lunes, 3 de junio de 2019

El diario de Fiona - Capítulo 4 - La guerra

Vivían felices.  Habían conseguido la meta que se habían trazado, pero su unión definitiva, cada vez se prolongaba más, algo que a Fiona  empezaba a impacientarla. Tenían sumo cuidado en sus relaciones sexuales, pues no deseaban tener hijos todavía, y eso estresaba mucho a Fiona, lo que producía algún choque entre ellos, causando alguna que otra discusión.

Aquella noche, Maxwell llegó a casa más contento de lo habitual y por tanto también lo estaba ella.  La tomó de la mano y la condujo hasta el salón para explicarle lo que le había producido esa alegría desmedida


— Cariño, he de decirte algo importante que me han propuesto y que he aceptado

— Me tienes en ascuas ¿ Qué ha ocurrido ?

— Me han nombrado corresponsal de noticias, no sólo aquí, sino en el extranjero

—  ¿ A qué te refieres? ¿ A qué extranjero ? ¿ A Escocia?—Maxwell soltó una carcajada de la ocurrencia de Fiona

—Querida, Escocia no es el extranjero; es como si estuviéramos e aquí en Londres.  Me refiero al Continente, y más allá. Al lugar en el que esté la noticia

— ¿En dónde esté la noticia?  Eso quiere decir que apenas estarás en casa ¿Has aceptado, así, sin más?

— ¡Claro!  No lo he dudado ni un segundo ¿Sabes lo que eso significa para mi carrera?

— Si.  Sé lo que significa para tu carrera, pero ¿para la mía? He de dejar mi trabajo que me gusta, si quiero ir contigo, o bien no verte en días  Me lo podías haber consultado

—Creí que iba a darte una gran alegría, pero compruebo que ha sido todo lo contrario

— ¿Qué esperabas? ¿Si hubiera sido al contrario ¿habrías abandonado tu periódico y me hubieras seguido a donde fuese?

— Todo esto es absurdo.  Ganaré un buen sueldo, prestigio y quién sabe si un cambio a otro diario más importante, por ejemplo a The Guardian, o más allá al New York Times.  Esa es mi meta, mi ilusión, por eso elegí esta carrera, porque desde niño quise ser lo que ahora estoy consiguiendo

—Yo también elegí esta carrera, pero no porque soñara con ella, aunque me gusta, sino por estar a tu lado el máximo de tiempo posible. Y ahora vienes con que deseas volar, pero tú solo

— Fionna, Fionna.  En esto también entras tú.  Sólo que habremos de esperar un tiempo, hasta que me de a conocer, no sólo como corresponsal, sino también como columnista que leerán todos los políticos y comentaristas

— Para. Te noto muy embalado.  Como si vivieras una realidad virtual, que no deja de ser eso.

—¿Qué pasa? ¿No te alegras?

— Si me alegro por ti, pero ¿Y por mi?

— Vendré todos los fines de semana y los pasaremos juntos

—¿Los fines de semana? ¿Crees que esa es forma de tener una vida normal de pareja?

— Puedes venir conmigo

—También puedes quedarte en Londres y renunciar a ello ¿Por qué siempre hemos de ser nosotras las que tengamos que sacrificarnos? Yo también merezco un puesto relevante

— Pues no renunciaré por un capricho de niña mimada

— Muy bien. Haz lo que creas que debas hacer.  Yo no me muevo de aquí.

Maxwell, salió contrariado dando un fuerte portazo a la puerta .  Esa noche no cenaron juntos. Él no tenía hambre y ella sólo tomó un vaso de leche.  Si durmieron juntos,  e hicieron lo que mejor sabían hacer que era amarse.  Habían tenido la primera discusión seria desde que se habían conocido, y ninguno de los dos echó en saco roto el tema que había conducido al enfado. Confiaba en que ella rectificase y se reunieran en  el lugar al que fuera destinado. Fiona  se reafirmó en su idea:  no renunciaría a su trabajo; de igual manera, aunque le acompañase en su aventura, permanecería sola mientras él iba en busca de la noticia, con el agravante de que no estaría en casa y además  en una tierra extranjera o que no conocía.  Decididamente no iría con él.  Llegarían a acostumbrarse;  no serían los únicos que vivían de ese modo, pero tampoco eran los únicos que no habían llegado a su meta marcada:  el matrimonio.

