martes, 16 de enero de 2018

No fue un sueño, sino tú - Capítulo 12 - Premonición

Habán llegado a Berna. El grupo en el que Isabel hacía su viaje estaba recorriendo la ciudad. No es una ciudad grande, pero como todas las ciudades suizas, están muy cuidadas y limpias.  Le llamaba la atención la arquitectura tan distinta a la mediterránea a la que estaba acostumbrada.  Esta es la característica del centro de Europa.  No hay rascacielos y el centro histórico no es muy grande pero es interesante.  Compraron chocolate y visitaron el foso, con el oso, mascota de la ciudad.  Todos habían congeniado perfectamente y se divertían mucho cambiando impresiones unos con otros.  Harían noche en Berna y al día siguiente sin prisas, irían de excursión a visitar los cantones, más por tipismo que por otra cosa, porque cada uno de ellos tenían el sello característico de su denominación.  Recorrieron algunos pueblos del interior que parecían sacados de los cuentos. En los valles el verdor contrastaba con tejados de las casas de color rojo.  Visitaron alguna fábrica de chocolate.  Isabel compraba recuerdos que regalaría a sus amigas, y el consabido chocolate, para sentir el placer de esa deliciosa golosina.


Después de cenar, hicieron sobremesa en la cafetería del hotel.  Para ellos era muy temprano para acostarse, así que ante un chocolate caliente, amenizaron la charla con las impresiones que  se llevaban  del viaje.  A las once, cada uno se dirigió a su habitación.  Isabel estaba cansada; no estaba acostumbrada a tanto ir y venir.  Quería absorber todo y guardarlo en su memoria.  Se había hecho una reflexión: no sería la última vez que volviera a viajar.  Había sido una experiencia increiblemente enriquecedora.  Ya en su dormitorio, preparó  la ropa que iba a ponerse al día siguiente.  había dejado aviso en recepción que la avisaran a las siete de la mañana, A las nueve saldrían nuevamente de ruta.  No la gustaba llegar tarde, prefería esperar a que la esperasen.

Habían solicitado al guía, que les llevara por el interior y hacer una parada breve en uno de esos pueblecitos encantadores por los que pasaban, pero que veian desde las alturas de alguna montaña.  bajarían al valle para ello.  Comerían en alguno de ellos y después de la sobremesa, tomarían el camino que les conduciría a Ginebra.  Allí darían una vuelta y harían noche durante dos días.

La ciudad es mayor que Berna, y tiene otro ritmo de vida debido a la actividad a la que se dedica.  Isabel se compraría un reloj y otro para Celia.  De no haber sido por ella, no se hubiera animado a hacer el viaje, así que la estaba muy agradecida.  Estaba contenta y más distraida de sus pesadumbres, pero tambián sosprechaba que cuando volviera a casa, nuevamente todo volvería.  Pero ya lo haría frente, de momento quería disfrutar hasta el último minuto del viaje.


Llevarían como una hora de ruta y el guía les anunciaba que en otra hora estarían en Ginebra.

- Anochece antes y las noches son bastante frescas pero muy agradables, así que cuando lleguemos al hotel no se olviden de llevar alguna chaqueta, si es que deciden salir después de cenar.  No piensen que la vida nocturna es la misma que en nuestro pais.  Está es una ciudad de oficinas con la entrada al trabajo muy pronto, pero también salen más temprano que nosotros.  Normalmente, cada uno se queda en casa a ver televisión, y tan sólo los turistas son los que deambulan por las calles admirando los escaparates de las joyerías , queriéndose llevar todos los relojes, de primeras marcas, claro. - Todos rieron satisfechos, pensando en que ellos harían lo mismo.

Albert estaba tomando una copa con un conocido colega de otras veces.  Tenían que desplazarse a unos veinte kilómetros de la capital, en donde les habían organizado una fiesta a modo de despedida de la conferencia, que como todas, había sido monótona con muchos discursos y pocas soluciones.  No le apetecía mucho salir , pero no tenía más remedio que alternar en la última noche de su estancia.  Le terminó por decidir el amigo con el  que charlaba.  Todos irían en autobús dispuesto para el evento, por lo que podrían excederse el alguna copa sin problema por la conducción.

A media tarde, y después de haber descansado durante un rato, se duchó, se cambió de ropa, y bajó a la cafetería para reunirse con el resto de los integrantes.  A la hora convenida, subieron al autocar  y emprendieron la ruta.  La luz del día se iba perdiendo, y sin llegar a ser de noche ya el sol casi estaba oculto.  A lo lejos se divisaba un minibús que iba en su misma dirección.  Albert charlaba animadamente con su compañero de asiento.  En un momento determinado sintió un raro malestar en el estómago; era como si una mano se lo apretara.

- ¡ Qué extraño, no he comido demasiado y no he bebido a penas. ¿ Serán nervios ?.  Pero ¿ de qué ? Seguro que de estar tanto tiempo sentado se me han formado gases. Seguro que será eso.

