miércoles, 10 de enero de 2018

No fue un sueño, sino tú - Capítulo 1 -Clarisse

Las puertas que conducían al quirofano, se abrieron bruscamente. Con el rostro descompuesto, las mandíbulas contraídas y los ojos con mirada hostil, el cirujano Albert Sheridan, salió de allí .  Acababa de perder a una paciente .  No por negligencia médica, sino porque la enfermedad que padecía desde hacía tiempo había hecho crisis, reclamando aquel cuerpo de imposible curación.

La conocía desde hacía mucho  tiempo, desde que ambos iban al instituto, y hasta hubo un momento en que creyó estar enamorado de ella.  Después cada uno fue a distintas universidades y perdió su rastro, hasta que un día fue derivada de su médico de cabecera hasta cirugía para una posible intervención.  Demasiado tarde.  A pesar de las pruebas realizadas y que dejaban a las claras que no había nada que hacer,  su familia insistió en el último intento que quedaba.  El habló claramente con ellos, menos con Clarisse; era demasiado cruda la verdad que hubiera tenido que decirle, y su madre se opuso terminantemente.  Nadie tenía la culpa, sólo la terrible enfermedad .  En reunión familiar, decidieron que fuera él quién la interviniese, aunque no tuviera éxito, pero era la única posibilidad que había y tenían que intentarlo.

Se ducho como para serenarse y tener la cabeza fria para hablar con la familia.  Lo que menos necesitaban en esos momentos eran las dudas del cirujano.  Se puso un pijama limpio y trago saliva, aspirando una bocanada de aire, y fue hasta la pequeña sala en que los familiares esperaban ansiosos el resultado.   Y con paso firme acudió a la cita.  Fue recibido con preocupación extrema.   Nada más entrar en la sala, la madre de Clarisse supo que no tenía buenas noticias, pero con toda la serenidad que en esos momentos podría tener, quiso conocer  todos los pormenores y el resultado.   Tan sólo con ver el rostro del médico, supieron que todo había ido mal.
Cogió  la mano a la madre de Clarisse e hizo que todos se sentaran; tendría una charla pormenorizada de todo lo acontecido en quirofano.  Les debía una explicación amplia que ellos recibieron serenos,

- Veréis... Es muy difícil para mi tener que comunicar que la ciencia ha fracasado.  Sabíais de ante mano que había una remotísima posibilidad de que saliera bien: una entre mil.   A pesar de todo la operamos, pero al abrir, vimos de inmediato que no había nada que hacer.  La enfermedad  había invadido órganos vitales y sería cuestión de días  que su organismo fallara.  Su corazón no lo pudo resistir  y...-  No pudo seguir hablando, no encontraba las palabras.

Los sollozos de la madre abrazada a su marido, la lividez en el rostro del padre y el llanto silencioso de su hermano, le indicó que todos conocían el resultado final.  Corrieron el riesgo, pero no pudo ser. Tras una breve charla con ellos, salió de allí con una idea fija en su cabeza.  Dejaría la profesión.

Era difícil enfrentarse a los casos como el de Clarisse, pero casi era peor enfrentarse a las familias y decirles que no había nada que hacer.  Cada uno reaccionaba a su manera.  Unos lloraban abrazados al médico.  otros le increpaban  como si tuviera la culpa.  Eran situaciones que le habían llevado al límite.  Al menos por una temporada se alejaría de su profesión y de cualquier hospital.  Sabía que la tensión nerviosa le jugaría una mala pasada no tardando mucho, y necesitaba toda la serenidad del mundo para intervenir a sus pacientes.  Necesitaba que los nervios no aflorasen y que las manos no le temblaran . Que la emoción y el miedo a un fallo profesional, no le dominaran, y para ello tenía que alejarse .

Cuando terminó su turno, se dirigió al despacho del director; le solicitaría una excedencia, se iría de viaje a cualquier lugar lejos de enfermedades.  Vegetaría durante una temporada y de esta forma recobrar la calma que ahora no tenía y necesitaba más que nunca.  Explicó a su superior lo ocurrido y su estado de ánimo. A regañadientes, le concedió la excedencia por un mes, tras discutir que era un tiempo insuficiente.  Después de varios tiras y aflojas, aceptó y salió del hospital, aspirando el aire de la calle.

Mientras se dirigía a su domicilio, iba recordando su amistad con la muchacha que acababa de morir. El primer día que la vio en el Instituto, lo bien que le cayó por su dulce rostro y su tímida sonrisa.  Al cabo de varios días, compartían la misma mesa en el comedor. Tuvieron su primera cita en un centro comercial y alguna salida más.  Se llevaban bien, se encontraban a gusto juntos, y para mediados de curso se dieron su primer beso.  Tanto para Albert como para Clarisse, era su primera demostración amorosa.  Esa noche ninguno de los dos pudo dormir, deseando que llegase pronto el día siguiente para poder verse a la entrada y en la comida.  Y aquel día, fue el primero que la acompañó hasta su casa.  Y así sucedieron los días y el tiempo.  Para cuando terminaron la secundaria, su relación se había enfriado y su despedida al final de ese curso, fue protocolaria.  El había conocido a otras chicas y ella igualmente, salía con otro chico.  Después la universidad, cada uno por un lado, y al final el silencio y el desconocimiento uno del otro, hasta que una llamada a la consulta,  de otro colega, le puso en antecedentes que iba a enviarle a una muchacha bastante enferma que precisaba de una operación.  Lo que menos podía sospechar era de quién se trataba; ni siquiera al leer su nombre, recordó a aquel primer amor de adolescente.

Al terminar su evocación, ya estaba frente a su casa, situado en un elegante barrio de Londres. Le recibió el silencio que más que nunca le resultó agobiante..  Se sirvió una copa y sentado en su sillón preferido, comenzó a desarrollar lo que tenía planeado:  unas vacaciones anticipadas de ida pero sin saber el regreso.  Haría caso omiso de las recomendaciones de su jefe, y haría lo que él quisiera.  Si hacer su voluntad le costase el puesto, pues ya encontraría otro; eso no le preocupaba lo más mínimo.  A toda costa había de recobrar su equilibrio.

Pensaba a qué lugar dirigirse.  Desde luego debería ser  alejado de toda aglomeración de gente. No le importaba un pueblo alejado de la civilización; lo que buscaba era soledad precisamente.  Encendió el ordenador y por Internet buscó un sitio con buen clima y tranquilo.  No le importaba que fuera pequeño, mejor, así tendría más tranquilidad, y ante sus ojos estaba el territorio de la denominada "La isla de la calma:  Mallorca". Ese nombre le hizo sonreír y creyó que sería un sitio ideal, si es que hacía honor a ese apelativo.  No estaba lejos de Inglaterra, ya que en unas tres horas aproximadamente llegaría a su destino.  Vio las imágenes y de los alrededores de la capital, y le satisfizo, ya que estaba suficientemente lejos de Ibiza, que tenía fama de todo lo contrario.  Se dirigió a una agencia de viajes y pidió folletos de Baleares.  Detenidamente los vio y al fin se decidió por un lugar pequeño, con montaña y mar, y no lejos de la capital: Alcudia.  No obstante le apetecía conocer aquella isla que en siglos atrás fue el dominio y el refugio de piratas ingleses, teniendo que ser reconquistada por sus legítimos dueños: los mallorquines.

Descolgó el teléfono y solicitó un pasaje en el  primer avión que saliera para Mallorca y un hotel cómodo donde hospedarse en la ciudad.  Una vez allí, haría un periplo turístico para conocerlo y así decidir dónde pasaría sus vacaciones de terapia

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