jueves, 11 de enero de 2018

No fue un sueño, sino tú- Capítulo 5 - Una fiesta

Se disculpó, y él lo admitió.  De nuevo ella volvió con sus amigos bajo la mirada atenta de Albert, que esta vez si, recorrió su espalda. Hizo una mueca de aceptación a los cánones de belleza femenina que tenía. Y recordó a Brigitte tan distinta a esta chica tan espontánea de la que ni siquiera sabía su nombre.  Ambas mujeres estaban conectadas, aunque por muy distintos motivos.

  La fiesta estaba en todo su apogeo y las parejas bailaban sin cesar. Albert se puso de pie dispuesto a retirarse.  Allí no pintaba nada, no conocía a nadie excepto a la farmacéutica, pero ni siquiera habían cruzado más que dos palabras, y además estaba bailando con un chico que parecía ser su novio por la forma de mirarla y enlazar su cintura.  En un momento dado, él aproximó más su cuerpo al de ella, que poniendo la mano en su pecho, se retiró de inmediato con cara de pocos amigos.  ¿ Qué había ocurrido ? ¿La habría dicho algo que la molestase?  El caso es que ella se deshizo del abrazo de él, y a paso rápido salió de la pista de baile.  Desapareció entre las parejas dejando al chico con tres palmos de narices

- Es una mujer de carácter - pensó, y él también salió de la fiesta y se dirigió a su hotel.

 Al día siguiente debía madrugar, ya que el agente inmobiliario pasaría temprano a recogerle y acudir al notario a formalizar la compra de la casa.  Estaba en Recepción  abonando su cuenta, cuando el recepcionista le entregó un paquete pequeño con una tarjeta

- ¿ Es para mi ?  No conozco a nadie en esta ciudad ni espero nada.  ¿ Quién lo ha traído ?
- Ha sido Isabel
- ¿ Isabel ? No conozco a ninguna Isabel
- Se trata de la farmacéutica, señor
- Bien.  Gracias

Se hizo a un lado y procedió a desenvolver el paquete.  Cuando lo abrió supo   por qué se lo enviaba.  No pudo contener una risa al ver su contenido, y la imagen picaresca de ella, volvió a su mente de inmediato.  Se trataba de una caja de "Durex ", y en el sobre, una tarjeta que decía " Perdón ".  Ni un nombre, ni una dirección , ni un teléfono, nada. Entonces supuso que era una chica a la que gustaba hacer bromas y automáticamente perdonó su indiscreción, aunque ya lo hiciera la noche anterior, cuando  estrechó su mano.


Y el agente le dejó en la puerta del hotel de Palma, y en su bolsillo la escritura de la propiedad que había comprado.  Quería disfrutarla desde ya. Ordenó al hotel que le alquilaran un coche para dirigirse hasta Alcudia.  Pidió un mapa de carreteras y subió a su habitación para recoger el equipaje.  Estaba deseando disfrutarla, cuanto antes.

En el ascensor se cruzó con Brigitte que se dirigía a la playa

- ¡ Vaya, dichosos los ojos !  Gracias por tu despedida; has sido muy galante . le dijo con ironía
- Estabas dormida y tenía una excursión contratada. Ahora recogeré el equipaje y me voy de nuevo:  he comprado un chalet en Alcudia
- ¿ Qué has comprado un chalet ? ¿ Por qué no me llevas y lo celebramos

Albert no esperaba esa petición, pero no le pareció mal, y aceptó al momento.  Subieron juntos hasta la planta en donde estaban las habitaciones.  Brigitte se cambiaría de ropa  y recogería lo más preciso.  Tenía que regresar a casa en un par de días, pero serían suficientes para pasarlo bien, para repetir la experiencia vivida  antes.

Fueron directamente hacia el chalet, sin pasar por la ciudad.  Había olvidado totalmente a Isabel.  La charla de la francesa era divertida.  Se notaba que estaba contenta por esta excursión.  Se quedó asombrada al contemplar el paisaje que tenía frente así, y de inmediato le pidió bajar hasta la playa

- Hemos de inaugurarla. Hace un día precioso y el lugar es de ensueño. Además  es privada ¿ no ?
- ¿ Qué tiene que ver eso ? - respondió él ante la salida de Brigitte
- Pues eso, que podamos hacer lo que queramos sin tener testigos.

El entendió perfectamente la indirecta, y no despreció la ocasión de inaugurar tan triunfalmente  su casa en España.  Se acordó de la primera vez que estuvieron juntos, y nuevamente la llama del deseo prendió entre ambos. Cogieron unas toallas y bajaron los escalones rápidamente, que les conduciría a la playa.  Se sumergieron en las transparentes y cálidas aguas mediterráneas, y allí jugaban y retozaban como dos chiquillos.  Después salieron hasta la arena, extendieron las toallas e hicieron el amor apasionadamente, ajenos a una mirada, que al verlos dio media vuelta y salió de su escondrijo para volver por donde había llegado.

