jueves, 18 de enero de 2018

No fue un sueño, sino tú - Capítulo 18 - Una pareja feliz

Meredith salió hasta la puerta a despedir a la pareja.  Habían tenido un almuerzo muy agradable, pero Isabel se sentía observada por ella hasta en el más mínimo detalle.  Lo entendía; no la conocía y se trataba de la felicidad de su sobrino, pero eso no impedía  que estuviese tensa y nerviosa durante todo el tiempo.

- Volved pronto.  Otro día - les dijo cuando la pareja se introducía en el coche.

Albert observaba a Isabel, que sonreia, pero era una sonrisa indescifrable. ¿ Qué estaría pensando? Guardaba silencio, algo poco usual en ella que siempre estaba parloteando y gastando bromas.  Sabía que había sido un día tenso para ella, y que no había forma de poderlo evitar.  Las presentaciones a la familia, la primera vez, siempre eran perturbadoras, aunque todo se desarrollase con normalidad.

- Vas muy callada - la dijo él- ¿ De qué habéis hablado ?
- De lo normal.  No tienes porqué preocuparte.  Creo que ha sido algo natural por parte de tu tía.  No me conoce, ignora todo sobre mi, y estoy con su sobrino.  Es normal que se preocupe y desee estudiarme.
- Pues la has encantado
- No lo sé, Albert.  Nuestra relación es extraña para nosotros, así que imagino que también lo será para los demás.  El conocer a la familia es algo que ha de pasarse, pero produce mucha tensión, al menos la primera vez.  Tú no vas a tener ese problema: no tengo a nadie.
- ¿ Crees que sería un problema para mí?  En absoluto. estaría encantado de haberles podido conocer.

Poco más hablaron hasta llegar a casa. La veia preocupada y dispersa.  Daría cualquier cosa por averiguar lo que su cabecita piensa constantemente.    La tomó de la mano y la atrajo hacia él

- No te preocupes, nena. Todo ha salido muy bien., pero ahora tengo que dejarte por un rato.   He de repasar un informe para una operación pasado mañana.  Un cateterismo.  No tardaré ¿ me disculpas ?
- ¡ Claro ! Te deseo suerte, ya lo sabes

La dio un beso y Albert se dirigió a su despacho, y ella se quedó en mitad de la habitación, mirando a todos lados sin saber lo qué hacer.  Se sentó en el salón y buscó un libro, encendió la cadena de música y puso una melodía suave y en tono bajo.  Siempre leía con música de fondo.  La ayudaba a concentrarse en la lectura, pero hoy no terminaba de conseguirlo..  En el silencio de la casa, se escuchó la débil llamada de un teléfono, y silencio después.:  Albert  la había atendido .  Tendría que acostumbrarse a  este tipo de vida al convivir con un médico. Sus ausencias, sus guardias , sus llamadas  a media noche.. Albert regresó a su lado al cabo de dos horas.  Venía sonriente y disculpándose por la tardanza.

- He tardado más de lo previsto.  Me ha llamado Meredith y me ha entretenido .
-¿ La ocurre algo ?
- No.  Era para decirme que esres una chica estupenda, que te quiera y que desea que seamos felices.  Pero también me ha dicho que no te intimide. ¿ Me quieres explicar lo que ha querido decir? ¿ Acaso me tienes miedo ?

Ella le miró muy seria.  No esperaba esa confesión de Meredith.  Se lo había comentado confidencialmente.  Se ponía nerviosa por momentos, pero se lo explicaría.

- No es que me des miedo.  Sé que nunca me dañarías, pero eres tan eficiente, tan seguro de tí mismo, y tienes tanto poder en tus manos...  que me siento pequeña, muy pequeña. He visto cómo te afecta la enfermedad de tus pacientes, cómo te involucras con ellos.  Yo no tengo esa facultad.  Todo lo que puedo hacer es dispensar medicamentos, y eso lo puede hacer cualquier dependienta.
¿ Por qué te subestimas?  Cada uno de nosotros tiene una misión especifica para ayudar a nuestros semejantes. Tú les ayudas a indicarles si un medicamento sirve para lo que quieren. O les indicas que pueden sentir molestias estomacales. O puedes recetar a una persona con artrosis alguna crema que le calme el dolor.  ¿ Crees acaso que eso es poco importante.  ¿ Por qué te licenciaste en farmacia?
- Por mi padre.  Él era el titular y me pareció una buena carrera .  Pero ahora...
- Puedes trabajar en un laboratorio farmacéutico.  Investigar en algún medicamento.  Tu trabajo también es importante; es un complemento de la medicina.
- Es igual, Albert. Las cosas no van a cambiar por mucho que te empeñes.
- Me desagrada enormemente que tengas ese complejo.
- No es complejo, es que... déjalo ya. No lo vas a comprender.
- No lo entiendo, pero, tienes razón, dejémoslo ya.  ¿ Quieres que vayamos a algún sitio, a divertirnos?
- No me apetece salir, sólo quiero estar contigo, pero si lo deseas salgamos. - dijo ella acercándose mimosa a él
- Ciertamente que no.  Se me ocurren varias cosas para pasarlo bien.  Muy bien
- ¿ En serio ? ¿ En qué piensas?.
- En amarte, solamente en eso.


