domingo, 18 de octubre de 2020

Alex y Fionna - Capítulo 2 - Fionna Morley

 Era de familia no rica, pero bastante acomodada. Desde muy pequeña sentía inclinación por las agujas. Todos sus juegos eran con muñecas enfermas a las que había que inyectar.  Su padre, al no tener descendientes varones, pensó en  Fionna para que estudiara una carrera  que la capacitase para llevar sus negocios cuando él se retirara.  Pero a pesar del disgusto que le causó, ella se empeñó en ser médico y a ello se dedicó en cuerpo y alma.  La apasionaba la carrera elegida y una vez licenciada, hizo unas oposiciones como médico al cuerpo de bomberos.  Nunca se paró a pensar por qué eligió ese cuerpo en lugar de un hospital. Quizás era muy joven y su mente fantasiosa idealizó ese trabajo apasionante de fornidos muchachos que arriesgan sus vidas por salvar la de otros, y ella también sería una salvadora, siempre sobre el terreno, y con riesgo, pues muchas veces debían entrar, a pesar del fuego, a rescatar a alguien que se encontrase impedido en salir por su propio pie.

Su padre no la dirigió la palabra durante casi un mes, y su madre era la intermediaria  en transmitir los mensajes que uno y otro se dirigían.  No hubo forma de convencerla de la seguridad de un despacho, a la incertidumbre de un incendio. Era tozuda como una mula y nada ni nadie la apartaría del camino que se había trazado.

Y se integro en el parque  de Brooklyn, y lo que más la costó, más aún que la carrera, fueron los ejercicios físicos a los que se vio obligada a realizar todos los días junto a sus compañeros varones, que la miraban de reojo en tono jocoso, pero tenía una voluntad de hierro, y nunca nadie tuvo que decirle que se rindiera. Pasó dos meses en que la dolía todo el cuerpo de las agujetas que acumulaba día a día, pero lo calmaba con analgésicos y, al incorporarse cada mañana, iba fresca como una rosa, sin que nadie notara que estaba molida de dolor, y que apenas había dormido.

Sonriente entraba dando los buenos días. Poco a poco se ganó el respeto y la confianza de sus compañeros, aunque seguían siempre tratando de protegerla si tenían que acudir a algún incendio. Al principio la molestaba, pero con el tiempo se fue acostumbrando a ellos; lo interpretaba como si lo hicieran con una hermana.  La camaradería era patente entre todos, a pesar de ser la única mujer en el equipo formaban un solo bloque y se ayudaban mutuamente.  Su ambulancia la tenía siempre a punto lo mismo que el material, que repasaba a diario con su compañero paramédico que la acompañaba.  Una vez hecho esto, planificaban entre todos quién haría la comida ese día, y casi siempre le tocaba a ella, a cambio de que otro limpiara los platos, porque eso  no la gustaba en absoluto.


Todos estaban encantados y les parecía que era la mejor cocinera del mundo. Su madre la había enseñado tres o cuatro recetas y esas son las que realizaba.  Cada día de la semana una distinta, que  repetía a la semana siguiente; pero ellos no protestaban, al contrario devoraban todo cuanto les pusiera en la mesa.

Como deferencia, y por ser sólo una mujer, la adecuaron un cuarto pequeño, para que ella tuviera su intimidad.  Los hombres dormían dos en cada habitación habilitadas en una zona del parque.  Casi todas las noches, su sueño se interrumpía por algún aviso, y raudos todos se levantaban vistiéndose en un tiempo récord. Fionna también tuvo que ensayar mucho para hacerlo en el mismo tiempo que ellos, y al fin lo consiguió.

Era de madrugada, cuando el timbre de aviso sonó estridente en el parque.  Como cohetes todos se levantaron y en cuestión de segundos bajaban por la barra dispuestos a atender el servicio. Fionna también. Se terminó de vestir el uniforme por el camino, su compañero ya estaba en la ambulancia, que  marcharía detrás de los coches que irían avisando con las sirenas que abrieran paso si es que algún coche se les atravesaba.

Pronto llegaron al lugar del suceso.  Era una casa  medio en ruinas envuelta por las llamas, y según la inspección a primera vista deshabitada.  No obstante había que estar seguro, y mientras unos comenzaban a atajar el incendio, otros se preparaban para entrar en el edificio.  Pudieron conseguirlo en la segunda planta y, de este modo, alguno de ellos pudo entrar. Había un cuerpo tendido en el suelo, pero entre el humo y los uniformes que llevaban no pudieron comprobar si estaba vivo o muerto. Sería mejor asegurarse, y dieron la voz para que los paramédicos lo confirmaran.

—Fionna, podéis subir, está asegurado.  Nosotros estaremos por aquí cerca. Poneros las mascarillas hay mucho humo.

  Y rápidamente con su maletín de primeros auxilios en la mano, Fionna y Murray se adentraron en el edificio. Subieron hasta la segunda planta, y un compañero, les indicó el lugar en donde habían encontrado el cuerpo.


No necesitaron comprobar nada,  se miraron moviendo negativamente la cabeza: estaba totalmente quemado.  Organizaron una camilla y procedieron a bajar el cuerpo sin problema alguno, ya que el incendio estaba casi extinguido.

Una vez hubieron llegado al parque,  tras ducharse y cambiarse de ropa, procedió a hacer el informe, que no fue excesivamente largo, dado que sólo pudieron certificar la muerte del cuerpo encontrado.  Ambos leyeron lo  descrito y estuvieron  de acuerdo en lo reflejado, toda vez que, confirmaron que tenía grandes quemaduras en el cuerpo y cara, incompatibles con la vida.
  Siempre que regresaban de un aviso, había un gran silencio entre todos ellos; no terminaban de acostumbrarse al sobresalto de un incendio, y a lo que todo el suceso conllevaba. En esta ocasión no fue difícil, a excepción del cadáver hallado, por lo demás no había más pérdidas humanas. Pero algo les decía, la fuerza de la costumbre quizás,  que en ese hallazgo había algo extraño que no terminaban de encajar.

Al día siguiente irían los especialistas en incendios y ellos determinarían lo ocurrido. No obstante, el capitán de ese retén debía informar a la policía del hallazgo del cuerpo.  Todos esos trámites les llevó el resto de la noche; no volverían a dormir.  Era la hora en que habitualmente comenzaba su jornada, sólo que ésta se había adelantado y por si esto fuera poco, estaban de guardia, así que no tuvieron escapatoria.  Al menos podrían dormir unas horas cuando entrase el relevo, y eso sería en media hora.

Desayunaron comentando el suceso ¿ Cómo se había producido el incendio? Seguramente algún mendigo tirase algún cigarrillo a medias de consumir y aún encendido. Había bastante suciedad y restos de todo tipo, por lo que pudiera prender con facilidad. En su mayoría abundaba la madera reseca y añeja, que haría que se incendiara como una tea.  Pero el muerto... Es lo que no terminaban de entender.  Sería la policía quién interviniera en ello.

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