martes, 15 de octubre de 2019

Pobre niña rica - Capítulo 6 - De nuevo William

William Mortimer, hermano de Henry Klarston,  el muchacho que conocimos en el Savoy, y que no se separó en toda la noche de Meredith, es hijo del segundo  matrimonio de la madre de ambos,  y esa es la razón de que lleven  distinto el primer apellido , y físicamente no se parecieran mucho.  Ambos eran apuestos caballeros: uno moreno y otro con el cabello color caoba, ya que  el padre de William procedía de Escocia.  Apareció con la brevedad de un rayo y así desapareció.  Siempre sonriendo, como si se burlara de la vida misma. Nunca entendí si fue casualidad o a drede, que apareció en mi escena, pero lo cierto era que fueron varias las ocasiones en que así sucedió.

La primera vez no dejó huella, pero en la segunda, mientras bailábamos tuve ocasión de fijarme más en él.  Era como si hubiera apostado con alguien que me perseguiría;  no dejaba de sonreír, y me miraba de una forma que me ponía nerviosa.  me taladraba con la vista, como si quisiera penetrar dentro de mi.
La mayoría de las personas que integraban los círculos financieros, conocían el accidente de mis padres y de mi existencia, pero al desaparecer de escena con motivo del internamiento  para mi educación, se olvidaron completamente de aquella niña que quedó huérfana. Lo más curioso de todo es que las finanzas siguieron funcionando como siempre, y es algo que ahora me pregunto ¿ qué mano prodigiosa las dirigía? No conocía a nadie de la directiva excepto a mi tutor, y deduje que fue él a quién mi padre dejó designado para patronar la nave hasta que yo estuviese preparada para ello.
Por eso se tomaba las cosas con tanta vehemencia.  Pero había algo que no encajaba: la fidelidad extrema para mi padre y la dedicación absoluta  a mi formación y a cuidarme hasta el más mínimo detalle.   Como dije en otra ocasión pertenecía a otro siglo y su carácter era reconcentrado. Quizás algún día averigue todo.

Habían demasiadas lagunas en mi entorno, oculta durante mucho tiempo y tendría que descubrirlas poco a poco.  Tampoco conocía mucho a las personas que integraban el consejo de administración.  Las vi por vez primera aquella noche del Savoy, pero yo estaba en otros menesteres.  Ya que era yo, parece ser, el foco de atención, trataría de quedar bien ante ellos, pero al mismo tiempo divertirme dentro de lo que una reunión de este tipo te permite.

Desde aquella noche, algo cambió en Meredith, y en mi.  Sonreía a menudo sin ton ni son, probablemente sumergida en algún pensamiento agradable.  Comenzó a salir entre semana con  Henry y poco a poco se agregó algún sábado y así hasta salir sólo con él.  Se la veía feliz y enamorada, algo que envidié con todas mis fuerzas.y poco a poco me fuí haciendo a la idea de que preferiría la compañía de su novio a la mía, como era lógico y natural.  Si yo estuviera en su lugar, hubiera hecho lo mismo, pero  no conocía ese sentimiento,  ni lo que representaba la felicidad, yo nunca lo había sido.  Pero si el estar enamorada te transporta a ese estado de ánimo, yo también desee poder estarlo, sólo que ella era correspondida, y yo seguía encerrada en mi jaula de cristal.

Y llegó ese día en que cualquier momento que tuvieran libre lo pasaban juntos excepto algún día en que me invitaban a comer, y creo que era por lástima al haberme dejado sin su compañía y preferir, como es lógico la de Henry. ¿ Serían novios ya  ?  Esa noche se lo pregunté y sonriendo ampliamente me confesó que sí.  Me alegré sinceramente por ella, porque se la veía feliz, pero al mismo tiempo, y sin decir nada, lamenté profundamente ese hecho. Y la envidié. ¡ Ojalá yo conociera  a alguien que me transmitiera esa felicidad ! pero en casa, estudiando y con mis salidas en solitario, dudaba mucho que sucediese.

Y entonces tomé una de las decisiones, quizás la más importante de mi vida: tomar las riendas de ella. Estaba en la universidad terminando la carrera y en todo ese tiempo no había logrado ni un solo amigo o amiga .  Algo en mi no funcionaba.  No me dí cuenta entonces de que la educación severisima recibida, me habían hecho tímida hasta extremos insospechados, como si el hablar con la gente me diera miedo. Era retraída,  y si tenía que hablar con alguien, siempre bajaba la mirada, lo que ese gesto violentaba a mi interlocutor.

Tenía que cambiar radicalmente con vistas al futuro que me aguardaba.  Si seguía así nadie confiaría en mi, todos  obviarían mi presencia y nadie contaría conmigo.  Sería una invitada de piedra en las reuniones de la directiva.  Y eso hacía que me revelara.  No había desperdiciado los mejores años de mi vida para que ahora nadie me tomara en cuenta.  Y decidí que hasta ahí podían llegar las cosas.

Revisé mi armario y ví que con la ropa que tenía era comprensible que nadie se acercara a mí.  No era apropiada para mi juventud y entonces me dí cuenta de que causaba sensación con los vestidos descotados en las pocas galas a las que acudía porque lucía los hombros, marcaban mi silueta y resaltaban mi busto, es decir lucía como lo que era una chica de veinte años en plenitud de juventud y belleza.
Llamé a mi asesora y estuvimos todo un día renovando mi vestuario de arriba a abajo, hasta la ropa interior fue diferente.  Y aquello me gustó.  Al verme en el espejo, comprendí que  había estado metida en otra piel, y que ahora era yo misma.  Me daba seguridad y hasta me gustaba que al ir por la calle, los chicos se giraran para verme.  Y es que en mi rostro también se reflejaba la seguridad que en mi misma había sacado del interior.
 Y por una rendija de mi cabeza se coló una imagen :  William Mortimer

¿ Por qué me acordaba de él ahora cuando tan solo  bailó conmigo tres minutos?  ¿Sería por la expresión que tenía en mi cara de hastío aquella noche?  Y fue ese recuerdo el que me hizo afianzarme más en mi nueva imagen.  No sólo renové mi vestuario, hasta el punto de escandalizar al mismo señor Menzies por el excesivo importe de la factura, sino que aprendí a maquillarme, asistí a un salón de belleza todas las semanas y comencé a acudir a los restaurantes yo sola a comer.  Me cohibía un poco, cuando,  al entrar en el comedor, me miraban disimuladamente.  Seguramente les chocaba que tan arreglada asistiera yo sola.
Al principio me violentaba un poco, pero al adquirir seguridad, dejó de importarme.  Respiraba hondo erguía los hombros y con paso seguro entraba en el local.  Todos esos cambios supusieron que mis notas bajasen en el último año de carrera, pero eso no impidió que me graduase con excelentes calificaciones.

A la entrega de mi  título asistieron tres personas: Meredith mi mejor amiga, casi una hermana para mí, con Henry, su novio, y cómo no,  el señor  Thomas Menzies, ti tutor.
A día de hoy, cuando el tiempo ha pasado, no sé si estuvo acertado en la educación que dirigió, ya que no fuí feliz en bastantes años, pero gracias a él, supe resolver los infinitos problemas que tuve a raíz de mi incorporación a la empresa familiar.

Puedo decir que el día de mi graduación fui feliz y recordé a mis padres.  Había superado unas durísimas pruebas de vida y lo había conseguido,  y por un instante, imaginé la cara de satisfacción de mi padre.  Pero seguía sin comprender la fidelidad extrema de aquel hombre, durante tantos años, que era mi tutor. Y fue mi gran descubrimiento.

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