Inmersos en el trabajo, ni William ni Rosemary no pronunciaban una palabra. A veces descansaban un momento mientras tomaban un café. Los años, las fechas se sucedían sin que nada reflejase el desfalco. Tan sólo habían revisado dos años y ya estaban con la cabeza embotada de tantas cifras. Se acercaban a la fecha en que posiblemente comenzara todo. Mientras tomaban su café charlaron de algo totalmente ajeno al trabajo, de lo contrario seguirían con su mente sin despejar y lo necesitaban. Habían pasado la primera semana de trabajo y no habían vuelto a ver a Morgan, aunque pensaba que William si lo habría hecho, ya que gozaba de toda la confianza del financiero
Haciendo un descanso para el almuerzo, Rosemary bajó por primera vez a la cafetería de la empresa. Necesitaba, siquiera por un momento, salir del encierro al que estaban sometidos. No hablaba con nadie, ni tampoco quería intimidad con ninguno de sus empleados. Si su empresa había alcanzado fama era por la formalidad de su trabajo, algo que, aunque aburrido, les hacía centrarse en ello solamente. De este modo evitaban filtraciones, ya que cualquier empleado, al intimar mínimamente con ella, seguro que la preguntaría por lo que hacían.
Paseó la mirada por el local y lo vio atestado de trabajadores ¿ por qué no había elegido otro horario?- se decía. Al fondo del mostrador había un lugar solitario, y hacia él se dirigió. No tenía mucha hambre, con lo cual su almuerzo sería un bocadillo, y poca cosa más. No dejaba de pensar en el trabajo tan pesado que les había tocado, aburrido e interminable, pero eso era lo que había elegido.
William cobraría un buen pellizco y ella, probablemente alguna gratificación. Si así ocurriera, la dedicaría a hacer algún viaje y con suerte sería acompañada por su madre, a ver si con ello, dejaba de sentir tanta añoranza por la pérdida de su padre.
Mordisqueaba el pan del bocadillo con desgana, pues lo cierto era que no sentía mucho apetito, pero si no comía ahora, se enfrascaría en el trabajo y cuando quisiera recordar, la noche se la echaría encima sin haber tomado alimento, y el cerebro necesitaba ser alimentado para que fuera eficaz. En el plato, quedaba medio bocadillo y su lugar lo había tomado un café, bastante fuerte.
Cercana a ella, se dibujó una silueta que miró de reojo. No hablaba, estaba ceñudo. Ni siquiera la había dirigido la palabra y pensó que no había reparado en ella. Tenía un rictus de arruga en la frente, normalmente señal de preocupación. Y no era para menos, con lo que tenían entre manos. Dos o tres palabras era lo que habían intercambiado desde que estuvieran trabajando allí y siempre muy brevemente. No la extrañó, que no la recordara, absorto como estaba en el problema. Aún no sabían nada, y ciertamente que estaban deseosos de encontrar algún hilillo para tirar de la hebra y al fin poderle dar alguna buena noticia, aunque fuera breve.
Abono su consumición y salió de la cafetería, dejando en el plato parte de lo que había sido su almuerzo: medio bocadillo. La persona que permanecía cerca de ella, lo vió, pero no dijo nada, ni siquiera levantó la vista del plato. Era algo sin importancia, pero su cerebro la indicaba que le pasaba algo más grave, además de lo de la empresa, que ya lo era bastante. También contaba su vida personal, que quizá no fuera todo lo satisfactoria que cabía esperar. ¿ Por qué estaba pensando en esas cosas absurdas que ni la van ni la vienen? Era una forma de despejar su mente, en la que no cabía ni un dato más. Estaba deseando que ese trabajo terminara. Quizá porque intuía que tras su final, se avecinaba un terremoto de despidos y de malas noticias, especialmente en las gacetas financieras. Se avecinaba un escándalo fenomenal de repercusiones imprevisibles.
Ella no quería ser protagonista de ello, aunque tanto William como ella habrían sido quienes destaparan el escándalo con las pruebas que aportasen.
En lo sucesivo, ninguna empresa les volvería a dar trabajo por temor a destapar el tarro de las esencias, o quién sabe, a lo mejor trabajaban a destajo, porque era señal de un trabajo bien realizado. Pulsó el botón del ascensor, y suspiró profundamente. Les aguardaba una tarde intensa, más de lo mismo.
Cuando entró en el despacho, William bajó a comer, y en la cafetería se encontraría con el señor Morgan y seguramente, después se dirigirían al despacho del financiero; mucho se temía que había nuevas que anunciar.
Y no se equivocó. William tardó mucho en regresar y llegó con el gesto torcido. Inició una conversación en la que la anunció que había que hacer horas extras y terminar cuanto antes con el trabajo. Se le veía disgustado y es que Morgan tenía la espada de Damocles sobre su cabeza y tenían que apurarse.
- Si tienes que avisar en casa, di que llegarás muy tarde si es que vamos a dormir. Prepararemos café y ni siquiera pestañearemos. Según me ha dicho Anthony, los rumores corren como reguero de pólvora y hay que darse prisa, ya que en ello le va la supervivencia de la financiera.
- Le he visto en la cafetería, y le he notado muy preocupado. Ni siquiera se ha dado cuenta de que estaba allí. Por mi parte no hay problema; nadie me espera en casa. Así que vamos a ello. Yo también tengo ganas de ver algún resultado.
Y ambos a una, se pusieron a la tarea. Poco a poco avanzaban, pero nada positivo descubrían. Bebían café sin cesar para no perder la concentración y que el cansancio no les venciese. Era ya de madrugada, cuando Rosemary dio un gritito de alegría:
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