jueves, 10 de enero de 2019

Te esperaba - Capítulo 18 - La vida en común

A pesar de que mantenían contacto con sus amigos de Guatemala, no habían encontrado la ocasión para viajar hasta allí. Los embarazos de Emma y el trabajo cada vez más acaparador de Robert les habían impedido viajar.  Pensaron hacerlo durante unas vacaciones, pero  Liam y Christine, debían ser algo mayores, ya que el viaje era largo hasta llegar a Santa Rosa.  Por lo demás todo transcurría con normalidad

Emma se hizo amiga de las mujeres de los compañeros de su marido y una vez a la semana se reunían para charlar de sus " cosas", porque siempre había alguna que tenía problemas y se confesaba con ellas.  Los niños crecían sanos y fuertes y Emma contaba con la ayuda de Meredith  una señora de edad media que había sido enfermera y ahora ejercía como Nany.  Eso la permitía tener más tiempo libre, pues aunque los niños iban al jardín de infancia, era ella la que atendía sus necesidades junto a Meredith.  No quería perderse la infancia de sus hijos ni por un instante.

Alguna noche, al menos una vez a la semana, salían   ellos solos a cenar fuera de casa o a una discoteca, al cine o al teatro.  Necesitaban tener unas horas para ellos solos;  creían que era importante para el buen funcionamiento del matrimonio:  tener su espacio para lo que  quisieran, sin contar la noche, que siempre era para su intimidad.
Poco a `poco  Robert había ascendido en su escala profesional y por ello debía acudir con frecuencia a  conferencias u otros eventos que le beneficiaban profesionalmente. Siempre deseaba que  Emma le acompañara, pero difícilmente ella ,lo hacía cuando se trataba de algún evento fuera de Londres;  los niños eran demasiado pequeños para dejarles al cargo de Meredith.

- Ella es de confianza, es buena profesional - la decía Riobert
-Lo sé, pero son demasiado pequeños. Puede surgir una caída de alguno de ellos, o ponerse enfermos de repente.  Los niños son así  y Christine es  casi un bebe.  A mi también me gustaría, pero francamente permanecer en el hotel esperando que termines la conferencia y pensando que los niños están al cargo de otra persona que no es su madre, no me gusta.  Espero que lo comprendas.  Ahora tenemos una responsabilidad para con ellos; son demasiado pequeños
- Está bien.  No insisto más, pero que sepas que te echaré de menos y daría cualquier cosa para que me acompañaras
- Yo también te echaré de menos, y lo sabes, pero...  ¿ Cuánto tiempo estarás fuera?
- Creo que un par de días, tres a lo sumo

Y esa no sería la primera vez que ocurriera; en otras ocasiones sería él quién diera la conferencia, pero tampoco Emma podría acompañarle.  Pero esta vez sería fuera de Inglaterra.  Berna era el lugar a donde iría, y con  una estancia bastante superior.  Habían maquinarias nuevas de alta precisión y ventajas para los cirujanos.  Eran como una especie de robots los que efectuaban la intervención, cauterizando a  un tiempo los cortes realizados, con lo cual el peligro de infecciones se reducía notablemente y el tiempo de la intervención también.  Pero esas máquinas había que dirigirlas, es decir:  el cirujano seguía operando, pero desde lejos y a través de una gran pantalla en tercera dimensión, de manera que el lugar a operar se veía perfectamente. Tenía que aprender a manejarlas y para ello debía acudir a  la ciudad suiza para adiestrarse en el manejo.

Cuando llegó al aeropuerto, estaba esperándole un chófer  que le conduciría al lugar de la presentación de la máquina y  también   la persona que le enseñaría su manejo.  Era una monitora sueca, ingeniera principal de la empresa que quería comercializarlo.:  Agneta Karlsson era su nombre y era la clásica belleza rubia del norte de Europa.  Alta de complexión algo atlética, con ojos azules y una sonrisa perfecta, totalmente opuesta a como era Emma, de estatura normal y de cabello castaños, aunque en nada debía envidiar a la del norte. .  Al presentarse se estrecharon las manos, y la de ella mostraba que era una mujer segura de si misma, firme y sabiendo lo que hacía.  Era simpática y sonreía con facilidad;  se cayeron bien de inmediato.

