sábado, 24 de marzo de 2018

Viaje a La Toscana - Capítulo 24 - Por encima de todo

Todo estaba dispuesto para el alumbramiento. Estaba nerviosa,. Arthur estaba en su país y ella se sentía insegura cuando estaba lejos de él.  Procuraba que Lili no se diera cuenta de su ansiedad. Sólo deseaba que los días pasasen y su marido estuviera junto a ella.  No sólo la intranquilizaba la hora del parto, que esta vez sería diferente , no estaría sola como en el primero:  le tendría  a su lado.  Sólo esperaba que no se adelantara  y le diera tiempo a cumplir con los compromisos y regresara. a casa.

La misma ansiedad que ella sentía, la experimentaba Arthur.  No le gustaba haberlas dejado solas, en este preciso momento, tan crucial como sería el nacimiento del hijo ansiado y deseado.  La niña vino de rebote, pero éste fue planeado con toda intención, pero no por ello Lili era menos amada.  Sentía una especial conexión con ella, precisamente por haberse perdido los mejores años de la infancia de su hija. ¿ Significaba eso que la amaba más? No, simplemente que fue un regalo inesperado, pero amaba al que venía en camino con todas sus fuerzas porque ambos habían sido fruto del amor y porque ambos eran  parte de ellos mismos.

Sólo le quedaban dos días de permanencia  en Dublín; para el fin de semana estaría en casa, porque si, ahora Pienza era su casa.  Allí había formado su familia, sus hijos, su hogar.  Allí le esperaba el amor de su vida.  Deseaba estrecharla entre sus brazos.  Si alguien le hubiera dicho que perdería la cabeza por una mujer que no fuera Mildred, no le hubiera creído.  Y sin embargo era así, y la otra mujer había quedado como una simple anécdota.  Liliana le había dado todo, además de su amor, y él la correspondía de la misma forma.  Ya no podrían estar separados nunca.

Ese miércoles tenía firma en una librería del centro de Dublin.  En el escaparate se exhibía un retrato del escritor, además del libro y varias fotografías enmarcadas de pasajes relatados en el mismo.  Fotografías sobradamente conocidas por él, ya que le eran cotidianas, pero le hacían recordar que eran sus calles, sus casas, su hogar, su familia...  Lo eran todo.  Sonrió al verlas y entró en el establecimiento dispuesto a cumplir con el ritual de siempre, sobradamente conocido por él.

Se sentó ante la mesa preparada a tal efecto, y a su lado el anaquel exponiendo un gran retrato de la fachada de la casa de Liliana junto al suyo propio.  Había querido que fuera así, le pareció que al hacerlo, ella estaba a su lado.

Y comenzaron a entrar los lectores.  Unos con el libro ya comprado con anterioridad y otros adquiriendolo en ese momento,  y con su mejor sonrisa, atendía a todos y cada uno de ellos, a los que dedicaba alguna frase cariñosa, , y a veces,  el nombre  de otra persona  que no estaba presente pero que recibiría ese ejemplar de especial valor por haber sido dedicado personalmente por el autor.

Entre ellos, se le acercó una mujer sobradamente conocida por él, pero que al verla no le produjo ninguna especial sensación.  Había perdido el interés por ella que en otro momento sintiera y que fuera la causa, precisamente, de ese viaje a La Toscana.  En una fracción de segundo, al mirarla, pensó que el destino fue quién quiso ponerle en el camino correcto y que su felicidad estaba a miles de kilómetros de Irlanda, con una mujer sencilla y no con una sofisticada promesa de periodista de una revista de cotilleos del corazón.

- ¡ Mildred ! ¡ Cuánto tiempo !  Es una locura lo veloz que pasan los meses... los años. ¿ Cómo estás ?
- Bien, Arthur ¿ y tú ?  Te veo maravillosamente bien.  Observo que llevas un anillo muy especial
- Y observas bien.  Estoy felizmente casado.  Soy padre de una preciosa niña y otro que está por llegar. Pero si quieres, espera que termine la firma y te invito a cenar., y así hablamos.

Y así lo hicieron. Cenaron en un elegante restaurante y contaron lo que había sido de sus vidas durante tantos años.  Supo que ella se había casado con el chico por el que le dejó, pero que su matrimonio había sido un fiasco.  Que después tuvo otro novio que tampoco llegó a buen puerto y ahora tenía algún que otro pretendiente esporádico.  Seguía como reportera sin haber ascendido ningún peldaño en su trabajo.

