miércoles, 21 de octubre de 2020

Alex y Fionna - Capítulo 5 - Visita a la comisaría

 El otoño había pasado y se avecinaba un invierno crudo, como siempre en Nueva York: frio intenso, y nevadas copiosas.  Todo normal, pero impedía que saliera a dar un paseo.  La gustaba hacerlo en Central Park, siempre tan animado y lleno de vida, aunque durante la estación invernal pareciera que se aletargase.

Su vida era monótona y rutinaria, pero era la que había escogido y la gustaba como era.  Había conocido el otro lado de la moneda, pero quedó tan escarmentada de ella que renunció a buscar nuevos horizontes.  Había tenido varios romances  mientras estuvo en la universidad, pero todo quedó en nada; sólo obtuvo desengaños y postureos de niños de buena posición que buscaban sólo diversión, sin importarles que podían causar daño a otras personas.  Hasta que tomó la decisión de romper con sus "novios", si se podían llamar así, y organizarse su vida en solitario, aunque no rechazaría algún amorío que surgiera, pero siempre andando con pies de plomo. 

 Era dueña de su vida y no deseaba complicarla. También creía que ella tampoco había puesto mucho de su parte; era demasiado joven y tenía una meta trazada.  Olvidó pronto a todos, y eso la hizo pensar que no estaba destinada para una relación formal y duradera. Al llegar a esta reflexión, recobró el control de su vida, que se hizo más tranquila y apacible desde entonces.  Disfrutaba a su manera, y le compensaba el no tener más preocupación que ejercer su carrera y llegar a ser una buena médica,  el poder ayudar a quién necesitase de su ciencia, ¿ Qué mejor compensación que esa?

Ese fin de semana sería un extraordinario para ella: iría con Gladys  de compras;  ellas se entendían bien y se consultaban todo lo que les pasara, por tanto la consideraba como  una hermana. Con Murray la  relación era perfecta: ella un poco intransigente y perfeccionista, y él paciente y benevolente. La quería muchísimo y por ello transigía a veces con lo desastroso de su trabajo, pero era lo que Gladys había elegido, lo mismo que él.

Hacía frío, ese frío de últimos de Noviembre, y era un día gris a punto de nevar.  Se puso un jersey de cuello alto y abrigo con bufanda; iban a estar casi todo el día por la calle , así que había que abrigarse, aunque al entrar en cualquier establecimiento el calor de   la calefacción las agobiase.  Quedó con Gladys en que fuera a buscarla a la jefatura, y desde allí irían a donde acordasen.  Comerían y después irían de compras.  Tranquilamente emprendió el camino en esa dirección. Iría andando.  Miró su reloj y pensó que tendría tiempo suficiente hasta llegar a reunirse con su amiga; le apetecía mucho el salir ambas y compartir unas horas juntas. Disponían de pocas ocasiones para hacerlo, ya que los trabajos  eran complicados de coincidir, pero ese día lo habían logrado.  

Paseaba a buen ritmo porque la temperatura era baja, pero de vez en cuando  se detenía en algún escaparate de una tienda.  La gente caminaba deprisa unos con paquetes y otros con las manos en los bolsillos sin duda apurados por la temperatura.  Y distraída como iba, llegó a su destino.  Pocas veces había ido a la comisaría en la que trabajaba su amiga, no le era demasiado agradable hacerlo, ya que se respiraba un ambiente de prisas, gentes mal paradas y hasta un poco de violencia.  Todo eso la molestaba.

 Estuvo a punto de esperarla en la calle, pero aún faltaba más de media hora para que Gladys saliera de trabajar, y la temperatura fuera, no era especialmente atractiva.  Entró y pidió al policía que, sentado detrás de una mesa, atendía a las personas que requiriesen alguna información, permiso para permanecer en ese vestíbulo. El guardia la dijo que si, y que no estorbase.  Miró a su alrededor por ver si hubiera algún lugar en el que sentarse, pero era un vestíbulo diáfano en el que circulaban los que entraban y salían, nada más.  A través del móvil, indicó a su amiga que había llegado y que la esperaba a la entrada.  La respuesta no se hizo esperar:

—Voy a tardar un poco.  Ponte lo más cómoda que puedas, o ve a una cafetería. Como tú decidas

—Hace frio, así que me quedaré aquí—respondió

— Okay. En cuanto termine salgo.

