Pero Rosemary llegó con el tiempo justo para dar un beso a su padre antes de expirar. Por mucho que su madre la preguntaba cómo había llegado, ella, no tenía la cabeza para dar explicaciones, porque sencillamente no coordinaba sus pensamientos. Ni siquiera se daba cuenta de que debía, el encontrarse allí, a un total desconocido al que ni siquiera había dado las gracias por ayudarla.
Su madre estaba muy desmejorada debido a la enfermedad del padre, pero la consolaba el que ella hubiese llegado a tiempo de que el padre se diera cuenta de quién le besaba. Eso representaba un gran consuelo para ellas, que mutuamente, abrazadas trataban de seguir adelante con los trámites que, después, inexorablemente, han de seguirse.
Estuvo tres días con su madre, pero debía regresar a Londres. Por mucho que insistió, la madre se negó a dejar su casa para vivir, siquiera momentáneamente. con Rosemary:
-—Tengo que recoger un montón de cosas, y además deseo estar sola. Quizá cuando pase algún tiempo, te haga una visita, pero ahora no puedo abandonar lo único que me queda de él. Aunque no lo creas, encuentro consuelo en ello, porque me retrotrae a los tiempos que vivimos juntos, que te tuvimos a ti y lo felices que fuimos por ello. Sé que lloraré, pero necesito hacerlo, aunque llore a mares, pero lo necesito . Ve tranquila; estoy bien. Te prometo que pasados unos meses pasaré una temporada contigo.
¡Si la hubiera dado más tiempo de estar con ellos, de atenderles mejor, de decirle cuánto le quería y lo agradecida que estaba por la educación recibida con mil esfuerzos! Y, sin embargo tuvo que conformarse con besar su frente antes de exhalar el último suspiro. Le consolaría saber si él se dio cuenta de ello, pero hasta eso creía no ser posible.
Demacrada se incorporó al trabajo aquella mañana. Hacía tan sólo cinco o seis días que emprendiera el viaje hacia sus padres y parecía que había pasado una eternidad. Era como una gota de polvo en el espacio, eso era su vida; nada ni nadie sabía nada de su tristeza ni de sus sentimientos sufridos.
Al preguntarla sus compañeros todo lo concerniente al suceso, recordó de golpe al pasajero que la pagó el pasaje de avión. ¿ Cómo lo había olvidado? No recordaba si al menos le había dado las gracias. Era una imagen totalmente borrada de su cabeza y de muy difícil averiguación. Ni siquiera recordaba su cara. Y estaba claro porqué eso sucediera: ni siquiera había levantado la cabeza. Tan sólo recordó el extraño anillo en una de sus manos. Lamentó profundamente su conducta y esperaba que el benefactor desconocido, se hubiera hecho cargo de las circunstancias que hicieron se portase con él tan descortesmente.
Por no saber, ni siquiera recordaba su rostro, ni nada de su persona que la sirviera para identificarle. Desecharía esa idea de la cabeza, guardando para sí el profundo agradecimiento hacia él.
Se centraría en el trabajo. El lidiar con números, con hojas de cálculo, lo haría en lo que tenía delante. Dejaría las reminiscencias para cuando estuviera a solas, o en casa. La economía de un determinado cliente estaba en sus manos y no podía permitirse el lujo de fallar.
Entre su jefe y compañeros tenía fama de meticulosa y buscaba y rebuscaba todos los resquicios que la ley permitiera y que beneficiase a su cliente, por eso, sobre todo, las declaraciones de renta se las pasaban a ella. Pero ahora no estaba en muy buena situación anímica para rebuscar hasta lo mínimo. Pero debía hacerlo, era su trabajo.
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Autora; rosaf9494quer
Edición: Abril 2021
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