Siguió atendiendo la charla de su amigo. Volvió la cabeza hacia la carretera y en una fracción de segundo, vio como el minibús que iba a  distancia de ellos, daba un frenazo en seco y tras estrellarse contra un muro de hormigón, quedó  en mitad de la carretera.  Un grito de espanto salió de todas las gargantas de los congresistas.  Pararon inmediatamente y corrieron hacia el lugar del accidente, para  poder asistir a los ocupantes.  Las puertas no podían abrirse.  Rompieron los cristales de algunas ventanillas para poder entrar.  El chófer del minibús en el iban los congresistas llamó inmediatamente a la policía y a urgencias para que llegaran hasta allí.  Les dio las coordenadas y todos trataron  de ayudar.

Albert llegó de los primeros.  El guía estaba inconsciente con sangre en la cabeza y en una pierna.  El chófer con el cuerpo ensangrentado también desmayado.  Analizaban la situación; sabían que no podían moverlos.  Pero al menos hablar con ellos, que supieran que no estaban solos y que pronto tendrían ayuda. .  En la parte de atrás boca abajo, desmayada , había una mujer joven.  Albert con sumo cuidado,  tomaba su pulso, ponía su mano en el cuello para notar las pulsaciones que eran débiles.  De su cara salía bastante sangre.   Una herida profunda en la mejilla, como si se le hubiera clavado algo Sangraba también por una pierna y la blusa que llevaba, poco a poco,   la tela se teñía de rojo.

No podían moverla, pero sí al menos limpiar su rostro con su pañuelo.  Se quitó la chaqueta y se la puso para que estuviera algo abrigada.  A simple vista las heridas parecían graves. Un lado del rostro quedaba ante su vista, y vio horrorizado que aquella joven era Isabel.

- No, no puede ser verdad. ¿ Qué hacía ella allí? No, no es ella. está en Alcudia.  No Dios mio, no lo permitas.

 Y de nuevo la sensación extraña de su estómago, se hizo más persistente y dolorosa... Era como si lo hubiera presentido. ¡ Cómo iba a imaginar que ella estuviera allí,  delante de él, y tan herida o quizá...

- No, no. Tiene que vivir, no puede irse

 Se negaba a pronunciar esa palabra, ni tan siquiera pensarla.  Tomaba su mano que por momentos se tornaba fria.  Miraba desesperado a la carretera para ver si la ayuda llegaba.  No sabía lo que tardaría ni desde donde vendrían, pero el tiempo corría en su contra y los minutos se hacían horas.  No supo el tiempo que transcurrió cuando a lo lejos se escucharon varias sirenas..  No soltaba su mano.  Con el rostro desencajado miraba y remiraba la cara de Isabel, buscando un halo de vida, pero ella no respondía. Y mientras otros compañeros de la conferencia se ocupaban de alguno de los heridos, comprobaron que dos de los accidentados, estaban extremadamente graves.  habían recibido todo el impacto del choque..  La desolación reinaba entre ellos, porque se veían impotentes para hacer algo.  Albert, mientras,   acariciaba su rostro,   recordó el sueño extraño de la noche anterior: un coche, una carretera y... ¡ un accidente !

- No, no fue un sueño ¡ eras tú, .tú mi pequeña  la imagen que no identificaba!  Y yo no estaba aquí para protegerte, para cuidarte.  ¿Qué extraña razón me hizo tener esa pesadilla?  ¿ Por qué ?

La garganta se le cerraba por la emoción, cuando unos brazos fuertes le obligaron a salir por la misma ventanilla por la que había entrado.    Los bomberos habían llegado y ni siquiera se había dado cuenta.  Iban a proceder a cortar los hierros para poder extraer a las víctimas

- Tiene que salir de aquí, señor. Vamos a proceder a cortar los hierros.
- No me moveré de su lado.  La protegeré con mi cuerpo mientras aplican la sierra, el soplete, en fin lo que tengan que emplear. Es mi decisión .  Le eximo de toda responsabilidad.  Se trata de alguien muy importante para mi ¿ comprende?
- Está bien, como quiera. Pero ha de ser ahora mismo.  Ya.  Hay heridos graves.



Albert se tumbo sobre Isabel dejando su cuerpo en hueco, para protegerla de las chispas que pudieran saltar al proceder a cortar la chapa.  Es lo único que podía hacer.   Sentía la débil tibieza de su cuerpo, su respiración entrecortada, y supo que aquel cuerpo inerte, era la razón de su vida.  Que la amaba como nunca había imaginado amar a nadie.  Apoyó su cabeza sobre la de ella besándola. .  Que había tratado de olvidarla, pero que la necesitaba, y sin embargo estaba herida de gravedad, y él, precisamente, no podía hacer nada por salvarla


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