domingo, 20 de octubre de 2019

Pobre niña rica - Capítulo 22 - Unidos ante el mundo y ante todos

Y habló con su tutor y le hizo ver que,  todo cuanto pensara o hiciera, sería inútil y todo lo que conseguiría sería alejarla de ellos.  Henry había ido también a visitarle y portaba la carpeta con los documentos que Elizabeth había solicitado a raíz de la primera vez que vió  a Michael.  Todo era auténtico y casaba con lo que ambos le habían expuesto.  En teoría no tenía excusas para no aprobar su unión. Sentía lástima por él mismo,porque la única ilusión que había tenido fue la educación de esa niña que pudo haber sido suya.  pero ella ya volaba sola y merecía ser feliz.  La había robado los mejores años de su vida, y tendría que dejarla ir.


Y se unieron en una ceremonia sencilla pero hermosa, porque ambos rebosaban amor y felicidad. Disfrutarían de unos días de luna de miel, y después Michael volvería a Nueva York a organizar su traslado a Londres. Lo tenía todo pensado:  abriría una sucursal allí con el mismo nombre que tenía en Nueva York y lo atendería él personalmente.  Contrataría una secretaria, un ayudante y un detective privado.  Algo pequeño, sin complicaciones. Y escogería los casos sencillos  que no le robaran ni un solo segundo de estar con su mujer.  Deseaban tener un hijo cuanto antes;  eran mayores, sobretodo  él y quería disfrutar al máximo. como padre.   Como hombre organizado, todo lo tenía calculado y medido.  Pero la empresa más valiosa e importante para él, había sido casarse con la mujer que amaba, que había buscado siempre hasta encontrarla.
Y a veces tenía la sensación, cuando tomaba su mano, que era una niña necesitada de amor y cuidados que había retrocedido en el tiempo.  Si la hubiera conocido entonces, cuánto hubieran cambiado las cosas! ¿ La prefería inocente o más abierta como lo era ahora ? Desde luego, en cualquier situación la prefería a ella, tal cual estuviera, como ahora dulce, cariñosa y a veces atrevida.  Le encantaba cuando ella coqueteaba con él

Y  de nuevo tenía que ausentarse para terminar de organizarlo todo.  Tristes,  pero esperanzados Elizabeth llevó a su marido al aeropuerto.  No se soltaba de su brazo, no quería desprenderse de él.  Aunque fueran pocos días le iba a echar mucho de menos, máxime ahora que conocía las mieles del amor entre dos seres que se amaban por encima de todo.

- Hablaremos muchas  veces al cabo del día- la decía él.- Aunque las gestiones me entretendrán muchas horas, así que no te enfades si me retraso algo. Procuraré llamarte por la noche antes de dormir, así te doy las buenas noches e imaginaré que estoy a tu lado.
- Michael ¡ te voy a echar tanto de menos !
-Cariño, sólo será una semana
- Pero será muy larga.  En fin, después ya no nos separaremos nunca. Te ataré a mi brazo con una cadena - dijo riendo
- No será necesario.  me tienes encadenado a ti de por vida.  Y ahora he de entrar están en el último aviso -  Y se fundieron en un abrazo interminable.

Y fiel a las promesas hechas se llamaban y permanecían largo rato hablando de las gestiones realizadas y de los contactos realizados para su traslado a la City. Cada día que pasaban separados, se hacían más largos, pero también era menor el tiempo que les restaba para juntarse de nuevo. Y al fin pasó la semana  y la separación. Y a diferencia de cuando le llevó al aeropuerto,   triste,  estaría alegre y nerviosa por el encuentro de ambos esposos. Ahora comenzaría de verdad su vida en común.
Y al igual que al marchar su abrazo fue intenso, el del recibimiento lo fue más aún, si cabe.  Estaban recién casados y eran dos personas que se necesitaban una a la otra, y que eran felices por estar de nuevo juntos.
Y juntos celebraron su nueva etapa, a solas, ellos dos.  Adoraba a su mujer y cada día estaba  más enamorado y la necesitaba más a su lado.  Fue un sueño hecho realidad;  sin duda era la mujer de su vida a la que querría hasta el final.
  Ella había conocido el amor en otra persona, un amor  joven , pero el definitivo estaba a su lado besando sus manos, acariciándola, mirándola con ternura y la había hecho el amor con frenesí.  Porque la necesitaba y no se cansaba de repetírselo, y ella le correspondía, sonreia orgullosa y devolvía sus besos. Y en aquella noche de encuentro hicieron un encargo muy especial,  quizá demasiado pronto porque a penas habían disfrutado de su vida de casados, pero era de común acuerdo y ambos lo deseaban.  Ahora sólo tocaba esperar a que fuera efectivo, y transcurridos unos pocos días, lo sabrían con certeza.  Si fuera positivo, serían los seres más felices de esta tierra.

 Nunca pensó que  los ardores de la juventud volviesen  a él,  cuando estaba a punto de cumplir los cincuenta.  Y ella recogía en  Michael todo el afecto que necesitaba y que reclamara desde siempre, pero sólo en él lo había encontrado. Y definitivamente era el hombre y el amor de su vida del que ya no podría prescindir.

Estaba dormida con su postura preferida, abrazada al cuerpo de su marido y reclinada la cabeza en su pecho.  El también dormía con su mano sobre la cara de ella.  Necesitaban contacto permanentemente, como temiendo que sólo fuese un sueño y se desvaneciera al despertarse.  Era temprano aún y no tenían prisa: era fin de semana.  Elizabeth le había propuesto pàsar esos dos días  en Irlanda en aquella casita que utilizaba a veces, de soltera, para reflexionar. Aguardaría que se despertara para proponérselo.  Le dejaría descansar.

 El trabajo se fue relajando, no obstante,  había tenido una semana muy ajetreada con la organización de su despacho. No tenían prisa.

 Y pasaron unos días.  Ella sentía alguna molestia en el estómago;  seguramente porque había cenado poco la noche anterior.  Se incorporó despacio para no despertarle, y entonces sintió que su cabeza daba vueltas y unas inoportunas náuseas llenaban su boca de agua.  De un salto corrió hacia el baño, pero no pudo evitar que Michael se despertara sobresaltado.  Alarmado, escuchaba las náuseas de su mujer, que eran espectaculares;  corrió a su lado preocupado. Estaba arrodillada en el suelo con la cabeza inclinada sobre el váter. Se puso a su lado abrazándola y tratando de sujetar su frente y su estómago.   Poco a poco, las náuseas fueron remitiendo, pero él estaba blanco como el papel

- ¿ Estás enferma ? ¿ Qué te ocurre ?  Voy a llamar al médico
-No me pasa nada- le dijo con calma-.   Sólo el estómago se me había puesto del revés y creí se saliera de la boca.  Pero ya ha pasado. He de comer algo, aunque sea poca cosa.  Hay alguien que necesita desayunar
- No te preocupes, ahora mismo te lo preparo
- Amor mio, no soy yo,  es el pequeñín que llevo dentro.  Estas molestias desaparecerán dentro de poco. No es nada preocupante, sino lo más normal del mundo.
- ¿ Quieres decir que...?
- Exacto, eso quiero decir. Hacemos el amor y lo más lógico es que ocurra lo que ha ocurrido y lo que deseábamos:  vamos a ser papás
- ¿ Lo dices en serio ? ¿ Lo hemos logrado ?
- Si mi amor, estoy embarazada

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