martes, 10 de octubre de 2017

La primera vez que visité Londres - Capítulo 2 - Un autobús de dos pisos

Mis recuerdos siguieron y volví a vivir aquellos maravillosos días plenos de ilusiones juveniles.  Me hacía bien recordarlos, aunque al volver a la realidad, el dolor por la pérdida se intensificara.  Era una forma pueril, si se quiere, de volver a ver su rostro, de sentir el timbre de su voz,  de contemplar la dulzura de su sonrisa, y sus suaves besos sobre mis labios.

Ya sólo quedaban dos días para que finalizaran nuestras intensas vacaciones londinenses.  Tú me   habías advertido, antes de partir, que tuviera en cuenta la dirección que llevaban los coches, no fuera a ser que al cruzar, me llevara algún susto al darme cuenta de que circulaban en sentido contrario al del resto de Europa. .  Lo que no me dijiste es que los autobuses circulan bastante rápido y has de estar prevenida para bajar en la parada correspondiente, pues a veces lo tienes que realizar  en marcha

 Como tres niñas que descubrieran un nuevo juguete, nosotras nos subimos al segundo piso del autobús que nos llevaría de vuelta al hotel, después de haber estado todo el día recorriendo tiendas para llevar regalos a nuestras familias.  Supimos que la parada en la que debíamos bajarnos, estaba próxima.  Mis amigas iban delante de mi; las escaleras son estrechas y yo me enredé con las bolsas de los regalos.  El resultado fue que caí de bruces al llegar al final de la escalera.  Casi no nos dio tiempo de apearnos, no sin antes acordarnos de toda la estirpe del conductor del autobús y del cobrador, que ni siquiera se acercaron a saber qué me había ocurrido.

 La rodilla me dolía mucho y a penas podía poner el pie en el suelo.  Comenzó a salir abundante sangre de una herida, que sin duda, me había hecho con el borde metálico de los escalones.  De repente nos sentimos agobiadas; mirábamos a nuestro alrededor por ver si alguien se ofrecía a ayudarnos, pero creo que éramos tres sombras  que nadie veía. Marga, una de mis amigas, dijo de buscar alguna farmacia, al menos para comprar algún desinfectante que cortara la abundante sangre que salía de mi rodilla, que taponábamos con pañuelos de papel.

 Al fin conseguimos hacernos entender y nos indicaron que no lejos de allí había un consultorio médico y podría ser atendida en urgencias de dicho establecimiento.  Cojeando y dolorida , ayudada por mis amigas, emprendimos la marcha hacia la clínica que nos habían indicado.

 Tuvimos que rellenar papeles detallando cómo había ocurrido el accidente y, después de hacerlo, nos mandaron sentar en una pequeña sala:  ya nos avisarían.  Un celador me facilitó unas gasas estériles para que limpiara la herida.  No esperamos mucho tiempo.  Una joven enfermera nos dio paso a una consulta. y allí ¡ oh, magia ! estaba el chico que habíamos visto en Trafalgar Square.  El sería el médico encargado de atenderme.

Eficiente, profesional y ceñudo. Ni siquiera levantó la mirada para mirarme. Se me borraron de golpe todas las molestias que pudiera sentir cuando sus manos enguantadas rozaron mi pierna para comprobar el alcance de la herida. A la enfermera que le acompañaba, indicó que me pusiera una bata y me tumbara en la camilla.  A simple vista parecía una herida profunda, pero no se paró a averiguar más

 La enfermera cumplió el encargo y me puso una sábana verde sobre la cintura dejando a la vista la rodilla herida. Yo le miraba detenidamente, ya que al estar tumbada no podía dirigir la mirada hacia otra parte.  ¡Dios mío era el hombre más extraordinariamente guapo que había puesto en la tierra !
Palpó la pierna e indicó a la enfermera que le diera suero para limpiar la herida.  Y fue entonces, cuando me preguntó cómo me la  había producido.  Nerviosa respondí como pude, pero debió entenderme perfectamente, porque sonrió cuando le expliqué mi aterrizaje en los escalones Y se dirigió a mi explicándome que tendría que darme puntos, me haría una radiografía y me pondría la inyección del tétanos. Ni siquiera protesté, ni puse objeción alguna.  Estaba totalmente rendida a él para que hiciera lo que quisiera.

