miércoles, 5 de junio de 2019

El diario de Fiona - Capítulo 6 - - Sarajevo

Pese a todo, la gente seguía con su vida.  Con sus miedos y sus precauciones, siempre mirando hacia arriba para tratar de descubrir alguna silueta empuñando un arma.  Y ese día era uno de tantos en el que había que salir a la calle buscando la noticia.   Maxwell era uno de los que se jugaba la vida cada vez que ponía los pies fuera del hotel en el que se alojaban todos los periodistas destacados en la zona. El intérprete le aguardaba en la cafetería tomando su desayuno, mientras él ultimaba el itinerario que habrían de llevar ese día.  Irían al mercado y tratarían de sacar alguna fotografía de lo que era la vida en el día a día.  Escasez de alimentos y de dinero, poco había en los puestos que elegir; quizás algunas patatas, coles y poco mas.

Se mezclaban entre ellos y a veces se juntaban varios corresponsales de distintos medios de información;  todos se conocían, pero estando trabajando, no hablaba ninguno.  Todas las precauciones eran pocas y evitaban,  si alguno de ellos fuera seguido, no comprometer al resto.  Era cerca de mediodía y en el momento en que más personas había en el mercado, unas ráfagas de ametralladora sembraron el miedo, la sangre, la muerte y el horror entre aquellas pobres gentes que sólo iban buscando comida para alimentar a sus familias.  Maxwell no lo vio venir, y recibió unos impactos al tiempo que su intérprete caía herido mortalmente.

Resguardadas en uno de los portales, habían dos mujeres que observaban con espanto la escena que se estaba desarrollando ante sus ojos. La más joven de las dos, se quedó paralizada sin poder moverse, pero la otra mujer, de mediana edad, la pegó un empujón al cesar el tiroteo

— Ana, ese hombre se está desangrando. Muévete
— Pero madre yo...

—Tu al igual que yo hemos de guarecerle en algún sitio y llevarle a casa.  Es sólo un periodista que cumple con su trabajo. Venga, venga, que se nos va

La ropa de Maxwell se teñía de rojo demasiado rápido. La mujer mayor rasgó un trozo de su camisa y lo apretaba sobre las heridas que tenía en su pecho y, a rastras, como pudieron, le introdujeron en el portal y subieron unos escalones que les llevaba a su casa

— Pero madre, el otro...

—El otro está muerto.  Tiene el disparo en la cabeza, pero éste aún podría salvarse.  Date prisa; no hay tiempo para remilgos

La joven Ana apenas podía hablar y no quitaba la vista de encima de aquél extranjero que había entrado en su vida  de improviso.  Le acomodaron en una de las camas de la familia y diligentemente trajeron sábanas limpias .En silencio, rasgaron sus ropas para averiguar donde tenía los impactos.  uno en el estómago y otro en la clavícula.  Rasgaron una de las sábanas para limpiar las heridas.

— Ve a buscar a André.  Deprisa

A los pocos minutos Ana volvió con un muchacho de su edad que portaba un maletín de médico, y sin hablar comenzó a reconocer al herido ayudado por las dos mujeres   Ninguno hablaba, sólo el joven médico dijo:

— Tiene una bala en el estómago y está grave.  Está perdiendo mucha sangre y hay que actuar deprisa o se nos va.

 Rápidamente la mujer de más edad, procedió a preparar un improvisado quirófano para atender a Maxwell.  Sabían el riesgo que corrían si llegara a saberse que estaban atendiendo a un extranjero, posible "espía", pero André se había hecho medico para salvar gente y nada le importaba a qué se dedicaba o a que país pertenecía;  para él era un ser humano con necesidad de ayuda.  No tenían casi medicamentos y poquísima anestesia, pero había que actuar deprisa y lo estaban haciendo.  Consiguieron extraerle las balas y para bien de Maxwell, seguía sin conocimiento lo que le evitaron un sufrimiento añadido.

Pasaron horas, días de angustia temiendo por la vida del periodista. Hacía  esfuerzos por administrarle los antibióticos con que detener la infección que sufría. Pero no hallaban el modo de hacerle recobrar del peligro inminente que tenía.  Fue una lucha titánica contra la infección y el riesgo de ser descubiertos. Pero al fín,  al cabo de los días Maxwell abrió los ojos y balbuceó unas palabras que nadie entendió.

- Parece un nombre, pero es extraño ¿ de dónde será ? - se preguntaban las mujeres.

Como pudieron le prepararon un caldo, que más bien era agua caliente con algo de verdura, pero le serviría para entonar el cuerpo y poco a poco poderle recobrar. Pasaron muchos días con altibajos, conatos de fiebre, pesadillas y desesperación por aquellas bravas mujeres que deseaban recobrase la salud a como diera lugar.  Algunas veces tenía consciencia consciencia y otras, por su debilidad, volvía a quedar inconsciente. Y al fin decidieron que allí no podían tenerle y que con mucho cuidado deberían abandonar la ciudad y quizás refugiarse en el hogar de algún pariente,  y que allí recobrase la salud.

André le suministro un fuerte calmante que le mantenía dormido, y camuflado como si fuera una mudanza y, protegido por algún mueble, abandonaron Sarajevo en dirección al campo.  A un pueblo más pequeño, a un enclave no tan importante como la ciudad que abandonaban.  Ignoraban el tiempo que les llevaría el traslado, pero al menos estarían más seguras. A las afueras de Bania Luka, tenían parientes  viviendo en una graja pequeña, y allí se refugiarían hasta que al menos el periodista pudiera  recuperarse un poco, y entonces verían lo qué hacer.  Esperaban poder comunicarse con él, ya que ninguna de las dos partes conocía el idioma del otro, y además se pasaba parte del día inconsciente por lo que tampoco podían avisar  a su familia o al consulado para informar de su estado.


Todo era muy complicado y difícil.  No tenían más solución que esperar a que pasaran los días y recuperarse poco a poco.  Al menos  en la granja podrían darle algún alimento y no corrían tanto riesgo como en la ciudad.  Estaba situada en pleno campo y escondida de las miradas ajenas.  Creyeron que sería un enclave excelente para ocultar al herido y ellas mismas.  Y poco  a  poco fueron pasando los días y Maxwell recuperando fuerzas. André permaneía en Sarajevo,así que las mujeres tenían que arreglárselas como mejor pudieran y ocultarle de todos por si acaso tuvieran alguna delación.  A pesar de que él no tenía nada que esconder, ni pertenecía a ningún bando.  Sólo era un periodista destacado en esa zona en conflicto, pero sería mejor ocultarse a la vista de todos, ya que por muy inocente que fuese, había gentes con muy malas intenciones, y quién sabe lo que podrían hacer.  Ellas mismas, a pesar de ser conocidas por los lugareños, tenían que andar con pies de plomo para que no las delatasen y sufrir las consecuencias y no con muy buen resultado.

Lentamente se fue levantando de la cama a pesar de su debilidad, y poco a poco se fue comunicando con la más joven de las mujeres.  Recordaba a Fiona y se moría de ganas de estar en casa, con ella, pero tenía que desechar esa idea, hasta que al menos todo se aclarase.  Ni pensar en hablar por teléfono o escribir alguna carta. Le indicaron que escribiera una nota a su familia para que supieran que estaba bien, pero nada de dar direcciones.  Esperarían a que André viniese a visitarlas para que él fuese el encargado de hacerla llegar a Londres.  Buscaron entre su ropa y encontraron el carnet que le identificaba como corresponsal de The Guardian, y a su redacción enviarían la nota con algún mensajero de cionfianza, pero el mensajero nunca llegó a su destino en Londres.



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