miércoles, 21 de marzo de 2018

Viaje a La Toscana - Capítulo 21 - Más fuerte que yo

Y viajó de nuevo a Nápoles al bufete de los abogados  Palmieri.  En su cartera llevaba la carta escrita por Guido.  Quería reconocer a esa niña.  Mientras viajaba recordó la carita de su hija y analizó detenidamente todos los rasgos de su fisonomía.  Tenía el cabello castaño con reflejos cobrizos,   que al sol parecían casi dorados, al igual que él. Se le hacían dos hoyuelos en las mejillas cada vez que sonreía: él lo tenía en su barbilla. El rizado del pelo era como el de su madre; al verlas juntas, la pequeña era una réplica exacta de Liliana. ¿ Por qué Guido mintió a ambos? El era un buen hombre  ¿por qué motivo procedió tan cruelmente contra ellos?  Bien es sabido que por amor se pueden hacer locuras, y sin duda él las hizo, sin medir las consecuencias que ello pudiera tener, sin  darse cuenta de que a quién dañaba era a ella.

Ante los abogados, les mostró la carta que recibiera en su día por su mediación.  Les explicó todo lo acontecido detalladamente y expresó que deseaba disfrutar de su hija al máximo, pero sin herir a la madre, y que sobretodo, quería que tuviera sus apellidos que, por derecho, la pertenecían.

- Nos pondremos en contacto con la señora explicando lo que desea. Recibirá noticias en breve, no se preocupe.

Dejó su dirección y salió del bufete.  regresaría a Pienza.  Seguía sin conocer el domicilio de ella.  Deseaba volverlas a ver.  Tratar de suavizar la situación.  No era posible que le odiara; el propio Guido le había manifestado que le amaba.  No quería litigios.  Sólo quería vivir con ellas, pero si esto no fuera posible, al menos tener armonía por el bien de la criatura de la que ni siquiera sabía como se llamaba.  Era una crueldad, pero no podía culpar a la madre, y comprendía que habían pasado muchas cosas  en su vida, en un corto espacio de tiempo, y que necesariamente tenía que estar dolida por todo ello.  Había confiado plenamente en alguien que la había traicionado y había destruido su amor y sus esperanzas de ser feliz, Pero no había sido él, sino  otra persona quién  había permanecido a su lado como un ángel guardíán, cuando en realidad era el autor de esa decepción.  Pero Guido había muerto, había pedido perdón .  Debía descansar en paz; ya nada podía hacerse por remediar lo ocurrido.    Pero en su carta decía que ella le había perdonado, pero en realidad le perdonó algo que ignoraba.  No se lo recriminaría.  No deseaba causarle mayor decepción de la que ya sentía.  No le enseñaría la carta que le había escrito explicando todo lo que había hecho.  Pero había omitido la existencia de su hija  ¿por qué ? Si estaba confesando que era el autor de la separación ¿ por qué no decirle que era padre?  Daría cualquier cosa por tenerle delante y expresar todas las dudas que ahora asaltaban su cabeza, pero que nadie respondería, porque sólo una persona podría hacerlo y ya no estaba.

Alquiló un coche, y quiso salir de su casa. Estando en ella  no dejaba de pensar y pensar. Tampoco podía escribir.  De esta forma,  sin rumbo fijo tomo la carretera y llegó hasta Amalfi. Con un poco de suerte quizá pudiera localizar a algunos de los amigos de aquel entonces.  Pero no vio a nadie, y por el dueño del restaurante en el que solían comer, supo que algunos de ellos vivian en Siena, otros se establecieron en Roma al casarse,  y otros habían emigrado a Estados Unidos.  Todos se habían dispersado, y también supo, que Liliana no había vuelto por Amalfi desde hacía mucho tiempo y que Guido se había trasladado a Pienza, ignorando si al fin se habían casado. Que supo de su muerte y que estaba enterrado en Amalfi, en el panteón familiar.

Al llegar a este punto  el hombre lamentó su muerte y lo rápido de su enfermedad y desenlace..
Comió allí mismo, evocando mientras lo hacía, lo distintas que habían sido las comidas de otro tiempo a su regreso de aquella playa de la que sólo ellos conocían su existencia.  Ahora se daba cuenta de los días alegres y felices que vivieron entonces, tan ajenos al destino que cada uno de ellos tendría tiempo después.  Cuando hubo terminado de comer, emprendió el regreso a Pienza, con un regusto agridulce por todas las evocaciones.