Las insinuaciones de ella hacia él, fueron constantes, pero Arthur se hacía el desentendido. Amaba por encima de todo a su mujer y no la sería infiel ni por ella ni por ninguna otra.  Era plenamente feliz.  Adoraba a su familia y no perdería todo eso por un encuentro casual a olvidar a la mañana siguiente.  A pesar de que ella seguía en sus trece, creyó hablarle claramente rechazándola de plano:

- Eres una mujer preciosa.  Importante en una etapa de mi vida.  Lo pasé mal cuando me abandonaste, ,pero al mismo tiempo, y sin saberlo, me hiciste el mejor regalo de mi vida: conocer a mi mujer.  La amo tan profundamente que estos días separado de ella me producen dolor. Con ello quiero decirte, que por encima de todo está ella y mis hijos.  Siento ser tan crudo, pero ni por tí ni por nadie, lo echaría a perder.  Soy absoluta y rotundamente feliz.  Mi matrimonio me ha dado estabilidad, además de amor y una familia maravillosa.  No quiero herir tu amor propio, pero ya no te amo, Mildred.  Hace mucho tiempo que dejé de amarte, y fue en el preciso instante en que la conocí.  Así que ...  Te llevaré a casa - dijo, cortando la conversación y los deseos de Mildred.

Aquella noche, al hablar con Liliana, la contó todo lo vivido con Mildred.  No guardaba ningún secreto para ella, y en su momento supo, el dolor que le produjo el abandono de esa mujer.  Ella le escuchaba atenta sin decir nada, mientras fingía no dar importancia a la cena y la conversación mantenida con su ex novia.  Sabía que  decía la verdad, que no significaba nada para él, y que cuando la susurraba que la quería y que estaba deseando llegar a casa, era cierto, pero su fibra  la pellizcaba en el corazón haciendo brotar,  sin querer,  los celos.

Se miró en el espejo y contempló su figura acariciando su vientre descomunal, ya algo caído.  Estaba horrible, pero su vientre era precisamente la prueba palpable de una gran noche de amor.  De ese amor que Arthur sentía por ella.   Y de repente se sintió feliz y contenta, porque su marido la amaba y estaba deseoso de abrazarla y susurrarla al oído hermosas palabras de amor.  Esas palabras que sólo ella le inspiraba.  Sintió que su corazón se ensanchaba y que la emoción llegaba hasta su garganta.

Tenía que expresar esas sensaciones que sentía.  Se puso una bata y se dirigió a su secreter y extrajo un papel y comenzó a escribir.  Era la carta del presente día, y en ella anotaría todo lo que estaba sintiendo por su marido, aunque nunca él la leyera, pero era su forma de decirle cuánto le amaba y cuánto le necesitaba. Y comenzó a volcar  su corazón en unos renglones que decían así:



< Al amor de mi vida:

Ya no eres un desconocido, muy al contrario te conozco muy bien, porque durante todo el tiempo que llevamos juntos, nuestro amor, mi amor, ha ido tomando forma y creciendo, creciendo y anidándose dentro de mi.  Hoy, cuando está a punto de venir al mundo una muestra de ese amor, me has vuelto a regalar tu sinceridad y yo te he escuchado con miedo a que me dijeras que algo, dentro de tí, había vibrado de nuevo al encontrarte con ella.  Con la mujer que te enamoró y por la que tanto sufriste.
Tengo miedo de perderte.  De no ser lo suficientemente atractiva para no seguir enamorado de mi.  Trato de alejar esos pensamientos que me hacen daño, pero es que mi amor es tan grande hacia ti, que me sentiría perdida sin él. Porque por tí respiro, lloro, canto, río...  por ti vivo.  No quiero ni pensar si alguna vez dejaras de amarme, porque no sería nadie, ni persona, ni objeto, ni nada; sólo una sombra deambulando por la vida.
Porque no sé cómo demostrarte lo imprescindible que has sido siempre para mi.  La fuerza que me diste en circunstancias difíciles cuando ignoraba lo que iba a ser de mi vida. Y seguí adelante, no por mí, sino por la persona que sembraste en mí y que era parte tuya y mía, de ambos.  Y ella era mi consuelo al recordar el momento en que nos pertenecimos el uno al otro.  Y sigo perteneciendote, y será de por vida, porque tu amor fue el primero y el único.
Te quiero, esposo mio.  Sé que tú me correspondes de igual manera, por eso es que tenemos un hogar feliz y nuestros hijos lo serán también.  Me siento vulnerable cuando no estás a mi lado, porque  eres mi fuerza, eres mi razón de vivir, lo eres todo: mi aire, mi sol, mi luz... mi amor único y verdadero.
Te querré siempre y para siempre, por encima de todo.  Y si algún día decidieras que ya no me amas, te seguiría queriendo igual, porque este amor forma parte de mi fibra y no sería yo, si no te quisiera.
Te amo:  Liliana >.


Dobló el papel,  la metió en un sobre, y la puso junto a las otras que atadas con un lazo celeste, se apilaban en uno de los cajones de su secreter.  Después depositó un  suave beso en ellas, y se metió en la cama con un sentimiento de melancolía, de ausencia de su otra mitad.  Cuando Arthur regresase, le diría que no deseaba que sus cartas fuesen publicadas ni ninguna otra creación suya.  Tenía una familia de la que ocuparse, y que las cartas redactadas a modo de diario, eran sólo para él.  Eran sus vivencias y deseaba que permanecieran guardadas    Acarició la almohada de Arthur y se quedó dormida.


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