jueves, 8 de abril de 2021

El jefe - Capítulo 1 - Aeropuerto

 Como cada mañana, Rosemary se apresuraba para llegar a tiempo a su trabajo. Vivía en un barrio extremo de Londres, y su oficina se situaba en plena city londinense. Siempre era puntual, y para ello programaba su horario con la suficiente antelación para no andar corta. Echo una última mirada al espejo, alisando su preciosa melena color de fuego y salió de estampida.  Hoy se había entretenido más de la cuenta, pero llegaría a tiempo. Era una apasionada de la puntualidad.

Su jefe, aunque buena persona, era bastante quisquilloso con la hora de entrada al trabajo, pero bastante laxo referente a la salida. Así que pensó "vaya lo uno por lo otro".  Se había quedado hasta muy tarde, el día anterior para terminar un trabajo pendiente.


Había estudiado económicas, pero lejos de trabajar en una gran empresa y ella ser una importante economista en la city, se tuvo que conformar  en trabajar en una empresa pequeña, muy buena en lo suyo, pero no eran esas, precisamente sus aspiraciones. 

Hubo de conformarse; las cosas, económicamente no andaban muy bien en casa de sus padres, y a pesar de estar independiente, les ayudaba pasándoles una pequeña pensión.  Su padre estaba a punto de jubilarse, pero hacía poco menos de un año, que se resentía de su salud. Iría ese fin de semana a verles, si el trabajo se lo permitía.  Porque si, había semanas que tenía que olvidarse de su día libre.  Cuando el trabajo apretaba.

 Los tres empleados de la empresa, sin contar el jefe, tenían que, a regañadientes, colaborar trabajando extra; "estaba , recién montada como aquél  que dice"; su jefe, principalmente era quién lo decía para animarlos.

Se dedicaban a hacer auditorías en negocios pequeños, y a veces colaboraban con otros más grandes entre los que tenían una buena calificación. Sobre todo en la época de pagar los impuestos.

 Desde un mes anterior a la fecha para el pago, por parte de los contribuyentes, les llegaban montones de declaraciones de la renta  y después las auditorías.  El caso era que trabajo no les faltaba, pero poco se traducía  en emolumentos para ellos.

Esa semana, como había planeado, no pudo acudir a visitar a sus padres, que vivían en Irlanda .  Les llamaba a menudo por teléfono y su madre le daba las noticias de la salud del padre que no era buena, pero esa semana no podría ir. por los motivos expresados.

Y pasó la época de las prisas y volvió a la normalidad.  Esperaba con ilusión y preocupación el fin de semana en que visitaría a sus padres, pasase lo que pasase. Su madre no la daba buenas noticias y se preocupaba por ellos. Y hacía bien, pues una mañana, una llamada urgente de su madre, reclamaba su presencia en Dublín: su padre había empeorado y se temía lo peor.



Esa mañana no pudo apenas trabajar; habló con su jefe y éste comprendió su preocupación y la concedió un permiso para que faltase un par de días y de este modo se juntase con el fin de semana para poder estar más tiempo con ellos.  Había trabajado todo el equipo duramente, y era justo que recibiera esa compensación.

  Al hablar con su madre desde la oficina,  la advirtió que su padre se había agravado y debía darse prisa si quería despedirse de él. No se lo podía creer. Ni siquiera pensó en regresar a casa: iría directamente al aeropuerto y tomaría el primer vuelo que saliese para Irlanda.  Pero era época en que comenzaban vacaciones de verano y había mucho ajetreo para salir a cualquier lugar.  Nerviosa se dirigió al mostrador de una de las compañías que hacían ese trayecto. Ni siquiera llevaba equipaje de mano, tan sólo su bolso  y,  hasta su jefe tuvo que prestarle dinero para que no fuera con lo justo.

Suplicó llorando que la facilitasen un pasaje en donde fuera.  Explicó su caso llorando, pero el empleado no podía hacer nada:

-—Todo el pasaje está completo.  Lo comprendo, pero no puedo hacer nada. Quizá en el siguiente lo consiga

-—Le estoy diciendo que mi padre se está muriendo. Si espero al siguiente no llegaré a despedirme. Por favor se lo pido, hágame un hueco en donde sea.

