domingo, 18 de marzo de 2018

Viaje a La Toscana - Capítulo 17 - Arthur en la encrucijada

No podía apartar de su pensamiento la extraña visita que acababa de recibir. Lo que menos esperaba es que se presentara en su casa y sin a penas darle explicación le soltara a bocajarro que iban a casarse.  Había algo perturbador que no terminaba de comprender.  Miró el reloj y pensó  que era hora de llamar a Italia.  Quería conocer de su boca todo lo que Guido le había dicho.

El teléfono sonaba, sonaba, pero nadie atendía la llamada.  A esa hora debería estar en su casa. Probablemente sabría que era él y no quiso atender la llamada.  Si ella no respondía, todo lo que Guido le había dicho era cierto.   Se había hecho  muchas ilusiones que no eran correspondidas.  Lo suyo fue una nube de verano que pasó a las primeras de cambio, pero para él, era algo muy serio.  Tan serio que había forjado su futuro con ella.  Tenía muchas cosas que decirla sobre sus sentimientos, pero también sobre lo que más ambicionaba: la publicación de sus manuscritos. Que habían interesado a varias editoriales dispuestas a publicarlas:

- Ahora ya nadie escribe a mano, y lo cierto es que en un ordenador no se pueden reflejar esas palabras tan hermosas y escritas de puño y letra.  Son más cercanas y románticas... - Es lo que le habían dicho y estaban dispuestos a firmar un contrato.  Pero... todo se había desmoronado.  Pensó que también él había tenido parte de culpa , pero cómo iba a suponer que el tardar  unos pocos días en comunicarse iba a derivar en una ruptura.

Primero fue Mildred y ahora Liliana. ¿ sería que su destino era sufrir por amor ?  No podía soportar la idea de que estuviera en brazos de otro hombre, ni siquiera de Guido, que la amaba en silencio desde casi la adolescencia.  Sintió que el suelo temblaba a sus pies.  Liliana era su gran amor. Ese gran amor que solía registrar en sus novelas, sin saber que en realidad, esos eran sus verdaderos sentimientos y que los esperaba sin saber.

Salió a la calle.  Necesitaba que le diera el aire, porque en casa sabía que no pararía de pensar en ella  y recordar .   Y  la rabia y el desespero le invadían por completo.  Tampoco le pasó desapercibido el gesto de Guido mientras le contaba lo ocurrido.  Se diría que era de satisfacción; en un principio no se dio cuenta de ello, pero ahora, a medida que el tiempo transcurría le extrañaba que estuviera tan jocoso con el anuncio que estaba dando. Pero también le encontró explicación: la quería desde siempre y se iba a casar con ella.  Lo que sin duda sentía, era júbilo; a él le hubiera ocurrido lo mismo.

Pero su vida había cambiado radicalmente. Todo le daba igual, y dejaba transcurrir los días sin encontrar aliciente alguno.  Guardó los manuscritos que tenía empezados y se dijo que no volvería a escribir ninguna novela.  Se limitaría a las colaboraciones en alguna columna de alguna revista o periódico, para poder vivir.  Su musa posiblemente estuviera dando el si quiero a otro hombre, quizás en esos momentos a miles de kilómetros de él.

Y decidió hacer un viaje largo, muy largo. Lejos muy lejos.  En donde nadie hubiera oído hablar de él. Donde nada le recordase su fracaso amoroso. Donde conociera otras caras, otros cuerpos que no le recordasen al de Liliana. Con  suerte se instalaría en el lugar que más le gustase y se dedicaría a dormir y divertirse.  Incluso durante algunos días se pasaba con la bebida, pero no le importó, nada le importaba.

Tampoco en un paradisíaco lugar como Kauai, con sus aguas transparentes , con sus gentes acogedoras y sus bellos paisajes, consiguieron que olvidase a Liliana.  Todo le aburría y le cansaba; no sabía qué hacer con su vida.  Ni siquiera podía escribir, porque su cerebro estaba vació, sólo lo ocupaba una sola imagen.

No había dejado su dirección en la editorial.  No quería que nadie le molestase, incluso que pensaran que se había muerto.  De vez en cuando llevaba hasta su bungalow a alguna nativa dedicada a hacer compañía a los corazones rotos como el suyo, y con ella desahogaba su frustración, pero su herida no terminaba de cicatrizar.  Y una mañana decidió volver a casa.  Creyó que había pasado el tiempo suficiente para retomar su vida nuevamente, aunque todo fuese distinto, y el vacío siguiera lo mismo.

Y miró el calendario y entonces se dio cuenta de que habían transcurrido tres largos  años  desde aquel día, pero en su interior nada había cambiado.  Posiblemente Liliana sería madre de una preciosa criatura, igual a ella, pero sería Guido quien disfrutara de  esa felicidad.

- No adelanto nada con esta vida. Bebo hasta caer redondo. Mal vivo sin importarme nada.  He cambiado de lugar, de paisaje, pero es en Pienza donde mi corazón reside.  Volver a casa supone seguir con la herida abierta, pero aquí tampoco cierra.  Creo que no me sentiré a gusto en ningún lugar de la tierra.

Y llegó a Dublín  y fue un choque tan brutal y tan radical, que en la salida del aeropuerto, miraba a un lado y otro  desconcertado sin saber qué hacer.  Llamó a un taxi que le condujo hacia su apartamento , vacío desde que saliera hace mucho tiempo sin rumbo fijo y con el corazón hecho jirones.

Pidió las llaves al conserje y de nuevo entró en su casa, y de nuevo una presencia etérea se hizo presente: la última vez que Guido acudió a darle las noticias de Italia.  Al entrar, pisó el montón de cartas que desde el buzón de su vivienda se acumulaban en el suelo.  No tenía ganas de recogerlas.  Lo haría al día siguiente.  Paseaba la mirada por las habitaciones como si fuese la primera vez que las viera, y lo cierto es que, al cabo de tanto tiempo de no estar allí, era como si así fuera.

Deshizo la cama, se desvistió y se metió en ella. No quiso ver televisión, ni siquiera escuchar  el teléfono por si hubiera algún mensaje.  Todo le daba igual, nada le importaba.

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