domingo, 9 de junio de 2019

El diario de Fiona - Capítulo 13 -Con un folio delante

Mientras se dirigían en busca del coche, tomo una tajante decisión.  No haría más averiguaciones. Maxwell era quién debiera dar una explicación.  No había sido ella quién faltara a su promesa de matrimonio.  Cerraría su corazón y comenzaría de nuevo desde el principio, como hizo cuando escribió su primera   novela.  Pero ésta sería una narrativa semejante a lo ocurrido  en su vida, adornada con algún romance e intriga,   sin desvelar detalles, estaría basada en su propia experiencia,  que   tuviera al menos, un tinte rosa y nadie pudiera identificar a sus protagonistas.
  Si por casualidad él lo leyera, si podría saber a que se refería toda esa narración, pero nadie más.  Aceleró el paso seguida por Aisling, que extrañada no dejaba de preguntarla el por qué de ese paso tan acelerado de improviso

— Quiero irme de aquí cuanto antes. Londres me ahoga.  Deseo llegar a casa.  Cuando estemos allí te contaré los planes que tengo para el futuro

—¿Cuándo los has pensado?  No me digas que ha sido ahora, aquí.

— Si, así ha sido. No te equivocas. Tienes razón he de empezar de nuevo y dejar atrás todo esto; en definitiva él ha rehecho su vida y yo he de hacer lo mismo.  Mañana mismo comenzaré otra narrativa que no será muy extensa, ya que se me acaba de ocurrir ahora y deseo lanzarla cuanto antes.  Esta misma noche, en cuanto lleguemos. Además estoy desentrenada;  llevo mucho tiempo sin hacerlo, pero me servirá de entrenamiento.

— De todo esto me alegro mucho, pero te encuentro demasiado excitada.  No te precipites; te has creado un nombre, no lo eches a perder por tu impaciencia.

— No te preocupes.  Será sencillo, ya que el tema lo tengo muy pensado. Deseo volver a ser famosa, que se hable de mí, de mi regreso, de mi presencia en los medios

—¿ No te estas precipitando? Estás muy alterada.  Quizá mañana cuanto despiertes lo pienses mejor y...

— No, Aisling. Es una idea fija. Llámalo revancha o como quieras, pero  de cualquier forma se va a enterar.

 Aisling no se atrevió a contradecirla.  Por un lado le alegraba que de nuevo se sintiera  animada a volver a escribir, pero no terminaba de estar de acuerdo con ella, en  el sentido como quería hacerlo.  Era refregarle su venganza, que supiera que ella también tenía su público.  Le daba un poco de miedo, porque si no tuviera el éxito que ella pensaba alcanzar, la caída iba a ser devastadora para ella.  Pero también sabía que era de ideas fijas y que, cuando se le metía algo en la cabeza, no lo dejaba fácilmente.  Suspiró y se puso a disfrutar del paisaje y ninguna de las dos habló hasta llegar a su destino.

Fiona dejó a Aisling en su casa y al despedirse la dijo:

— Descolgaré el teléfono mañana. No me llames, yo lo haré . Gracias por todo, te quiero

Arrancó el coche, dejando a su amiga más preocupada de lo que estaba cuando iniciaron el viaje.  La notaba extraña.  Como si la faltara tiempo para hacer lo que pensaba, cuando tenía todo el tiempo del mundo para realizar lo que había pensado.  Si Maxwell se había casado, daría lo mismo si se hacía famosa rápidamente o si tardara siglos en conseguirlo.  Tal y como estaban las cosas, posiblemente él, no se enteraría.  Movió negativamente su cabeza y le dio mucha lástima la situación que vivía su amiga a la que había tomado mucho cariño.  La veía descentrada y muy infeliz.

Durmió a ratos esa noche excitada por el nuevo enfoque que daría a su vida.  A ratos pensaba en cómo planificar su trabajo. Otros dormía, pero también lloraba, porque reconocía que  lo  haría porque deseaba notoriedad a modo de venganza.  Y esa sensación era muy difícil para ella ya que por mucho que lo intentara, sabía que no lograría olvidarle nunca, y si alguna vez lo consiguiera, no podría borrarle de su vida.  Había sido alguien muy importante para ella, y aún lo seguiría siendo por mucho tiempo.  Los propios nervios la rindieron y consiguió quedarse dormida.

Se despertó pronto.  Nerviosa comenzó a preparar su estudio,  como si fuera una principiante que escribiera su primera novela.  Lo cierto era que sólo tenía una en el mercado, pero recurriría a su diario y de él extraería retazos, sobre todo de los últimos tiempos, cuando volvió a retomar su escritura tras la marcha de Maxwell a la guerra. 
 Abrió el ordenador, puso a su alcance un cuaderno, bolígrafos, lápices, etcétera.  Todo lo repasaba mil veces, y lo acariciaba como una colegiala el primer día de clase.    Con una taza de café y una tostada, se sentó en el escritorio; estaba impaciente por comenzar y lo haría al tiempo que desayunaba.  Después iría a recoger a Chimbo que lo había dejado al cargo de una vecina.  Le había echado de menos pero prefirió dejarlo allí antes que tenerlo encerrado en el coche durante el tiempo que permanecieran en Londres

