miércoles, 10 de enero de 2018

No fue un sueño, sino tú - Capítulo 3 - El trencito de Sóller

 Y por fin llegaron a Sóller. Sus calles parecían jardines. Las buganvilias alfombraban las tapias de las casas cayendo hacía la calle. Los balcones eran vergeles de geranios color rojo.  Las casas con el clásico color ocre  de estilo mediterráneo con los tejados rojizos de arcilla. Un trencito iba desde el puerto a la ciudad ofreciendo el maravilloso espectáculo de un recorrido único de luz y color.  Lentamente sin prisas, con calma.  Y por fin Albert se decidió a sacar alguna fotografía.  Era un paisaje precioso y encantador que merecía la pena guardar.  Trazó una cruz en su agenda con  el nombre del lugar:  no le importaría fijar aquí su residencia.  Quizá con  una casita sin pretensiones cerca de la playa.

Estaba entusiasmado con el paisaje. Respiraba belleza y armonía, con un panorama tan normal para aquellas gentes, y tan extraordinario para sus visitantes.  En ello estaba, cuando una voz con un deje extranjero, le habló bajito:

- Perdón ¿está ocupado este asiento?- le preguntó en otro idioma que no era el castellano

Albert miró a su alrededor y comprobó que la mayoría estaban vacíos.  Sólo los ocupaban los integrantes de la excursión, al menos en ese vagón.  La miró y ante él vio un rostro poco común.  Se trataba de una muchacha de cabello rubio que respiraba sensualidad toda ella.  No sólo su rostro, su cuerpo entero, y hasta lo vio algo provocativo

- Si desde luego.  Está libre
- Merci - respodió ella

 En ese instante supo que era francesa.  Las mujeres del país galo son seductoras, posiblemente por ese halo que llevan implícito de libertad y sensualidad.  Seguramente sería parisina; las de otras localidades francesas, se muestran más comedidas.

Había viajado a Francia muchas veces.  París le enamoró desde el primer día que lo visitó.  Se fijó más en ella  recorriendo su rostro con la mirada.  De ojos castaños, labios sensuales y dientes perfectos.  No se atrevió a seguir su recorrido para no parecer demasiado atrevido.  Debía tener unos treinta años y por su forma de desenvolverse, sacó en conclusión que estaba muy acostumbrada a despertar en los hombres, el mismo interés que había tenido Albert.

 Inmediatamente, ella ,  inició una conversación  preguntándole  si estaba de vacaciones, si iba por libre, en fin, una forma de entablar una charla y coqueteo con él.  Cuando llegaron a la ciudad, ya eran grandes conversadores y conocían el lugar de nacimiento y a qué se dedicaban cada uno de ellos.  Ella manifestó que pertenecía al mismo grupo de excursionistas que él, que estaba alojada en el mismo hotel, pero que hacía una semana que había llegado a Sóller para visitar a un familiar que residía allí, pero debía incorporarse al grupo y regresar a Palma pues debía volver  a París en unos pocos días.

Recorrieron la ciudad juntos, y juntos se sentaron a la mesa del restaurante para almorzar.  Se caían bien.  Ella era simpática y le hizo olvidar los motivos por los que había llegado a  Baleares.  Era divertida y ocurrente:  justo lo que necesitaba, así que serían compañeros para el resto del viaje.
 Y regresaron a Palma

A la hora de la cena, quedaron citados en el hall del hotel, pero ellos irían por libre a otro restaurante distinto.. Y después de cenar, pasearon por el Paseo Marítimo y contemplaron las luces de hoteles y discotecas que bordeaban la costa . El cielo estaba tachonado de estrellas y corría una suave brisa con aromas dulces a dama de noche.  Todo incitaba al amor, algo que ellos no sentían, pero si atracción mutua, y decidieron no dar por terminada la velada, sino  ampliarla en la habitación de ella.


