domingo, 25 de octubre de 2020

Alex y Fionna - Capítulo 9 - Como a un extraño

 Iba contento conduciendo. Había madrugado; el viaje era largo: casi tres horas por carretera, pero al final podría ver y abrazar a Amy.  Ella le compensaba de todas las contrariedades que surgian en su vida. Tenía un empleo magnífico, pero estaba más solo que la una. Cada vez que llegaba a su casa, no tenía a nadie que le recibiese, ni que le diera un abrazo, ni que tuviera una palabra para apaciguar su estado de ánimo. Sólo el silencio abrumador del apartamento y como mucho el ruido al conectar el televisor.  Sus noches eran eternas,  muchas veces interrumpidas por un mal sueño, o por falta de él.

Ciertamente pensaba con demasiada frecuencia si le compensaba el haber renunciado a todo, a haber cerrado su corazón por esta carrera, tan sacrificada y a la vez peligrosa.  Se movía entre delincuentes, pero los peores eran los de guante blanco, porque eran sibilinos y no sabían nunca por dónde vendrían, pero llegaban y, siempre había alguna víctima de algún bando o incluso de los dos al mismo tiempo.

Hasta ahora había tenido suerte, pero había visto caer a muchos compañeros, y el llanto de sus mujeres y de sus hijos, sumidos en el más profundo desconsuelo.  Eso no lo quería para nadie con quien compartiera la vida, por eso se había cerrado en su concha, como un caracol y no dejaba que nada ni nadie la traspasara.. 

Con tantos recuerdos, el camino se le hacía más corto a pesar de que su impaciencia se lo alargase en extremo.  Pero no debía distraerse; los accidentes en carretera suceden por eso: la distracción. 

 Paró en un bar de carretera a desayunar, ya que no lo había hecho hasta ese momento, impaciente por salir cuanto antes.  La noche anterior tampoco había probado casi bocado, así que necesitaba hacerlo, de lo contrario el cuerpo se lo pediría en cualquier momento.

Tenía cierta amistad con el actual marido de su mujer Alfred, y a ella se la veía feliz.  Eso le compensaba de todo lo pasado, porque se sentía responsable y   culpable de su ruptura, aunque fuese cosa de dos.  Ahora todo estaba más sereno y sobre todo se alegraba por Amy y Rosalind.  Aunque ya no estuviera enamorado de ella, pero en otro tiempo la quiso, y además le había dado una hija preciosa:  merecía toda su consideración.

En el asiento de atrás del coche, llevaba unos envoltorios: un regalo para su hija y otro para su ex. Lo había comprado en Londres, y en realidad eran unas chucherías, pero significativas de que se había acordado de todos ellos.  También llevó un obsequio para Alfred y otro para el pequeño Freddy . No sabía si le gustaba beber, pero era un problema de él: Beefeater y whisky escocés. No le conocía en exceso, pero le parecía un buen hombre que adoraba a Rosalind y a su hija como si fuera propia.  Eso era suficiente para él, de por sí generoso con quienes apreciaban a su familia.

Por fin estaba frente a la casa de ellos. Antes de hacer notar su presencia, se detuvo un instante mirando la fachada, a todas luces se trataba de un hogar estable y feliz.  Era muy temprano y debido a ello, todo parecía estar en calma. Miró su reloj y comprobó eran casi las diez de la mañana; al menos los adultos debían estar levantados.  Hizo sonar levemente el claxon y de inmediato se abrió la puerta. En ella apareció Rosalind llevando de la mano  a la hija de ambos  Amy, que se mostraba tímida ante el padre que poco conocía; detrás de ellas estaba Alfred con el pequeño Freddy en brazos. Un cuadro familiar perfecto, lo que Rosalind siempre había querido, buscado y encontrado.  En cambio él, estaba completamente solo, sin nadie que le aguardase a su regreso del trabajo.

Tras un leve empujoncito, la niña salió corriendo hacia el padre que la esperaba con los brazos abiertos. Ambos se fundieron en un abrazo interminable, bajo la atenta mirada del matrimonio que con una sonrisa les  observaba. Al fin, Alex emocionado, separó ligeramente a su hija, y la contempló emocionado:

— ¡Cielo santo, cómo has crecido . Y qué bonita eres!

Con ella de la mano avanzó hacia Rosalind y Alfred que les miraban sonrientes. Abrazó a su ex y la besó en una mejilla y a su marido también, palmoteando ambos, en la espalda.  El pequeño Freddy les miraba risueño y emitiendo unos saludos guturales a modo de bienvenida y palmeó  con sus manitas. Todos eran la viva estampa de una familia feliz y que se quieren  entre ellos.

 Tras preguntar cómo había sido el viaje y su estancia en Londres, regresó al coche y abriendo el portaequipajes, fue sacando los regalos que llevaba para ellos antes la impaciencia de Amy que daba saltos de alegría.

Después de abrirlos, siguieron las preguntas de los viajes y de la experiencia de ellos. Algo referente al trabajo, y de cómo se comportaban los más pequeños.  Todo rutinario entre cualquier familia que tardase tiempo en verse.

— ¿Vienes de vacaciones? —le preguntó su ex

—¡Qué más quisiera yo! No, sólo por un par de días; tengo un montón de trabajo

— ¿Tan poco tiempo?

—Si, así es. Y no creas, me merezco unas vacaciones.  Estoy muy cansado. Llegué ayer mismo, tras un montón de horas de vuelo.  Esta noche apenas he dormido y hoy otro tanto en la carretera.  Pero no es por los viajes que me siento cansado, sino por el tipo de trabajo tan estresante que tengo. Estoy pensando en dejarlo todo, parar ya de tanto ajetreo, y normalizar mi vida.

Rosalind le miraba con conmiseración, y entendía perfectamente lo que pasaba por su cabeza.  La niña se había mostrado tímida, como si tuviera miedo de acercarse a su padre, y es que en realidad le conocía muy poco. Sabía que era su papá, pero nunca la había llevado al colegio, ni al parque, ni había desayunado con él. Ni leído algún cuento al acostarse...  Para ella era un completo desconocido,  Y él lo sabía y, Rosalind también. Sentía tristeza por él; ella había encontrado  su media naranja, pero él...Se sentía perdido, y le dio una lástima tremenda, porque era bueno y cariñoso. Merecía ser feliz.

En un momento en que su mujer se llevó a los niños, dejando solos a los dos hombres, Alfred, suavemente, quería hablar con Alex, por indicación de Rosalind, pero que él mismo había percibido. Le encontraba verdaderamente cansado, y como si hablara con un hermano, trataría, suavemente, de aconsejarle lo mejor que supiera y que él entendiera.

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