 Mientras desayunaba, iba apuntando  en el cuaderno el título de lo que sería la novela.  Imaginó el escenario y a los protagonistas, busco en internet el lugar elegido como residencia y poco a poco la imaginación le iba dictando lo que precisaría para dar vida a su proyecto.  Hecho estos primeros pasos, sus deseos volaban en el teclado y, las palabras, las frases, la historia, iba saliendo de su imaginación con fluidez.  Estaba contenta, excitada y nerviosa. No quería parar ni siquiera para descansar por un rato.  Nunca había tenido tanta facilidad para plasmar una historia 

 Interrumpió su labor; tenía que recoger al perro y darle una vuelta.  Después de ello iniciaría en serio su relato.  Estaba impaciente por continuar, ahora que la inspiración y el hilo conductor de la historia se iba hilvanando poco a poco

— Sé que en algún momento me detendré— se repetía en voz alta, asombrada ella misma de la rapidez de sus ideas con que iba  plasmando la trama. 

 Ni siquiera se detuvo para hacer la comida.  Había desconectado el teléfono para que nada ni nadie la interrumpiese.  Eso no era normal en ella. Cuando escribió su primer libro, se detenía para dar algún paseo y descansar la cabeza, pero ahora no se sentía cansada y, si por algún motivo  paraba, apuntaba en el cuaderno lo que se le había ocurrido, para después retomarlo.  No quería que se la olvidara nada, perder nada.  Aunque tendría que releerlo al final de la jornada. A buen seguro que tendría que borrar cosas e integrar otras.
  Hasta darlo por terminado, debería corregirlo cientos de veces, pero no la importaba, tenia que ser un libro  extraordinario del que sentirse orgullosa, mucho mejor que su primera novela que aún era demandada por los lectores, a pesar del tiempo que hacía haber sido publicada.  Se reclinó hacia atrás, con la vista fija en las últimas líneas  en la pantalla, y sonrió satisfecha, al tiempo que levantando ligeramente sus puños dijo

— ¡Siii...!

Rompió a reír con una risa algo catártica, mezcla de satisfacción y de nervios.  Haría un descanso y se prepararía un bocadillo.  Miró el reloj de sobremesa que tenía encima de su escritorio y se dio cuenta de que el mediodía había pasado hacía rato.  La mañana se le había ido entre los dedos sin darse cuenta.  Estaba segura de que Aisling  habría llamado, así que conecto de nuevo el teléfono y llamo a su amiga.  Tenía que contarle lo contenta que estaba y lo bien que había salido todo.  Cuando terminó de hablar con ella. se fijó que allí estaba su viejo amigo, gastado pero que para ella encerraba un tesoro de ideas, que, poco a poco salían a la superficie algo disfrazadas y que sólo ella y, quizás Maxwell, si algún día lo leyera, sabrían  que eran absolutamente reales vividas por ella.  Decidió que tendría que dar un repaso a lo allí escrito para aprovechar las ideas que desde hacía tanto tiempo había plasmado en él.

Su amiga la encontró contenta y deseosa de contarle el avance extraordinario que había dado a su futura narración. Había estado casi todo el día trabajando y le parecía que sólo habían  transcurrido cinco minutos.  Pero a pesar de mostrarse tan contenta, esa excitación tan anormal,  preocupó a Aisling, presintiendo que en cualquier momento tendría un bajón, cuando no de depresión.  Quería calmarla a  como diera lugar, pero estaba tan exultante que ni siquiera la dejaba hablar. Hasta que al fin encontró la excusa para vigilarla más de cerca

— Oye Fionna.  Me deben unos días de vacaciones.  Me prometiste que yo sería tu correctora ¿Quieres que lo proponga en el trabajo y los pasemos las dos juntas? Tu escribes y yo corrijo;  de este modo lo terminaríamos a un tiempo en el día a día y no retrasaríamos la corrección final ¿Qué te parece?

— ¡Genial!  Así lo podríamos hacer a un tiempo y al final de cada día  conversar sobre ello y ver si a alguna de nosotras, una vez leído lo escrito,  vemos que alguna frase podría enfocarse de otra manera que quedara mejor una vez plasmada en el papel.  Has tenido una idea genial.  Si puedes hacerlo hazlo. 
 Estoy ¡tan contenta! ¿Sabes?  Pensé que las ideas habían huido de mí, pero en realidad sólo necesitaba un poco de distancia, olvidar mis problemas y centrarme en la novela

— Pero dijiste que sería tu propia historia ¿Es que ya no lo es?

— A medias.  En un setenta por ciento lo es, pero he darle otros matices para que no parezca un culebrón, sino una vida real. Aunque ciertamente lo mío es un culebrón. Pero así son las cosas.  Ahora te dejo.  Deseo terminar un capítulo antes de ir a dormir. Haz la gestión en tu trabajo, siempre y cuando no te perjudique  y ven a vivir conmigo.  Un abrazo, adiós.

Y con la misma excitación que había tenido durante el día, se despidió, dejando a su amiga atónita y preocupada. ¿Qué la estaba ocurriendo?

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