lunes, 17 de julio de 2017

Al final del camino - Capítulo 1 - El último trago

Llovía a cántaros, pero no le importaba. Las gentes corrían por la calle para guarecerse de la torrencial lluvia que estaba cayendo.  Ni siquiera sentía el frio, ni la ropa empapada que le cubría.  Todo le daba exactamente lo mismo.  Toda su carrera había terminado ya.  Todos los años de lucha, de esfuerzos se habían marchado por la alcantarilla.  Había fracasado como escritor, y no sólo eso, sino que no tenía ideas.  Su cabeza estaba vacía de ellas.  Ruth, la editora, había tratado por todos los medios de suavizar la realidad, pero  era consciente de que aquel desastre no tenía arreglo.  Posiblemente influyera en que todas las críticas habían sido siempre favorables, pero las del último libro, habían sido tan desastrosas, tan feroces, que le habían hecho plantearse el dedicarse a otra profesión.  La presentación de su novela fue decepcionante; no sabía cómo presentarla, no sabía describirla y es que su contenido era insulso, inconexo, falto de interés y para nada reflejaba la buena impresión de la portada y de la contraportada, con una especie de sinopsis de lo que en ella se decía, pero que no se comprendía, ni él mismo entendía aquel relato.

 Se había celebrado en uno de los salones principales de un gran hotel.  Había interés por leer  una nueva obra del escritor más popular de los últimos años, en un nuevo estilo, totalmente opuesto  al que tenía acostumbrado a su público fiel.

Los aplausos al final fueron los mismos, pero los comentarios de los lectores que habían comprado el libro y hojeado sus páginas, no le gustaron, y entonces no necesitó conocer las críticas literarias: sabía que era un fracaso.



Comenzó a escribir la novela con la mayor ilusión, con el mayor empuje del mundo:  Hasta ese momento todo habían sido historias de amores, unas felices y otras amores  contrariados, pero con final más o menos feliz.  En la editorial insistían en que debiera cambiar de argumentos para no perder lectores, y además explorar otros campos que no fueran ls novelas románticas.  Y a regañadientes, les hizo caso, y ojalá no les hubiera escuchado, porque aquel bodrio,de novela   que  salió, no era lo suyo.. Se veía perdido en un argumento  que no lograba desarrollar.

No consiguíó enlazar ni a los personajes, ni la acción, ni nada de nada.  Todo era un simple relato sin ninguna agilidad, sin ninguna intriga, sabiendo desde los primeros renglones,  quienes iban a ser los culpables de lo que allí se contaba. El desenlace se veía desde las primeras líneas..  Pero no toda la culpa fue suya; ellos le obligaron a cambiar un género del que prácticamente desconocía la técnica, y además,  no debieron publicarla.  Posiblemente si la hubiese corregido, hubiera resultado algo más coherente, pero les corría prisa; había que ganar dinero a costa de su nombre y fama, ganados a pulso con trabajo y esfuerzo desde hacía bastante tiempo.

Cuando le llamaron para mostrar las críticas, les colgó el teléfono y se  dirigíó  urgentemente a la editorial.  No era cuestión de hablar fríamente, tendrían  que analizar las causas. Y les pidíó una corrección y,  su respuesta fue:

- Déjalo estar.  Se olvidarán de ella en unos cuantos días.  No te preocupes.  Dedícate a crear otra novela, del género que quieras, pero pienso que el de intriga debes dejarlo por una temporada.

El  amor propio había salido seriamente dañado.  Deambulaba por las calles dándole vueltas a la cabeza sobre la discusión que entablaron  en la editorial, y al final, tomó una decisión:  tenía que aislarse, pensar, recapacitar sobre lo que debía ser su próxima trayectoria, pero no abandonar sin luchar.  Había trabajado a un ritmo frenético, sin dejar un respiro, y por lógica salió... ,  lo que salió.

  Ese no puede ser el ritmo de trabajo.  Era  consciente que lo que a ellos les importaba  no  era otra más que  el dinero, obtener beneficios, pero no a su costa.