Le explicaba las ventajas que supondría y el avance en la cirugia y máxima ventaja para los pacientes cuya recuperación era más rápida.  le mostró unos catálogos y visitaron la sala en donde las tenían expuestas.  A Robert le pareció muy difícil llegar a manejar aquel artefacto de brazos mecánicos que debía sustituir los suyos, pero si se ganaba en tiempo y en seguridad para los pacientes, merecía la pena tomarse interés en su aprendizaje.  En definitiva, si no lo conseguía, el hospital mandaría a otro médico o simplemente desistiría de su compra.

Tardaron unas dos horas en la demostración que la misma Agneta hizo para que Robert comprendiera que no era tan difícil:  sólo bastaba la precisión de sus manos para manejarlo.  Y después del trabajo, llegaba la hora del almuerzo y de dejar atrás el tema trabajo, para algo más lúdico como una charla simplemente de dos personas que han de trabajar juntas y por consiguiente conocerse.  Y resultó ser una conversadora inteligente y amena.  Lo que se dice una mujer de mundo que había recorrido media Europa y fijado su residencia por medio año en la isla española de Menorca, buscando el sol y el calor del que carecían en Suecia.

Robert no conocía España, algo que siempre había entrado en sus cálculos pero que nunca tuvo ocasión o intención de hacer.  Sus vacaciones transcurrían en Suramérica, hasta que se casó y los niños se lo impedían.  Y poco a poco llegaron al terreno personal y Robert le habló de su mujer y de sus hijos.  La mostró las fotografías que llevaba en el móvil como fondo de pantalla y ella le hizo notar que se le iluminaba el rostro al contemplarles y hablar de ellos.

- Son mi vida entera.  Amo a mi mujer con todas mis fuerzas y daría la vida mil veces por mis hijos.  Hubiera deseado que Emma me acompañara, pero los niños son muy pequeños y no quería dejarlos en manos ajenas.
- Es natural, pero no debe dejar al marido solo.  Eres muy atractivo y una  pieza suculenta para atrapar - le respondió en broma rompiendo a reír,  que también secundó Robert.

La sobremesa se había prolongado en exceso y decidieron dar por concluida  la reunión, no sin antes quedar  para volverse a ver durante la cena.  Agneta le acompañó hasta el hotel situado en el centro de la ciudad, quedando citados para reunirse de nuevo por la noche.  Como buena anfitriona sería ella la que invitase, a pesar de las reiteradas peticiones de Robert que debía ser él, pero ella dijo que era del Norte y que en su país esos miramientos no se tenían en cuenta.

- Yo lo he sugerido.  Yo invito y no admito más discusiones.  A las ocho paso a recogerte
- Está bien, acepto. Pero mañana seré yo.  No olvides que soy inglés, y aún guardamos ese protocolo.

Ambos rieron y se despidieron para unas horas más tarde en que proseguirían sus charlas.    Y  unos minutos antes de la hora acordada, Robert estaba en el vestíbulo del hotel, para recibir a su nueva amiga con quién se disponía a pasar una velada agradable.  Antes había llamado a su casa y charlado con Emma;  le había contado su experiencia con  Agneta y la cita que  que tenía con ella para cenar.

A Emma no le gustó nada tanta familariedad de repente, sin a penas conocerse, y  se cuidó mucho de hacer algún comentario, pero esa explicación, lejos de animarla, la puso de mal humor. Tenía confianza plena en su marido, pero no en la sueca, aunque no la conociera .  Sabía el atractivo de  Robert y los estragos que había causado entre sus compañeras de hospital, aunque él nunca diera pié para ello.  Estaba segura que no tenía ojos más que para su familia, es decir para Emma.  Pero también sabía de la fragilidad de los hombres ante una mujer bonita.  Movió la cabeza como para alejar sus dudas, y siguió atendiendo a Christine, pues ya era la hora del baño.

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