El llanto era incesante y los pasajeros que aguardaban detrás de ella trataban de consolarla ante la férrea decisión del empleado de la aerolínea.  Entre ellos, hubo quién rompió su turno en la fila y se aproximó a ella, preguntándole qué la ocurría.  Ella se lo explicó, y entonces el hombre  dijo al empleado:

 —Un billete en primera clase.  Seguro que ahí si tiene un hueco

El empleado miró en el ordenador y sonriente dijo:

-—Efectivamente tengo libres dos puestos

-—¿ Por qué no lo ha dicho antes? — replicó el desconocido furioso

—Vamos acelere los trámites.  Esta señorita tiene que llegar a tiempo de despedirse de su padre. Yo lo abono.

Ella no atinó siquiera a darle las gracias. No paraba de llorar. Sólo sabía que un desconocido le había facilitado el viajar y debía correr si quería llegar a tiempo para coger el vuelo. Y salió corriendo. Los nervios, la premura, la situación la desbordaba, pero dio gracias al cielo por haberse cruzado en su camino un alma tan generosa y compasiva. Sólo deseaba llegar a tiempo y consolar a su madre que debía estar desesperada.  

Antes de que cerraran las puertas del avión  la llamó para preguntar, pero la respuesta la alteró aún más:

— Ven pronto, hija mía, se nos va.

No podía contener el llanto. Evocaba la imagen de su padre moribundo y ella a kilómetros de distancia, encerrada en un avión sin poder hacer nada. Su madre se enfrenta, ella sola, a lo inevitable. El llanto no la dejaba respirar.  

Una de las azafatas se dio cuenta del estado de nervios en el que se encontraba, y lo comentó con una de sus compañeras. Lo que menos necesitaban era una histérica que revolucionase el pasaje.  Al fin el avión rodaba por la pista, pero Rosemary no se calmaba. La llevaron  un refresco tratando de calmarla.

 Una figura alta se posicionó a su lado; ni siquiera  miró, sólo escuchó unas palabras  tratando de tranquilizarla::

— Tranquilícese, pronto llegará a su destino ¿ Necesita algo ? 

No pudo articular palabra, pero respondió con un no moviendo la cabeza. No tenía fuerzas siquiera para levantar la cabeza y a agradecer la deferencia mostrada en aquél pasajero. Sólo conocía su voz, porque era tal el ataque de nervios que tenía, que ni siquiera podía coordinar sus ideas.


— Lo siento -—fue todo lo que le respondió.

No podía hablar, tampoco la apetecía contar a un extraño lo que tanto la agobiaba. Sólo a veces, impulsaba su cuerpo hacia adelante y atrás como empujando al aparato para que cobrase velocidad. O quizá se acunaba recordando algún retazo de su infancia.

 Para el pasajero que la ofreció su ayuda, era todo un enigma. Sabía que era un caso extremo, pero  no se calmaba. ¿ Le hubiera ocurrido a él lo mismo.  Desde luego que sí; se trataba de las últimas horas, o quizá minutos de la vida de su padre. Seguramente le había cogido de improviso, y era una situación más desesperante por estar separada de ellos. Quizá cuando llegase ya fuera demasiado tarde, y eso la perseguiría el resto de su vida.

Pidió a una de las azafatas le dieran un vaso de zumo, del que fuera, no importaba el sabor Se acercó a ella y se lo ofreció, pero ella lo denegó agradeciendo la atención. Seguía sin levantar la cabeza; quizá avergonzada por llorar. Sólo se fijó en una de las manos del generoso benefactor: en su dedo meñique de la mano derecha, tenía una extraño y  singular anillo.

De inmediato retiró la mirada y agradeció nuevamente la atención del inesperado pasajero.


RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR/ COPYRIGHT

Autora: rosaf9494

Edición: Abril 2021

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