miércoles, 10 de enero de 2018

No fue un sueño, sino tú - Capítulo 2 - La isla de la calma

Preparó su equipaje y se encontró dentro de un avión que le llevaría al sosiego y a  olvidarse de la desenfrenada carrera contra la enfermedad.  Verdaderamente necesitaba ese paréntesis en su vida. Hacía más de cinco años que ejercía como cirujano.  Había sido la carrera que había elegido, la que amaba por encima de todo, pero también la que más le hacía sufrir.  Era una persona sensible y le apenaban  todas las miserias humanas, pero en esta ocasión revivió en su interior tiempos pasados y la relación que mantuvieron, aunque breve, pero ocurrió a una edad en que se quedan grabadas todas las situaciones, como marcadas a fuego.

Cuando Clarisse entró en el quirófano, ya iba algo anestesiada, pero le había dedicado una de sus dulces sonrisas, de aquellas que en otros tiempos le conquistaron, pero , a las pocas horas de su entrada para operarla, estaba sobre un lecho frio dentro de una cámara frigorífica, esperando que las familias arreglaran todo el papeleo para trasladarla a un tanatorio y poderse despedir de ella.  El no acudiría, era superior a sus fuerzas.  Pensaba que,  posiblemente a esas horas,  estaría  a punto de ser enterrada.  Esperaba cerrar ea página cambiando de aires, con otras gentes, con otros paisajes.  Lo deseaba y necesitaba ardientemente, no sólo por recobrar la calma, sino por, pasado un tiempo, poder retomar su carrera, ayudar a las personas que lo necesitaran.  Clarisse no era la primera  que había visto morir mientras la operaban, pero nunca le había tocado tan de cerca.

Cerró los ojos y trató de pensar en otras cosas.  Por ejemplo lo que haría cuando aterrizaran en Palma.  Lo primero iría al hotel, se instalaría, y saldría a dar una vuelta para conocer un poco la ciudad.

- ¿ Por qué pienso en lo que he de hacer? Es absurdo, no tengo prisa, haré lo que quiera cuando quiera, pero ahora necesito evadirme y no recordar más lo ocurrido en el hospital, de lo contrario creo que de seguir así, no seré capaz de coger un bisturí más en la vida, por eso es que deseo pensar en estas insignificantes cosas, que no tienen importancia. Me parezco a esos adolescentes que hacen su primer viaje fuera de casa al concluir su primera etapa de estudiante. - Rió suavemente y miró por la ventanilla.  A lo lejos se dibujaba la silueta de la isla.

Cuando quiso recordar, el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Son San Juan. Recogió la única maleta que llevaba y tomando un taxi, le dio la dirección del hotel en el que iba a hospedarse durante su estancia allí:  Hotel Sant Francesc.

Era una ciudad relativamente pequeña, si la comparamos con Londres, de forma que todo estaba a la mano.  No obstante en la recepción del hotel solicitó algún plano de la ciudad y pidió que le indicaran el lugar en donde se situaba el hotel, para de este modo no correr el riesgo de perderse.

Salió con el ánimo de curiosear un poco.  Era mediodía; los turistas almorzaban en los restaurantes y recordó que los españoles no comen tan temprano.  No tenía apetito, pero decidió entrar en uno del paseo marítimo y degustar los platos típicos de la zona.  Miraba a su alrededor y a todos los comensales se les veía satisfechos y a todos pareciera complacerles los platos, de los que no quedaban ni rastro en ellos de la comida que habían solicitado.  El pidió unas tapas de jamón y un pescado a la plancha.  Seguramente no lo terminase de comer: había perdido el apetito.  Pero ciertamente estaba delicioso, y sin darse cuenta había comido todo  su menú.  Salió a la calle y tomo una que le condujo al casco viejo, al de la época de los piratas ingleses.  Habían turistas por todos lados, y todos ellos curioseaban las chucherías que llevarían a sus paises como recuerdo de Palma en los comercios de souvenirs.

La primera impresión de la ciudad  fue buena.  En verdad la gente paseaba con tranquilidad, sin prisas, sin gritos, sin sirenas, sin empujones.  Estaba cansado y decidió regresar al hotel. Contrataría una excursión y vería el interior; si encontraba algún lugar que le gustara, volvería a él y se quedaría el resto de las vacaciones.

