domingo, 23 de julio de 2017

Al final del camino - Capítulo 9 - La firma

Poco a poco iba encauzando su vida.  Entabló amistad con uno de sus compañeros y al mismo tiempo socio de la firma para la que trabajaba.  Pronto comenzaron a hacer trabajos, modestos en un principio, pero dado sus aciertos, el boca a boca empezaba a funcionar y la firma  Stone & Lemerick comenzó a ser conocida.  Rose respiraba aliviada al comprender que aquello era su medio de vida y la permitía vivir con comodidad y salir con un chico agradable, sin más pretensiones, en un principio, de alguna cena, función de teatro, o simplemente charlar en algún pub.  Cada vez sus salidas se hicieron más frecuentes, y cada vez ella notaba que su acompañante sentía más interés por ella.  Creía que debía hablar sinceramente con él, a fin de no hacerle concebir falsas esperanzas.  Le agradaba su compañía, pero no tenía el más mínimo interés sentimental en esa relación.  Le parecía una situación injusta, pero no mandaba en los sentimientos ni de él ni de ella.

Y lamentó profundamente haber conocido a Richard, que sin siquiera saberlo, estaba truncando su vida.  No habían vuelto a verse, ni a comunicarse de algún modo.  Parecía que poco a poco iba recuperando su estabilidad, sin embargo creyó que nunca saldría de esa absurda situación de amor-odio que sentía por el escritor.  Ni siquiera la distancia, el cambiar totalmente de lugar, había aplacado lo que por él sentía.  Tenía que hablar con  Lemerick y hacerle ver que lo que él pudiera sentir, no tenía nada que ver con los sentimientos de ella. Y habló con él una noche en que salieron a cenar. Y de ese modo creyó oportuno no volver a tener citas con él, a pesar de las protestas del hombre que la dio a conocer que algo de lo explicado sospechaba.

- Creo que de momento es lo mejor,Alfred. Ya es suficiente el tener que trabaja juntos. No busqué más que tu amistad, y así lo quiero.  No contaba con lo que tú pudieras sentir, así que dejémoslo estar, por favor.

Y a regañadientes. Alfred Limerick se conformó con la situación de ser sólo su jefe y compañero de trabajo.

Richard , por su parte había retomado su profesión.  Tenía un libro en el mercado y su relación amorosa con Daphne, funcionaba con altos y bajos, pero seguían adelante. Y comenzó la promoción de su última novela, que era más intensa, si cabe, debido al fracaso de su último libro.  Recorría las ciudades más importantes del Reino Unido firmando ejemplares y dando alguna que otra conferencia  en los círculos de damas que le seguían casi desde el comienzo de su carrera literaria.  Hasta dio el salto a Irlanda y Escocia, en que por primera vez habían introducido sus libros, con bastante éxito, por cierto.  Y llegó a Birmingham.

 No había vuelto a saber nada de él, hasta que un día paseando por el centro de la ciudad, Rose,  se vio ante una importante librería, en cuyo escaparate había una fotografía del autor y ejemplares de su última novela " El último adiós ".  Se paró contemplando la fotografía sonriente de Richard que ella conocía muy bien. ¿ Sería ese el libro que  comenzó a leer en Porthleven ? Por las fechas era coincidente con ello, aunque sólo pudo leer unos pocos folios, porque todos conocemos el desenlace de esa amistad.  Sentía algo más que curiosidad y, decidida entró en el establecimiento: compraría un ejemplar, pero no se quedaría a la firma.  ¿O sí ? ¿ Quería volver a verle?  Una parte de su cabeza decía que no, que retrocedería en todo lo conseguido, pero su corazón fue más fuerte y decidió que si, que le firmaría el ejemplar.


Faltaba poco tiempo para que el escritor acudiera a su compromiso, de forma que buscó un rincón semi oculto y desde allí observaba la entrada de todas las personas que acudirían al reclamo.  Y efectivamente, comenzaron a llegar lectores, y a comprar ejemplares con la misión de que el autor estampara su firma en ellos.  Estaba distraída repasando los anteriores títulos de él, cuando un pequeño revuelo se produjo e hizo que levantara la cabeza: había entrado el protagonista del evento.  Le miraba fijamente, como si no le conociera, como si fuera la primera vez que le viese.  El, ni siquiera imaginó que era protagonista  de una mente atormentada.  Se mostraba feliz y simpático con todos aquellos que salían a su encuentro para saludarle; Rose se encogió más en su escondite, detrás de una estantería.  Imposible fuese vista desde donde habían montado la mesa de la firma.  Le podía contemplar a sus anchas, y las palpitaciones de su corazón, le avisaban de que no había sido buena idea el quedarse.  Creía haberle casi  olvidado, pero se dio cuenta de que todo era un espejismo que ella misma había fabricado. Y con la imaginación volvió a sus días felices en los que él buscaba refugio en su amistad, posiblemente escuchando las palabras de aliento que necesitaba para proseguir su interrumpida vida literaria. Y pensó que, en verdad en aquellos días fue totalmente suyo. Novato en el pueblo, aún sin más amigos que aquella insignificante agente inmobiliaria que le vendió lo que en aquél entonces era su hogar.  Ahora todo era diferente.  Él había recobrado su inspiración y seguridad.  Había cambiado de residencia volviendo a Londres y por una jugarreta del destino, vivía con una  antigua amiga suya.  Según parecía, al menos , es lo que su amiga comentaba, tenían una relación bastante sólida y no descartaba que en un futuro , unieran sus vidas para siempre.