Con los primeros rayos del sol, Albert se despertó y mirando al techo se preguntaba qué había ocurrido en esas horas para haber terminado en la cama con una extraña, que a penas conocía.  Pero su encuentro había sido fantástico y se encontraba francamente bien, como hacía mucho tiempo que no se sentía.  Se levantó y se asomó a la terraza del dormitorio.  En el horizonte el sol se levantaba lentamente.  Las gaviotas revoloteaban y de vez en cuando se oía el murmullo de las tranquilas aguas turquesa del mar.  Algunas parejas caminaban por la playa apurando la madrugada. Se respiraba calma, tranquilidad y sosiego.  Giró la cabeza y vio a Brigitte que dormía plácidamente.  Se vistió y salió de la habitación sin hacer ruido.  Tenían una cita con el grupo para viajar a Alcudia la siguiente parada de su periplo vacacional.

En esa ocasión no les acompañaría Brigitte, porque además de conocer la localidad, estaba extremadamente cansada por la velada anterior que ambos disfrutaron.  En cierto modo, Albert, lo lamentó; lo había pasado muy bien con ella y estaba dispuesto a repetir la experiencia, pero antes debía tomar precauciones.   ¿ Cómo no se le había ocurrido siendo médico?  Fue todo  de improviso, sin buscarlo, sólo surgió de ese modo.  Pero debía tener cuidado, en definitiva era una desconocida y no sabía de ella más que lo que le había contado y no era mucho, precisamente.  Pero por su forma de desenvolverse supo que era una mujer acostumbrada a esos encuentros  ocasionales.  Decididamente entraría en la primera farmacia que encontrara.

Fueron bordeando la costa y contemplaba las casitas en lo alto de algún montículo, o a ras de playa , que eran una verdadera delicia.  Le encantaba el paisaje, le encantaba la isla, le entusiasmaba la decisión que había tomado.  Llevaba poco tiempo  y sin embargo sentía que estaba recobrando su equilibrio.

En lo alto de una montaña, divisó una casa totalmente blanca, con una bajada directamente a la playa.  Era el sitio ideal:  montaña y mar.  En el frontal del edificio tenía ventanales amplios y delante una hermosa terraza desde la cual debería divisarse una vista espectacular.

-  ¡ Si estuviera en venta, o en alquiler ...! - pensó - Sería una sitio ideal para vivir, e incluso para pasar las vacaciones.  En avión  se tarda lo mismo en llegar  aquí como de Londres a Irlanda..-   Preguntó al guía señalando a la casa:

-¿ Dónde estamos ?
- En Alcudia.  Cuando lleguemos a destino, haremos una visita por la ciudad.  Es preciosa y muy antigua. Tanto como que los romanos  y los árabes dejaron sus vestigios, que aún se conservan.
-Me encanta esa casa.Si, mucho
- Pues aproveche, está en venta.  Aunque no será nada barata.  Vivía un matrimonio, pero los hijos les reclamaron y volvieron a su pais.  Creo que eran daneses
- ¿ Sabe dónde podría informarme?
- ¡ Claro !, en cualquier establecimiento . Aquí se conocen todos.  Es un lugar pequeño
-Excelente, y de paso buscaré una farmacia
- ¿ Se encuentra mal ? - le dijo solícito el guía
- No, muchas gracias. Estoy bien, sólo padezco de jaquecas y olvidé los analgésicos en casa
- Le indicaré donde hay una en cuanto lleguemos. Además está en la plaza principal.  Es fácil de localizar.

Y así fue.  Aparcaron el bus que les había conducido hasta allí y justo enfrente, lucía el rótulo de "Farmacia" con la luminaria de una cruz verde.  Se acercó despacio hasta ella.  En un lateral de la portada, había una placa que decía : Licenciada Isabel Treviño Márquez..  Empujó la puerta y entró en el establecimiento.  Había una muchacha joven, colocando unos medicamentos que acababa de recibir .  Al escuchar la campanilla de la puerta se giró, esbozando una sonrisa , como saludo,  al recién llegado.

- Buenos días señor ¿ En qué puedo servirle ?


Durante un segundo, Albert, tuvo una especie de dèjávu.  ¿ La conocía ?  No, no la había visto, pero su cara ... .  No sabía de dónde, ni de qué, pero le era familiar

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