Había que madrugar, pues la ruta se iniciaba a horas muy tempranas.  Harían un recorrido por la zona norte de Mallorca, pararían a comer en cualquier lugar que les diera la hora.  Era todo nuevo para él.  Había nombres de localidades que desconocía por completo, por eso provisto de una pequeña agenda iba anotando sus nombres y sus características, para luego elegir donde recalar.

Circulaban por una carretera estrecha.  Iban subiendo por una montaña, no muy grande, pero si con curvas pronunciadas, y estrecha, de manera que sólo cabían un coche de ida y otro de vuelta.  Casi siempre corría aire, pero merecía la pena,  ya que el paisaje que se divisaba desde la cumbre era una maravilla.  Contemplar un cielo azul límpio de nubes, un sol brillante y abajo un mar color turquesa.

Le impresionó el panorama.  Preguntó su nombre y el guía le respondió:
-  Se llama La Calobra.
- Un curioso nombre - comentó. El gruía le dijo:
- La Culebra en castellano
- Muchas gracias- respondió Albert
-- ¿ Va a quedarse muchos días?
-Posiblemente si. Quiero ver algún lugar tranquilo, lejos de turistas.  Por mi profesión estoy agotado y necesito descanso
- Por aquí todo es tranquilo. En días sucesivos iremos a varios lugares de los que se enamorará, porque además cumplen con lo que busca.  De entre todos le aconsejaría Soller, Alcudia y cómo no: Valldemosa, el lugar donde Chopin compuso sus mejores obras y allí vivió con su musa
- ¿ Está muy lejos de aquí ?
- No señor, aquí nada está lejos.  Y también le recomiendo visite los olivos milenarios.

Albert no dejaba de tomar notas; le interesaba todo aquello por ser completamente nuevo para él.  Al fin después de esa parada en La Calobra, reanudaron la marcha, esta vez descendente.  Cuando ya estaban a punto de llegar a una esplanada, el autocar que llevaban pegó un frenazo.  Todos quedaron extrañados, y al asomarse a la ventanilla, vieron que un coche estaba atravesado en la carretera, y que una joven hacía aspavientos con los brazos para que frenasen.  Cuando lo hubo hecho, ella corrió hacia el vehículo de turistas y pidió al chófer si tenía aceite Tres en Uno o alguna herramienta con la que pudiera desenroscar las tuercas de una de las ruedas que había pinchado y sustituirla por la de repuesto.

El chófer se bajó; conocía a la muchacha, y el guía les explicó lo que la chica necesitaba.  Todos comprendieron y sonrieron afectuosos.  Todos menos Albert, que comenzó a mascullar para sus adentros:

- ¿ Aceite Tres en Uno ? No tiene ni idea. Y sabe Dios lo que nos va a tener aquí, a pleno sol.  En verdad es la isla de los calmosos. Tampoco es para tanto,-se dijo., y curioso se asomó por la ventanilla como hacían todos.


El chófer había quitado la rueda y estaba poniendo la de repuesto.  La chica tenía las manos muy sucias de grasa, aceitosas y retiraba constantemente un mechón de cabello de su cara, con lo que también la tenía con manchas de grasa.  En un momento que volvió la cara hacia el autocar, comprobó que era guapa, morena, como no podía ser menos, y de esbelta figura, delgada, pero no muy alta.  Cuando terminaron, ella brindó al chófer una botella con agua mientras sonreía dándole las gracias.  Por fin se metió en el coche y emprendió la marcha.  Ellos también, pero Albert protestaba por lo bajo diciendo

- ¡ Es increible ! Lo de esta gente es increíble. ¡ Y se quedan tan contentos ! ¿ O soy yo que estoy cabreado?  Debe ser eso, porque nadie ha protestado y sonríen. Además, no tenemos prisa ninguno de nosotros: estamos de vacaciones. ¿ Qué más dá unos minutos más o menos? ¿ Tú no hubieras hecho lo mismo?  Humm... la chica es guapa - se dijo, fijando la vista en el paisaje.

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