miércoles, 7 de marzo de 2018

Viaje a La Toscana - Capítulo 5 - Ciudad eterna

A ella le pareció una idea genial y le dio su dirección en La Toscana..  Recorrerían la costa si así lo deseara y le presentaría a sus amigos. A él tanto jaleo le abrumaba un poco, pero no dijo nada. Lo primero que haría sería visitar Roma, Florencia, Pisa...  y después, quizá, fuera a La Toscana., a conocerla. Dependía de los días que estuviera en cada lugar.  Eran sitios para visitarlos detenidamente y no a la carrera.  Prefería ir por su cuenta y que nadie le dirigiera sus vacaciones.  No había problema, con no presentarse a ella era sencillo. La daría cualquier excusa y listo.  Sería difícil coincidir en un mismo sitio, habiendo tantos visitantes como se daban cita en época de vacaciones. Y si se diera la ocasión, no diría quién era, ni siquiera se presentaría.

 Por un lado no le parecía bien su proceder.  Ella había sido muy simpática y ofrecido a hacer de guía.  Conocería rincones más típicos que no figuran en las rutas turísticas, y siempre tenía el pretexto de decir que tenía que regresar urgentemente y tomar la dirección contraria.  Sentía curiosidad por conocer a aquella desconocida que se había atrevido a dar su dirección a alguien al que no había visto en su vida. Y pensó que no habría mentido al poner una foto en la que se mostraba bonita, puesto que iba a verla en persona.  El no había hecho lo mismo, sino que puso  la foto de un primo hermano que se parecía mucho a él, en el perfil de Facebook.  Había comenzado con trampas, como se había prometido, porque  no terminaba de fiarse de las personas que resuelven sus problemas contándolos a otro que nunca le verán y no saben cómo va la cosa.

 Se metió en un avión que aterrizó en Fiumicino y se vio inmerso en la algarabía de gentes, de voces que circulaban de un lado para otro. ¿ Había elegido correctamente sus fechas de descanso?  Mucho se temía que había cometido un gran error.  El buscaba descansar, pero si todos eran tan frenéticos como los que veia en el aeropuerto, iba a ser verdad que aquí aprendes, no a vivir, sino a correr como un loco.  Ese ajetreo no era para él.

- No te descorazones tan pronto, hombre - se dijo así mismo-  Posiblemente habrán lugares en que no haya tanta gente. Ten en cuenta que estás en Roma, en el centro de la cristiandad, y mucho de ellos vienen a ver al Papa.  Tu también eres católico, por nacimiento en Irlanda, pero lo cierto es que no practicas ninguna religión.  Arthur, eres un descreído-  No pudo por menos de sonreír con sus propias reflexiones..

Antes de salir de Dublín, había comprado un libro- diccionario, con las palabras más usuales traducidas al italiano que se pronunciaban igual que estaban escritas.  Eso le facilitaría mucho las cosas, ya que ambos idiomas son totalmente diferentes:  uno proveniente del latín.  El otro anglosajón y gaélico:  nada que ver.
En la salida tuvo que pelearse por un taxi, ya que un listillo, por cierto, no italiano, se lo quería arrebatar, pero él impuso su autoridad de haber sido el primero que le llamó.  Dio la dirección del hotel en el que tenía reservada habitación, y una vez instalado, se dispuso a conocer la noche romana, que tanta fama tenía en las películas.  Pero no le hizo falta recurrir a ninguna guía turística, el sólo hecho de salir a la calle, a alguna trattoria o gelateria, viendo las gentes sentadas tranquilamente en una terraza, era suficiente para disfrutar de algo tan poco frecuente en otros lugares que no fueran éstos.  Era de madrugada cuando decidió retirarse a descansar.  La impresión que tenía era de que había sido perfecta la excursión nocturna.

-  No me importaría vivir aquí, se dijo.-   En verdad que todos hablan, a gritos mayormente, gesticulan y expresan lo que de verdad sienten.  No me mintió Liliana, pero mucho tendría que cambiar mi mentalidad para poder llevarles el ritmo. Son vitales al máximo.  Son todo un espectáculo; no sé si discuten o están comentando algo de fútbol, por ejemplo. Será mejor que me acueste, porque mañana me espera un día de mucho trasiego- Y no tardando mucho se quedó dormido.

Desde muy temprano se vio caminando en dirección al Coliseo, lugar obligado de visitar en Roma. Se maravillaba al sentir que pisaba las mismas piedras que en tiempo hicieran los gladiadores.  Ante él, aquellas ruinas, eran como una película, sólo que ésto no era un decorado, sino en verdad había existido.  Se detenía en cada piedra buscando, quizá, algún nombre, alguna señal de lo vivido en otra época bastante lejana en el tiempo.  Plaza de España, Fontana de Trevi, El Trastevere..., en fín lo típico de un turista.  Pero todo era tan bello, tan romántico, tan inesperado, que no le importaba recrearse en todo cuanto veía.

Llegó la hora del almuerzo, y entró en un restaurante.  Degustó el famoso Ossobuco una ensalada con mozzarella y un buen café.  No pudo con el postre; había comido en exceso, pero no le importó.  Con un buen paseo todo solucionado.  Por la tarde seguiría recorriendo la Ciudad Eterna.  Iría a El Vaticano y vería la grandiosidad de lo creado por Miguel Angel, y quizá recobrase el misticismo religioso que de niño recibió en su educación.

Buscó en su libro-guía las calles más emblemáticas y desembocó en la Piazza  D'Espagna, famosa por su escalinata en la que era obligado tomar una fotografía. Se denominaba así porque a pocos metros está la embajada de España.  Era un hervidero de gentes, a las que se les veia felices y sonrientes, tomando fotos de todo: de los comercios de alto poder adquisitivo, cuyos nombres eran famosos en el mundo entero.  Los había escuchado millones de veces, pero ahora estaban anti sí; estaba como si lo que vivía fuese un sueño.  Las horas se le pasaban sin sentir. Pensaba que sus vacaciones serían íntegras  en Roma. No exploraría más territorio; iría a Florencia y visitaría Pisa y su torre inclinada, porque de no ser así, cuando le preguntaran por dónde había paseado, se reirían de él si no hubiera visitado ambas cunas del arte.




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