 En silla de ruedas me condujeron a hacerme la placa y después de ello, me inyectó la vacuna.


— Dentro de tres o cuatro días deberá volver para ver la evolución de la herida y cambiarle el apósito.  Mientras tanto, tendrá la pierna en sentido horizontal, guardando reposo
— Pero eso no puede ser— protesté— Dentro de dos días vuelvo a España, allí me revisarán.  Pero no puedo quedarme en el hotel guardando reposo. Sólo nos quedan dos días y hemos venido por una semana
— Ha de hacer lo que la digo. De lo contrario ¿ a qué demonios ha venido para que la curásemos ? ¿Para hacernos perder el tiempo?  La quiero aquí pasado mañana.  Si no lo hace, deberá abonar la factura por los gastos ocasionados en su cura, y le advierto que no serán baratos.  Así que vuelva.

 Y dando media vuelta salió de la consulta. Yo quería acudir nuevamente y , deseaba ser atendida por él y verle, pero estaban mis amigas y mi corto presupuesto. Las pedí que me dejaran en el hotel y ellas terminasen de hacer sus compras.  Bastante tiempo habíamos perdido con mi accidente.  Aunque en un principio se negaron, al final terminé convenciéndolas.  No tardaron mucho en regresar.

 Decidí hablar con vosotros, ocultándoos el verdadero motivo de  la demora en retornar a España.  No deseaba que os preocuparais.  Con mucha persuasión, logré que me  hicieras una transferencia y de este modo prolongar  mi estancia en Londres, y quizá con un poco de suerte volvería a verle.  Y volví a la clínica al cabo de dos días, como había ordenado.  Mis amigas regresaban ese día a España, por tanto tendría que acudir sola a la clínica. Y allí estaba de nuevo frente a él, que sonrió al verme
Me hizo pasar a la consulta y ayudada por la enfermera, revisó concienzudamente la herida. y pareció estar satisfecho con el resultado. Y de nuevo me dijo que debería quitarme los puntos en ocho días y regresar nuevamente.

—Pero doctor, no puedo quedarme tanto tiempo, no me alcanza el dinero.  Creo que voy a marcharme y en mi país me quitarán los puntos. Hágame el favor de hacer un informe para el médico y creo que estará todo conforme. ¿ En serio he de abonar la factura de la clínica ?

 Por primera vez, creo que me vio. Se quedó mirándome y esbozó una sonrisa que me derritió

— No, en absoluto.  Fue todo una broma. Habrá de esperar en la sala de espera a que pase el informe a Recepción, allí se lo entregarán y podrá marcharse cuando desee. Si acaso tuviera fiebre, tome un antitérmico.  Limpie la herida con Betadine a diario, y cuando le quiten los puntos, el médico ya le dirá lo que ha de hacer. ¡ Ah ! y la próxima vez que vuelva a Londres, no monte en autobús, y menos de dos pisos.


 Se reía  abiertamente y desapareció para atender a otro paciente, dejándome desolada porque ya no volvería a verle nunca más.

 En el aeropuerto de Málaga me esperabais vosotros que os mostrabais preocupados, a pesar de que mis amigas no os dijeron el motivo por el que había retrasado mi retorno.  Una vez explicado todo, la normalidad volvió . Ya estaba en casa, a una eternidad de kilómetros lejos de él.  Pero era absurdo, una locura a la que me negaba a renunciar. En mi idealismo por las cosas, justificaba esa incipiente pasión, pensando en que todo ocurre por algo, y mientras pensara así, me sería más llevadera la espera.  Mientras iba de regreso a España en mi mente tomaba forma algo para lo que necesitaba  vuestra  ayuda , y eso sí que sería un problema  

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