Y recordó sus primeras vivencias en Facebook con ella, cuando le recomendó que aprendiera a vivir. Sin saber que el vivir, traía consigo cientos de preocupaciones, pérdidas que te marcarían, sinsabores y mil cosas mas. Si ésto significaba vivir, dudaba de que mereciera la pena hacerlo.  Se sentía deprimido y derrotado.  Todas sus esperanzas, sus deseos de estar con ella, de vivir allí, en esa tierra extraña para él, habían sido un espejismo, porque todo estaba basado en ella, y Liliana no quería ni verle. Pero ahora tenía una conexión con ella, más fuerte: una niña.  Una hija que nada sabía de su padre, y que seguramente creería que era aquél que desapareció de su vida de la noche a la mañana, sin darse cuenta de que aquella persona que la mimaba y protegía se había ido para siempre.

Suponía que su madre le habría explicado lo que significaba aquella ausencia, pero era seguro que nada le hablaría de su verdadero padre, del que  no conocía ni su nombre, del que nunca había estado a su lado, y del que ignoraba que le tenía muy cerca pero muy lejos al mismo tiempo.

Miraba la carretera sin verla.  El desánimo hizo presa en él, y pensó que lo único que le retenía allí era aquella hija ignorada, pero que si se alejaba ahora, la perdería para siempre.  Debía hacerse a la idea, de que su vida, en el futuro así sería:  peleando por estar con ella.  Y ese cúmulo de sentimientos le causaban mucha tristeza.  Había depositado todas sus esperanzas en aquel lugar de la tierra, y sin embargo ahora le era hostil por la negación de una mujer.  Quizá si no hubiera estado tanto tiempo fuera, hubiera arreglado algo la situación.  No debió tirar la toalla.  Debió viajar a Italia sin hacer caso de lo que Guido le dijera, que estaba visto y comprobado que tenía una intención para nada favorable a su relación.

Estaba cansado, desorientado y sin saber qué hacer, porque hiciera lo que hiciera, siempre saldría perdiendo.  La cara despectiva de Liliana recriminándole su abandono, le hacía daño en lo más profundo, porque siempre trató de estar cerca de ella.  Lo hubiera dejado todo, pero no le dio ninguna oportunidad.  Ella también había sido perdedora, porque sabía,  que en un tiempo le quiso, pero ahora el rencor la dominaba y mató con ello la débil esperanza que tenía de solucionar todo y, al menos, partir de cero y volver a vivir el amor que un día les unió.


Aguardaría hasta saber la respuesta de los abogados y sus derechos sobre esa criatura preciosa que auxilió sin saber que llevaba su misma sangre.  No tenía la más mínima duda de que era su hija, y se lo confirmó la actuación de Guido por conseguir a Liliana, y la aseveración de ella de que nunca llegó a casarse con él.  Cuando todo estuviera arreglado, posiblemente volvería  a Dublín.  Según terminara todo así sería su decisión.

Iba sin ver el paisaje que se abría ante sus ojos, y por primera vez, se fijó en él.  A cada lado de la carretera se extendía un viñedo con un caserón al fondo.  Era impresionantemente bello, y recordó que era enologa y que trabajaba con su padre.  Pero al morir éste, ¿ qué habría hecho ? ¿  vendería la propiedad?  Además de escribir,  su pasión era trabajar en conseguir un vino  reserva y a ello dedicaba tiempo y esfuerzo ¿ Qué habrá sido de todos aquellos proyectos ?  También ella había perdido tiempo e ilusiones.  No podía hacerla pasar por el trámite de perder a su hija también. Cuando regresó a Italia, tenía en mente guiarla en su escritura , orientarla en una mejor creación de sus novelas.  Pero ni siquiera habían hablado de ello, ni de nada, porque a penas habían cruzado unas pocas palabras, y ellas habían sido de reproches.

No tenía más alternativa que quedarse a vivir en Italia si quería tener a la pequeña.  El amor es también sacrificio y renuncia, y él por Liliana y su hija, estaba dispuesto a ello.  Se encerraría en su casa y trataría de retomar su vida.  Estaba visto que él no había nacido para el amor.  Primero fue Mildred y cuando creía que había encontrado el amor de su vida, también le abandona.


Estaba hundido moralmente.  Paró el coche a un lado y puso su cabeza sobre el volante ¿ por qué había tomado esa carretera ? . No le llevaba a ninguna parte.  Una gran congoja le atenazaba el pecho, hasta que una voz sobradamente conocida le hizo levantar la cabeza

- ¿ Qué haces aquí ?

Ante sus ojos acuosos, estaba un rostro amado que le miraba extrañamente.  Se miraron los dos, y él salió del coche respondiendo a su pregunta

- No lo sé.  Iba de regreso a casa y no presté atención a las indicaciones.  Creo que me he confundido de camino.  Pero ya me voy. ¿ Es aquí donde vives?
- Anda, entra en casa - le dijo, agarrándole de un brazo.

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