- Para esto quería el Dúrex.  - Se dijo andando rápidamente en dirección a la carretera en donde estaba aparcado el coche que la llevaría de nuevo a la ciudad.

Por una amiga que trabaja en la inmobiliaria, Isabel conoció un escondrijo por el que podía colarse en la playa privada de la ahora adquirida propiedad del inglés.  Y por la misma chica conoció su nombre, su nacionalidad y su profesión.  Lo que menos podía esperar es que estuviera con alguien.  No debió meterse en una propiedad ajena, pero lo venía haciendo desde que se marcharan los antiguos propietarios:  era su sitio siempre solitario, en donde se escondía cada vez que tenía algún problema.  Pero estaba visto que había dejado de pertenecerla.  Nunca lo volvería a hacer.  Ya sabía que él tenía novia y además era su casa ; no quería volver a presenciar algo como lo que había visto.  Quedó bastante decepcionada de él, pero a ella ¿qué le importaba?  No le conocía y además estaba en su casa y podía hacer lo que quisiera. Pero tenía que reconocer que era un real ejemplar masculino.

Salió a donde había dejado aparcado su coche.  Estaba de mal humor desde hacía días.  Su baile con Patricio el día de la fiesta, le había dejado mal sabor de boca.  No era con él con quién había imaginado un noviazgo, por lo que decidió cortar en ese preciso instante su cercanía con él.  Andaba malhumorada desde entonces, pero no era ese el motivo, aunque ni siquiera imaginaba qué podía producir ese malestar en ella.

Brigitte había regresado a casa. Albert la llevó hasta el aeropuerto y al despedirse, se prometieron volverse a ver, o al menos comunicarse por teléfono frecuentemente, hasta que de nuevo tuviesen otra oportunidad de verse..  Albert pasó ese día en Palma, y al atardecer regresó a Alcudia.  Pero antes quiso pasar por la ciudad, no sabía muy bien por qué.  Probablemente porque sentía la necesidad de establecer algún lazo de amistad con alguien, ya que eran vecinos y las gentes eran receptivas y cariñosas con los forasteros.  Aparcó frente a la farmacia y entró en ella para saludar a Isabel, ya que había conocido su nombre.  Otra chica  atendía a una clienta.  Miró alrededor y al no verla, una vez que la chica había quedado libre, preguntar por ella.

- Un momento, está en la rebotica

Al momento salió Isabel sonriendo como siempre, pensando que algún conocido quería verla, pero se borró la sonrisa de su cara al comprobar de quién se trataba.

- ¡ Ah, es usted ! - le dijo a modo de saludo
- ¿ Esperaba a su novio ? - le respondió Albert
- No tengo novio.-  dijo secamente
-- Bien pues me alegro.  Pasaba por aquí y pensé en entrar a saludarla y a ofrecerle mi casa.  Es lo que hacen los buenos vecinos
-- Muchas gracias, ha sido todo un detalle - respondió algo cortada
- Si alguna vez le apetece visitarme, la invito a tomar algo: un café una copa... - No le dejó terminar, le cortó bruscamente
- No creo poder hacerlo. Estoy muy ocupada, pero muchas gracias.
- Bien. Me marcho, no quiero interrumpir su trabajo.  Adiós

Salió de la farmacia pensativo

- ¿ Qué demonios le pasa a esta chica?  Vengo cortésmente a ofrecerle mi casa, y poco menos que me echa de la farmacia.  Nunca entenderé a las mujeres.

Se metió en el coche y partió rumbo a su casa, mientras era observado a través de los cristales de la farmacia por una apesadumbrada Isabel, que no terminaba de entender la sequedad y el carácter cortante con que le había atendido.  Ella no era así y él había sido educado y cortés. Sería difícil volverse a ver, así que trató por todos los medios borrar su malestar y atender a las personas que comenzaban a llegar a recoger sus medicinas.

El carácter de Isabel era afable y simpático, y era muy querida en el lugar, ya que era servicial y amiga de hacer favores a quién solicitara sus servicios.  Pero aquél extranjero la había perturbado desde el mismo instante en que se conocieron. Y le vino a la cabeza la escena de la playa, algo que acrecentó aún más su malestar.

Y pasaron los días. Albert se encontraba mejor y decidió que ya era hora de regresar al trabajo.  Aquellas vacaciones habían sido un bálsamo para su espíritu.  Había dejado atrás lo que le había llevado hasta allí y recobrado la confianza en sí mismo, y retomado alientos para enfrentarse a lo que le esperaría en el hospital.  Dejó una copia de las llaves en la inmobiliaria y partió rumbo a Palma con destino a Londres.  No se despidió de nadie, ya que al estar recluido en su casa, a nadie había conocido; excepto a  Isabel, pero la ultima vez que se vieron fue desagradable, así que pensó no volver a verla..

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