Ese pensamiento la mortificaba. Lo había creído  ya superado, pero no era así.  Habían bastado unos minutos y volver a verle para borrar de un plumazo, la imagen del compañero y jefe con el que salía, aunque su relación fuese sólo de amistad.  Y nuevamente, volvió a aquel momento, a la librería,  y se fijó en lo que  hacía Richard.

 Tras unos minutos de charla con alguien, la fila fue formada y con  cada una de las personas que se le acercaban charlaba amigablemente unos instantes, sin duda les preguntaba por su nombre o a quién deseaban dedicarlo.  Y Rose se puso la última, y tardó bastante hasta que llegó su turno.  Richard a penas levantaba la cabeza , cansado ya sin duda de sonreír y formular siempre la misma pegunta, por eso cuando ella llego ante él, mecánicamente la preguntó su nombre

- ¿ Para quién es, por favor ?
- Para Rose - contestó ella

En ese instante y al escuchar aquella voz, levantó la cabeza extrañado por la coincidencia.  Pero no había sido una casualidad, sino que ella estaba allí, seria, pálida, y hasta algo temblorosa al extenderle el ejemplar para la firma.  Richard no dijo nada, pero reaccionó enseguida y levantándose de la silla en la que estaba sentado, avanzó hacia ella, estampándole dos besos en las mejillas.

- ¡ Vaya si es la pequeña Rose !- dijo sonriendo

Ella estaba algo confusa, emocionada y nerviosa. La estaba saludando; la había cogido fuertemente por los antebrazos y la había besado en las mejillas como si hiciera cinco minutos que acabaran de verse, y lo cierto es que habían pasado muchos meses y muchas cosas.

- ¿ Qué haces aquí ? - la preguntó extrañado ignorante de que era allí donde ahora vivía.
- Vivo aquí. Seguí tu consejo
- Oye, dentro de cinco minutos termino la firma.  Espérame e iremos a algún lugar tranquilo y charlaremos.
- Lo siento Richard, he de irme.  Estoy trabajando-.  Y una vez más le había mentido; no se atrevía a estar con él aunque fuera con una charla informal.
- Bien, pues quedemos para mañana.  Dame la dirección pasaré a buscarte y cenaremos juntos ¿ te parece ?


Había rechazado tener una charla con él en ese momento, no quería tener  trato   de nuevo, pero antes de que pudiera decir que no, se vio aceptando para el día siguiente.  Le dio la dirección y quedaron en verse a las siete de la tarde. Charlarían ampliamente de todo lo acontecido en sus vidas durante el tiempo que habían permanecido sin contacto..Le miro de frente, a los ojos, y supo en ese instante que no importaba la distancia que pusiera entre ellos, le seguiría deseando durante toda su vida.  Conocía de sus andanzas esporádicas, precisamente por su amiga, aunque no directamente, sino a través de Ingrid, con la que hablaba por teléfono con relativa frecuencia. Y pareciera que Daphne,  lo hacía adrede, puesto que conocía la amistad existente entre Rose y el escritor, ahora convertido en su amante..  Nunca le había comentado que supo de su relación con la amiga,  desde el mismo instante que ella lo  contó a su regreso a casa después de aquella escapada a Londres. Rose imaginó de quién se trataba,  con quién   había pasado la noche,  con ese  tal Richard,   y, que su corazón, le avisaba de que era la misma persona que estaba ausente de Porthleven y que ni siquiera la había llamado para decirla que tardaría en volver, pero que estaba bien.  Y ahora, todo aquel malestar contra Richard, aquel enfado, volvía con toda su fuerza a invadirla de nuevo. Aceptó su cita. Volvería a verle al día siguiente ¿ estaba loca ? No. Le haría saber lo molesta que estaba con él por esa falta de consideración, aunque mirándolo bien, no tenía razones para ello.  Era un hombre libre con una vida propia, no dependiente de una muchacha solitaria en un aburrido lugar cuya vida  giraba entorno al escritor.  Supo de antemano que él terminaría por aburrirse, acostumbrado a vivir la vida de Londres, como así ocurrió, y sin embargo había aceptado su invitación, en lugar de rechazarla.

- Rose, no tienes arreglo.  Te tocará sufrir de nuevo - se dijo, mientras se alejaba de la librería, seguida por la atenta mirada de él..

 Pero en su cabeza, a medida que se distanciaba, iba trazando un plan. Sutil, dulcemente, le diría que se fuera al cuerno, que la dejase tranquila.  Que no quería su amistad que no era todo lo sincera que la había prometido, y que no la interesaba seguir siendo su amiga.. Que  deseaba, a ambos, la mayor felicidad pero que no quería falsedades a su alrededor, y Daphne era falsa y no la quería como amiga y a él tampoco.

Pero lejos de encontrar satisfacción en su infantil venganza, se encontraba desolada, por todo, por su fortuito encuentro, por la aceptación de su cita del día siguiente, y porque dudaba mucho que deseara vengarse de él. Nunca había existido otra cosa más que amistad, por tanto no tenía derecho a sentirse ofendida.  nadie tenía la culpa de que ella se hubiese enamorado de esa forma de Richard.

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