Y Maxwell, loco de contento y con la máxima ilusión, partió a su primera corresponsalía a un lugar cercano:  Edimburgo, pero sabía que no siempre sería así, sino que tenía sus metas más lejanas.

Durante meses estuvieron viéndose los fines de semana.  El iba alcanzando metas, y ella, también profesionalmente, pero no habían vuelto a pronunciar la palabra matrimonio.  Era como si los planes trazados desde hacía tiempo, hubieran quedado relegados sine die.

Fiona no terminaba de acostumbrarse a esa nueva vida que había surgido ante ellos  de improviso.  Ni el tiempo transcurrido ni los logros alcanzados conseguían que se acostumbrarse a estar sin él.  A veces, cuando regresaba a casa después del trabajo, lo hacía paseando y reflexionando sobre el tipo de vida que llevaba,.  Una clase de vida que nunca imaginó, pero que sin embargo ahí estaba:  él encantado con su trabajo, y ella...    Había alcanzado una gran consideración como profesional en la editorial en la que trabajada, pero nada de eso la satisfacía. Y al llegar a casa se encontraba un fuerte silencio de soledad y sin nadie con quién hablar, no solo del futuro, sino de algo que siempre les había unido:  sus planes de boda.  Ahora había de conformarse con cinco minutos de la llamada de teléfono de cada día, pero no era suficiente; él eufórico,   si había conseguido alguna entrevista sustanciosa, pero ella a penas pronunciaba palabra alguna, sin darle tiempo a charlar de otros temas que no fueran trabajo.

Y volvió a sacar su diario de adolescencia. Al menos en sus páginas plasmaría la desilusión de no haber alcanzado aún, a pesar del tiempo transcurrido, los planes que, hacía tiempo, se habían trazado.

Marzo 2 de 1991

" Estoy asustada.  la televisión no hace más que dar noticias de Yugoslavia, y no son buenas.  Maxwell vendrá en este fin de semana a verme. Pero me tiene preocupada porque algo me dice que no es una visita normal, porque la situación no es normal.  Tiemblo de miedo de pensar que...  pueda ocurrir algo.  Creo que va a ser destinado a seguir la noticia a Europa central, y eso me asusta mucho >

Y tal como suponía llegó ese viernes pero no era una visita como las demás, era para despedirse.  El conflicto se preveía duro y largo y él había sido designado corresponsal en  Croacia para emitir a diario  los comentarios de lo que allí pasase.

 Los días se le hacían eternos, deseando verle, observar su rostro y analizar cada gesto que tuviera, porque le conocía bien y aunque tratase de disimular, ella advertiría cualquier signo de preocupación.  Pero al mismo tiempo, quería que la semana transcurriese muy lenta, para demorar la partida, que esta vez sería más problemática y conflictiva.  ¿ Debía renunciar a la editorial y acompañarle?  Podía hacerlo para ayudarle; ambos tenían la misma carrera; la faltaba práctica, pero en esas situaciones, pensaba que no precisaría tantas florituras para disfrazar lo que quiera que ocurriese, sino contar la verdad sobre el terreno con toda su crudeza, y para eso la serviría los años de prácticas como editora.  narraría los hechos acaecidos, ya que corrían vientos de guerra y sólo de pensarlo, se le erizaba la carne.  Todo había ocurrido muy deprisa. De nada sirvió la contención que Tito ejerciera sobre la llamada Yugoslavia; todo se iba descomponiendo rápidamente y amenazaba con ser cruento y largo,.  Y Maxwell estaría en medio de todo el conflicto y corriendo el peligro.  A las redacciones de los distintos periódicos llegaban las noticias de francotiradores y de las protestas en las calles , en los mercados, de unos contra otros como feroces enemigos, y no como gentes que habían vivido como vecinos durante años

 < Tengo miedo.  Mucho miedo - apostillaba en el diario -. Sólo de pensar en Maxwell, en el riesgo que corre, creo morirme >

Y cuando llegó Maxwell, en ese abrazo que se dieron y en la seriedad de su rostro, Fiona supo que no eran buenas las noticias que portaba y mucho se temía que tardaría en verle mucho tiempo

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