Comenzaba a sentir frío al llevar la ropa totalmente mojada.  Miró a su  alrededor : no sabía dónde estaba ni lo que anduvo por esas calles de Dios.   Y se dijo que ya estaba bien de reproches; no sólo él había cometido el error. Hasta esa fecha había tenido éxito y lo volvería a tener, pero necesitaba tranquilizarse y pensar en lo sucedido detenidamente. No iba a hundirse. Dejaría pasar unos días, y volvería a empezar.

 Estaba frente a un bar  medio vacío, porque solamente un loco como él, se atrevería a salir a la calle con el diluvio que estaba cayendo.  Decidíó entrar a tomar un trago y descansar por un rato.  Después llamaría a  un taxi que le llevara  hasta su casa.  Se daría un baño caliente, y después se iría a la cama.  Si con suerte pudiera dormir, a la mañana siguiente, con la mente fría, pensaría lo que debía hacer, pero algo tenía muy claro: debía alejarse de allí.  Ir a un lugar tranquilo donde pensar y plantear si debía seguir escribiendo o dedicarse sencillamente a corregir textos.  Pero sobretodo, si es que decidía seguir como escritor, tomarlo con calma y esperar pacientemente a que de nuevo saltara la chispa. Porque cualquier detalle, cualquier imagen le darían el argumento, y después era cuestión del planteamiento y desarrollar lo que su cabeza idease.  Pidíó un coñac que le hiciera reaccionar.

El señor que estaba tras el mostrador,. le miraba con recelo, y no era extraño, ¡ menuda pinta debía tener!.  Debió pensar que sería un vagabundo que vivía en la calle, o algún camorrista en busca de pelea, pero al cabo de un rato pudo ver que no era ni una cosa ni otra, y entonces, aburrido, decidió entablar conversación con aquel extraño personaje totalmente empapado por el agua caída

- Ha elegido mala noche para pasear  - le dijo sonriente
- Ya.. - le respondíó -  Pero cuando salí de casa no llovía, así que ahora, ya mojado, me da igual
- Tómese el  coñac,  que le reanime, de lo contrario mañana es posible que tenga que guardar cama.  Están dando los últimos coletazos del Otoño, y con la ropa mojada...

Ya no  escuchó más. Con esa última frase se  había encendido la bombilla: así de fácil.  El argumento saldría a partir de esa frase.  Pagó la consumición y paró a un taxi que acertó a pasar por allí.  Tenía que apuntarlo en cuanto llegase a casa.  Y lo hizo en el cuaderno de notas para que no se le olvidase al día siguiente, e incluso el título: se llamaría "El último trago ", y se trataría de un fracasado  que a fuerza de dar tumbos...  Y ahí se detuvo.  Ya tenía la idea, el resto vendría por sí solo.

Su cabeza bullía.  No desaprovecharía la idea que tenía en mente.  Quizás a la mañana siguiente ya no se acordase de todo lo que se le estaba ocurriendo ahora.  Encendió el ordenador, y mientras ésto ocurría, comenzó a llenar folios con las ideas que  le brotaban , con los nombres de los personajes, con los lugares en donde vivían...  La magia no había huido de él, simplemente se sentía tan enfadado que no había hueco para pensar en otra cosa que no fuese en su reciente fracaso..

- Habrás de acostumbrarte - se dijo -.  No todos van a ser éxitos, ni tampoco sonoros fracasos como el de hoy.  Sencillamente habrá alguno que dé en la diana, y otros del que se vendan pocos ejemplares.  Es una lección de humildad, que no desaprovecharé.

  Cuando quiso recordar se había olvidado del ordenador, pero ante sí tenía infinidad de hojas escritos a mano, con un montón de ideas por investigar.

Cuando decidió parar e irse a dormir, ya era casi de madrugada.  Tumbado en la cama, volvió a analizar la situación, esta vez más tranquilo. Bendecía en su interior la entrada en aquel bar, que le había hecho reaccionar y encontrar de nuevo la idea de su próximo libro.  Pero tenía algo muy clara: debía abandonar Londres, dejar a un lado la editorial las críticas y las presiones, y recobrar la paz  y tranquilidad  que le hiciera volver a ser el mismo escritor que todos seguían.

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