No se podía creer lo que estaba sucediendo entre ambas mujeres; no lo sabía pero daba gracias porque todo resultaría más fácil y todos estarían más tranquilos sin estar siempre a la  defensiva.

El embarazo marchaba normal, y en las revisiones periódicas, nada hacia prever que surgieran complicaciones, teniendo en cuenta que Charlotte, sin ser mayor, tenía cierta edad, algo que preocupaba a Maxwell.  Y la felicidad y la calma se reflejaba en su trabajo: sus cuadros eran mejores y tenía más exposiciones de las que pudiera atender.  Los dibujos de Perl habían sido enmarcados por expreso deseo de Charlotte y colgaban de las paredes de su hogar, excepto uno que pidió   Helen:  presidiría el salón de su casa.

Los Perkins se habían hecho buenos amigos de los Tompson y no tardarían mucho en convertirse en familia. Es decir, la vida normal de una familia sin apuros económicos y con mucho afecto entre ellos.  Thomas y Lorraine, solían pasar los fines de semana en Burton; hacían barbacoas o asados en invierno.  Sus charlas se basaban en los problemas de la actualidad y en los surgidos con sus respectivos trabajos, como cualquier familia.


Jules y Helen salían al cine, o a alguna discoteca dejando que los "mayores" contaran sus respectivas batallitas.  Pero aquél día, a penas hacía media hora que habían salido, cuando llegaron muy alterados a casa.  La llamada para que le abrieran la puerta era imperativa. Estaba blanco como el papel, algo que causó alarma en todos ellos.  Traía sujeta por la cintura a una medio desmallada Helen, que a penas hablaba.

- ¿ Qué os ha pasado? - preguntaba Maxwell alarmado ante el aspecto desolador de su hija

- No lo sé. Íbamos charlando cuando de repente se puso pálida y no me dio tiempo más que a sujetarla para que no se desmayara.

- Llamaré de inmediato al médico.  Puede tratarse de una mala digestión, o una bajada de tensión.  Nunca la había ocurrido nada igual.

Bruscamente, Helen se incorporó y emprendió una carrera hacia el servicio. Charlotte fue tras ella indicando a todos que guardasen calma.  Ella sabía en esos momentos, mejor que nadie lo que podría pasar a su hijastra. Entró en el baño y a su lado aguardó a que se calmara.  Cuando estuvo más tranquila, la abrazó y la chica comenzó a llorar asustada. Charlotte imaginó la causa, pero no la quiso preguntar nada, sólo la dio un consejo mientras refrescaba su frente  con agua.

-¿ Estás mejor?- la preguntó

- Si. Ya estoy bien- respondió

- Bien. Tenemos que hablar pero ahora no. Diremos a todos que te ha sentado mal la comida, y esta noche cuando todos se hayan ido y estemos las dos a solas, deseo, con tu permiso, hacerte algunas preguntas.

- Charlotte ...

- No llores. Cálmate. Cuando hablemos esta noche trazaremos un plan. Ahora saldremos ahí, como si todo hubiera sido un corte de digestión ¿ de acuerdo ?  Ya me explicarás esta noche desde cuando te notas estos síntomas.  A papá déjalo de mi cuenta.  Y ahora vayamos fuera.



Todo parecía normal, pero tanto Maxwell como Jules, imaginaban algo que no querían ni pensar. Al aparecer las dos mujeres en el salón , el aspecto de Helen había mejorado, no sólo porque había echado fuera lo que la molestaba en el estómago, sino porque sabía que no estaba sola ante el problema que se planteaba.  Tendría que empezar a dar explicaciones, pero afortunadamente contaba con Charlotte, ella, por estar pasando por lo mismo, sabía cómo lidiar con la situación, sobretodo a la hora de decírselo a Maxwell.
  Jules, tampoco imaginaba nada, al menos aparentemente, aunque algo debía pensar.  Helen gozaba de excelente salud y era una casualidad que después de "aquél día" comenzase a tener problemas estomacales. 
 Deseaba y temía que todos se fueran a sus casas y quedarse solos. La impaciencia tanto en Helen como el Charlotte era grande y Maxwell no les quitaba la vista de encima, porque algo debía imaginarse.

Cuantas más ganas tenían de que Maxwell se durmiera, más tardaba en hacerlo. No eran así las cosas como se habían imaginado.  Mientras él estuviera despierto, no podría ir en busca de Helen. Pero él   intuía lo que estaba sucediendo y no podía parar, hasta que le preguntó a Charlotte:

- ¿ Puedes decirme lo que le pasa a mi hija?  Para nada he creído que tenía indigestión, a no ser que sea por otra causa que no quiero ni imaginar. Ya puedes decirme lo que ocurre, aunque lo pienso,  necesito confirmación. Sé que tú lo sabes; ahora estás más cerca de ella, y a ti te lo habrá contado mientras os habéis ausentado

- Prométeme que no te vas a poner hecho un basilisco. Lo que menos necesita ahora son voces.  Está asustada y necesita apoyo y no voces

- ¡ Lo sabía, lo sabía ! ¿ Cuándo ? ¡ Es una cría ! ¿ Es qué pensaba Jules?

- No es tan niña, Maxwell.  Es una mujer, quizá demasiado joven para tener esa responsabilidad, pero se ha enamorado, son jóvenes, se aman y...  No sé cuando, pero eso no importa

-¡ Cómo puedes defenderla !


- Porque tú también cometiste el mismo error, y su madre se vio sola.  No quiero que ella se encuentre en la misma situación. Óyelo bien: siempre me tendrá a su lado. Yo estoy pasando por lo mismo y sé cómo se encuentra. Y tú debes apoyarla y no gritarla, ni regañarla.  Necesita cariño y apoyo; somos su familia y lo va a tener.

- Jules, me va a oír

-Se lo dirás, si es que él no lo sabe, pero como gente civilizada, y tratando de buscar soluciones y no crearlas. Pensaban casarse dentro de un año, más o menos, bien pues que se casen ya

-Verdaderamente te has vuelto loca

- No Maxwell, no soy su madre, pero la quiero y sé que Perl haría lo mismo. Ninguna mujer en su misma situación dejaría sola a su hija.  Quizás, si por gracia de la Naturaleza, los hombres pasarais por ese trance, lo entenderíais y no nos echaríais la culpa sólo a nosotras. Porque en una situación así, parece ser que él hombre no colabora, cuando muchas veces sois los inductores.

- No quiero seguir hablando de esto.  Voy a hablar con ella.  Necesito hablar con ella.

- Prométeme que no vas a chillarla

- ¿ Me crees capaz de eso? ¿ Con mi experiencia?  No quería que pasase por ello porque es demasiado joven, pero es mi hija cómo no voy a abrazarla y pelear por su felicidad. Si en verdad se quieren, cosa que parece que sí, hablaré con Jules y con su padre. Se casarán antes de lo previsto.  Pero primero he de hablar con ella.

- Hazlo.  Tienes todo el derecho del mundo.  No te sientas culpable porque no lo eres. Pero la naturaleza humana a veces es incontrolable. Fíjate en nosotros - dijo señalando su vientre- Pues la de ellos está sin estrenar, en todo su apogeo y difícil de controlar.

- Está bien, ahora vuelvo.

Y salió en dirección a la habitación de su hija que lloraba con desconsuelo abrazada a su almohada.

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