Se divirtieron y grandemente.  Eran una explosión de sensualidad, como si ambos fueran adolescentes y disfrutaran de su primera experiencia sexual.  Descansaban en silencio, uno junto al otro con las manos enlazadas.  Isabel con los ojos entornados y Albert acariciaba su cabello suavemente.  Se incorporó levemente y la dijo al oído

- ¿ Quieres casarte conmigo ?  ¿ Deseas formar parte de mi vida, formar una familia juntos?

Ella abrió los ojos de golpe y asombrada se giró para mirarle

-¿ Cómo dices? ¿ Quieres que nos casemos ?
- Si.  Eso es lo que he dicho
-Pero, casi no nos conocemos
- Yo creo que si.  Lo pensé muy profundamente mientras estabas en el hospital después del accidente, y al verte allí supe de inmediato que eras la mujer que el destino había puesto en mi camino.  Que quería unir mi vida a la tuya, para siempre. Te quiero , mucho.  Como no te imaginas.  Eres mi relax, con quién puedo hablar de lo que ocurre día a día.  Sé que tú también me amas: El camino en el matrimonio es largo, pero si existe el amor se hace corto y juntos nos conoceremos más profundamente, y juntos salvaremos los obstáculos que salgan a nuestro paso.  Te necesito a mi lado.  ¿ Lo quieres?

Ella acarició su rostro lentamente y con los ojos empañados por las lágrimas, le respondió

- Si, quiero. Te quiero Albert desde el mismo instante en que te vi, y sé que será para siempre, porque nos complementamos: tu seguridad con mi indecisión.  Tu melancolía a veces, con mis ganas de vivir. Te quiero y seré tu esposa si así lo decidimos.
- Ahora vengo - la dijo él saliendo de la cama y del dormitorio.  Volvió al cabo de unos instantes portando un pequeño envoltorio

Has aceptado unirte a mi.  Serás mi esposa y me has hecho el hombre más feliz porque estoy locamente enamorado de ti.  Lo tengo guardado desde que regresé a Londres por tu convalecencia.  Como te he comentado, tuve tiempo de madurarlo mientras estabas inconsciente.

Abrió el estuche y la mosstró un anillo de compromiso.  La tomó de la mano y lo introdujo en su dedo como señal de su firme propósito.  Ella lo miraba todo con los ojos sorprendidos ¿ Cómo habían terminado aquél día en la cama y comprometidos ?  Ella sonrió abiertamente y le dijo:

- No es una pedida de mano muy habitual, sin ropa y en la cama - dijo riendo-.   Pero me ha gustado. Te acepto, te quiero, y seré tu mujer.

Se inclinó hacia ella y tomando su cabeza entre las manos, la dio un beso apasionado.  Eran felices, se amaban e iban a casarse .  nadie podría  pedir más.

Y comenzaron los trámites para su enlace y una vez arreglado el papeleo, se casaron dos meses después.  Celia había sido invitada por Isabel y acudió para ello.  Ambas amigas, al verse, se abrazaron contentas.  Por parte de Albert acudió Meredith y algún primo llegado desde Gales.  Fue una ceremonia sencilla, pero entrañable.  Con pocos invitados: la corta familia de Albert, Celia, y compañeros del médico del hospital, como su adjunto y la enfermera jefe.    Meredith estaba radiante, se la veía feliz, y lo era, porque su sobrino no dejaba de mirar a la que ya era su mujer.  Respiraban amor, ambos, y la sonrisa no se borraría de sus rostros en toda la noche.


No quisieron ir a un hotel.  Pasaron su noche de bodas en su casa, y al día siguiente, sin prisas, Albert, conduciendo su coche, la llevó  hasta un lugar que sólo él conocía y ansiaba que ella lo conociese también.  Era una casa perdida en la campiña inglesa en la que él había vivido con sus padres, de niño.  Allí había sido feliz.  Pocas veces había  vuelto desde que les perdiera, pero deseaba que ella lo conociese y fuese especial como lo era para él.  Sólo tenían una semana para vivir su amor a solas.  Ya llegaría, en vacaciones, un viaje a algún lugar lejano.  Quería enseñarla los lugares remotos del planeta.  Todo se le hacía poco para obsequiarla.  Cada vez que contemplaba su cara feliz al conocer algún sitio desconocido para ella, le llenaba de satisfacción; era la esposa perfecta, la elegida a la que amaba desesperadamente, y por la que era correspondido de igual manera.
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