Consultaba su reloj, que pareciera que estaba parado. El tiempo se le hacía eterno y sus pies comenzaban a quedarse fríos. Daba cortos paseos recorriendo el poco espacio que había destinado para su espera  y que no estorbase.  Decidió pedir al mismo policía si podía entrar y tomar un café de la máquina.  A regañadientes, el policía la autorizó, y ella bendijo al cielo por esa deferencia.

Mientras maniobraba en la máquina, se abrió una puerta de una de las paredes en la que no había cartel, pero sí un recuadro con unos botones, por lo que dedujo que se trataba de la sala de interrogatorios. La persona que salía, lo hacía en mangas de camisa, con la corbata aflojada, algo despeinado, y en su rostro se marcaba un gesto de contrariedad.  No se dio cuenta de quién se trataba hasta que le tuvo a su lado, maniobrando, como ella, en la máquina. En ese momento supo quién era, y como si fuera un imán, él volvió la cabeza y se fijó en ella.

— ¡Usted! ¿Qué hace aquí  ¿Tiene algún problema?

— No. Sólo he entrado a coger un café.  Estoy esperando a mi amiga, que trabaja aquí

— ¿Aquí? ¿De quién se trata?

—Gladys

— ¿Gladys es su amiga? Es mi compañera más inmediata ¿Por qué no ha entrado?

— El policía de la entrada no me lo permitía

— Pero su amiga tardará un buen rato en salir: está en pleno interrogatorio. Siéntese en esa salita; al menos estará más caliente.

— No muchas gracias. No creo que el policía me lo permitiera— dijo dirigiéndose a la entrada

Alex sin responder, fue a la entrada y le indicó al policía señalando a Fionna, que estaba esperando y que lo haría dentro.  El policía asintió con la cabeza, y el inspector volvió a entrar

— Ya está solucionado. Siéntese ahí y tome su café con tranquilidad.  Le diré a Gladys donde está.

—Gracias por todo.  Lo cierto es que comenzaba a quedarme fría

— No hay de qué. Y ahora vuelvo a lo mío.  Adiós

Y a paso ligero, mientras sorbía su café se perdió de nuevo en la sala misteriosa, en la que a la entrada pulsó cuatro botones, y la puerta, tras un sonido extraño, se abrió.

El tiempo pasaba y nada cambiaba. Gladys seguía sin aparecer y el atardecer se aceleraba. No les daría tiempo a comprar nada por haber cerrado los comercios, pero el trabajo que la amiga tenía, incluso el de ella, era así.  Respiró hondo y se levantó de su asiento para pasear un poco por la sala.  Le entraba sueño por el aburrimiento y el silencio que había en esa parte de la jefatura.  Pareciera que el mundo se hubiera detenido, pero no era así, sólo que lo más complicado estaba por otra entrada que daba a un pasillo que se dividía. En un lado estaban los despachos de los policías, y avanzando,  la sala de reuniones. Por otra puerta entraban las personas detenidas, y había otra especie de despacho que era desde el que seguían los interrogatorios, anexa su puerta en el pasillo.

Allí seguramente estaría Gladys y sabe Dios cuánto tiempo más les llevaría. Volvió a sentarse y a esperar paciente que su amiga terminara ¿Habrían localizado a alguien relacionado con el caso del incendio?  Su infinita imaginación, no paraba ni un segundo imaginando historias, pero en algo debía entretenerse.  Al fin se abrió de nuevo la puerta y por ella salieron Gladys y el inspector charlando.  Ambos se dirigieron hasta donde ella estaba semi a oscuras.

— ¿ Por qué no ha dado la luz? No me extrañaría que se hubiera quedado dormida

— Lo siento Fionna.  El caso ha sido duro y no podíamos dejarlo

— No te preocupes. Otro día será— respondió ella

— ¿Teníais planes?—preguntó Alex 

— Más o menos. Teníamos que ir de compras— dijo Gladys

—Lo siento, pero... ¿Qué os parece si os invito a cenar como desagravio? Puedes llamar a Murray— dijo un sonriente Alex

Fionna le vio sonreír por primera vez, ya que daba la impresión de estar siempre de mal humor.  Gladys llamó a Murray y los cuatro se reunieron en un restaurante al que les llevó el policía, que parecía estar contento.

— Quizás el interrogatorio se les ha dado bien— pensó Fionna para sus adentros.


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