jueves, 22 de marzo de 2018

Viaje a La Toscana - Capítulo 22 - Una página en blanco

El contacto de su mano sobre el brazo, le daba escalofríos.  Hacía mucho tiempo que no sentía su tacto.  Se paró en seco y se miraron a los ojos profundamente. La angustia atenazaba su garganta y Liliana se daba cuenta de ello.  Y pensó que le había dicho la verdad, que había hablado con el corazón en la mano.  Que un cúmulo de mentiras y de circunstancias adversas les había separado, pero que siempre, aunque a distancia, habían pertenecido uno al otro.  Y que él estaba allí por ella. Y que el destino tenía una manera curiosa de indicarles el camino y que a pesar de la separación, del tiempo transcurrido,  de los sucesos dolorosos vividos, estaban destinados a unirse, a volver a encontrarse. Y que su hija les uniría aún más.  Que todo lo perdonaría, incluso a Guido por el mal comportamiento que tuvo con ellos, y que fue,  en parte,  causante  de los sufrimientos ocasionados, porque estaba segura que, aunque algunos sucesos acaecidos fueran inevitables, si hubieran estado juntos, los hubieran llevado mejor, porque se sostendrían uno al otro.

¿ Qué había sido de él durante tanto tiempo desaparecido ? ¿ Por qué se alejo sin dejar rastro? Y lo supo de inmediato.  Bastó contemplar su rostro y el ríctus de dolor que tenía para conocer que sólo deseaba alejarse de ella, porque su amor era tan grande que le producía un dolor que no sabía cómo aplacar.   Había perdonado lo que Guido la contó, pero nunca la dijo la verdad, sino que él se había dado a la buena vida., olvidándose de ella y del bebe que había engendrado.


 A un tiempo, Arthur pensaba algo parecido a lo que sentía ella.


 ¿ Por qué no atendió sus llamadas ? ¿ Por qué no le confesó la verdad antes de escuchar otras voces que lo cambiaron todo?  Se hacía mil y un reproches:  también ella había contribuido a la confusión,.  Pero no esperaba que aquel amigo fiel, les mintiera para separarles.

A pesar de que Guido la pidiera en matrimonio y la prometiera reconocer a su hija, siempre se negó a una cosa y a otra. Su hija tenía un padre y aunque él lo hubiera ignorado, seguía siendo su padre. Y referente al matrimonio, le repitió una vez más que le quería como a un hermano, pero nada más.  Que su corazón siempre pertenecería a Arthur y no deseaba hacer otra cosa, aunque él la hubiese olvidado.

Pero ahora sabía que nunca había sido así, que la amaba y que estaba allí dispuesto a quedarse a su lado.  Y que la vida les brindó la oportunidad que los hombres les habían negado: el encuentro a través de su hija.  Y ahora sabía que el haberse extraviado en la feria no había sido casual, sino que alguien invisible había movido unos hilos ignorados para reunirles de nuevo.

Y ahora estaba ahí delante de ella, a punto de saltárseles las lágrimas porque la sentía perdida, aunque no era así, sino que su amor se ensanchaba cada día más.  Que le había recordado especialmente en sus momentos más trágicos y que le necesitaba tener cerca, en donde fuera y como fuera. Y que quería consolarle, abrazarle y hacerle perder esa angustia sentida.

Y al detenerse, frente al caserón,. ella adelantó sus brazos hacia él y le estrechó contra su pecho murmurando unas palabras siempre deseadas y no escuchadas durante tanto tiempo:

- Arthur, te amo y siempre te amaré. Estés a mi lado o ausente.  Conmigo o sin mí.  Siempre seré tuya, siempre te perteneceré.  -  Y besó sus labios y se fundieron en el abrazo, en el beso y en su llanto.  Se abría una nueva vida para ellos.

  De la casa salió un torbellino corriendo y seguido por una mujer de edad mediana que la llamaba a gritos:

-Lili, Lili, ven aquí

Pero Lili no escuchaba, sino que corría con sus brazos abiertos, que cerró tratando de abarcar las piernas de sus padres que se fundían en un interminable abrazo.

Todo había sido posible, todo ocurrió sin darse cuenta, pero ahí estaban juntos de nuevo y entre ellos su hija.  Ninguno de los dos podía creer en la forma en que todo había sucedido, pero el resultado era patente.  Seguían amándose y no habría fuerza en el mundo que lo pudiera impedir.  Sólo faltaba una larga charla de ellos dos, a solas, para encajar todas las fichas y regularizar su situación.  Ambos pensaban, sin decirlo en una misma cosa: se unirían ante Dios y ante los hombres..

Sentados a la mesa, los tres, cenaban tranquilamente riendo las ocurrencias de la niña que no paraba de hablar. Cuando ella se acostase, sería el momento en que ellos hablaran de todo cuanto habían vivido mientras estuvieron separados.  Y a solas, uno junto al otro, se fueron relatando todo lo acontecido en todos esos años.  Liliana no salía de su asombro al conocer la versión que él la daba tan distinta a como lo había contado Guido.  Le habló de la carta, su mayor prueba, pero no se la enseñaría, algo que ella le pidió insistentemente:

- Déjalo estar. Hemos aclarado todo, y eso es lo que importa. El ha muerto y debemos perdonarle para que descanse en paz.
- Si todo eso está bien, pero quiero leer esa carta, y pedirte perdón también yo, porque te traté mal y no debí hacerlo.
-Es hora de olvidar y comenzar una nueva vida. Y ahora dime cómo va la bodega, tus escritos..., todo.  Quiero que me cuentes todo.
- La bodega me está costando mucho  sacarla adelante, pero debo hacerlo por mi padre y lo conseguiré. Los escritos, los arrinconé: no te tenido tiempo de sentarme a escribir con todo lo que ha pasado.

- Comprendo.  Quiero ayudarte con el viñedo.  ¿ qué necesitas?
- No necesito nada. El banco me concedió un crédito y confío que para el año próximo todo estará listo para la venta
- Muy bien.  Insisto: quiero ayudarte y lo haré. Cancelaremos lo que quede del crédito y de esta forma te será más fácil el negocio.  Tendrás más tiempo para dedicarte a tu otra pasión. Estaré a tu lado y serás de gran ayuda para mi.  Te nombro mi correctora oficial - Ambos rieron, pero Liliana no aceptó la ayuda monetaria, lo que originó una pequeña discusión que solventaron llegando a un acuerdo.

Arthur debía regresar a Dublin para poner al día  la editorial y recoger los beneficios producidos de todos los años  durante su ausencia.  Era un buen pellizco de dinero que destinaría íntegro  a los proyectos de Liliana.  Comenzaban a llegar las ideas a su cabeza y volvería a escribir cuando hubieran solucionado los trámites de su boda.  Y regresó a Pienza, y aunque sólo había faltado unos pocos días, a ambos, les pareció que hacía un siglo que estaban separados.

Y al cabo de un tiempo se casaron e hicieron una pequeña escapada a Venecia. Esa hermosa ciudad que dejó para otro momento  en visitarla, cuando viajó por primera vez a Italia.  Era la ocasión perfecta y única para recorrer sus canales al lado de la que ya era su esposa..  Y siempre recordarían aquel encuentro fortuito en el que ambos supieron que estaban condenados a unir sus vidas para siempre.  Aquel camino directo a la gloria de amar y saberse amado, olvidando todos los rencores y desafíos a los que habían tenido que hacer frente.  Se abría un nuevo capítulo en sus vidas.  A escribir esas páginas que permanecían en blanco  a la espera de llenar sus renglones día a día, minuto a minuto.

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