jueves, 5 de noviembre de 2020

Alex y Fionna - Capítulo 19 - Tu , yo y Amy

 Después de sus cortas vacaciones por su casamiento, se reintegraron a la normalidad del día a día, aunque para ellos seguía existiendo la luna de miel. Cada día era un poco mejor que el anterior y se complementaban perfectamente.  Habían acoplado sus trabajos a su actual vida de casados, de hogar, pero sobre todo el amarse cada día más. Los defectos de uno se suplían con la comprensión del otro y así sucesivamente hasta ponerse de acuerdo.

Hacía dos meses que habían contraído matrimonio, e integrado en sus respectivos puestos laborales. Alex entraba muy temprano a trabajar,  con el fin de dedicar las tardes al caso "Fuego",  como le había puesto de nombre. Fionna en el hospital, se estaba haciendo amigos y seguía en urgencias y en sus turnos correspondientes.  Todo normal.

  

Alex habló con Rosalind para que le permitiera en algún fin de semana que Amy durmiera en su casa, a lo que ella accedió gustosa. Era bueno que poco a poco la barrera que la niña sentía respecto a su padre, se fuera derribando. Ella y Fionna se habían hermanado y la aconsejaba acerca de la vida de casada : era una mujer trabajadora con un empleo muy difícil que tenía que compatibilizar con su vida como ama de casa, por mucho que Alex la ayudara.

Las amigas de Rosalind también fueron amigas de ella y sus maridos de Alex.  En definitiva se habían integrado perfectamente en esa pequeña comunidad. Eso contribuyó grandemente a su estabilidad; las dudas que tuvieran antes de casarse, se habían disipado por completo. Se querían de forma rotunda y extrema.  Nadie diría con los cimientos tan frágiles con los que comenzaron su relación y el resultado tan extraordinario que habían conseguido.  Hasta habían pensado que, después de su primer año de casados, buscarían convertirse en padres. Eso le  vendría bien a Amy.  La idea de un hermano o hermana, fraguaría favorablemente en la mente de la niña y probablemente sería el camino adecuado para llegar  hasta ella definitivamente.

La actitud de la pequeña preocupaba a Fionna. Sabía perfectamente lo que esa niña representaba para su padre, lo que había representado siempre. y lo importante que era que, cada vez que estuviera de visita en su hogar, se mostrara alegre y feliz, que estuviera a gusto, como en su propia casa. Alex nunca decía nada, pero le preocupaba que persistiera en el rechazo hacia Fionna que no sabía lo  qué hacer para agradar a la niña, sin conseguirlo.  

 Sin darse cuenta, y poco a poco, iba perdiendo las esperanzas de llegar a hacerse amiga de ella, y cada vez que Alex la llevaba a casa de su madre de regreso, al volver a casa, Fionna ya estaba en la cama, llorando, a pesar de no ser hora para ello. Él no decía nada, pero se daba cuenta de la frustración que sentía su mujer y le dolía en el alma. No podía permitir que sufriera por los desaires de una niña excesivamente caprichosa y, aunque le rompiera el alma tomaría una decisión. Primero hablaría con Fionna, y después con Rosalind y Alfred, quizás ellos les indicaran lo qué hacer.

De nuevo tendría que dividirse, porque una, era cierto, que había estado ausente de su vida durante mucho tiempo, y era lógico que, ahora, la niña, quisiera recuperar su sitio, que lo tenía, pero que ella no lo comprendía.  Por otro, estaba su mujer, que lo había dejado todo por él; había renunciado a una vida estable para seguirle a donde fuera. Pensaba que se merecía un sacrificio de su parte.

Cuando Amy no estaba en casa, su vida volvía  a serenarse, pero eso no gustaba a ninguno de los dos.  Debería ser normal que la niña se encontrase feliz en la casa de su padre, pero no podía evaporarse cuando eso sucedía, sólo por el capricho de una niña.  Para evitar eso, Fionna había cambiado sus turnos, siendo un  sacrificio de ambos, y creyendo además que eso aliviaría la situación, pero en algún momento debía volver a su casa y verse con ella.  Cuando eso sucedía, dejó de hablar con la niña, como si no estuviera, y a Amy también le agradó ese cambio: así estaría sólo con su padre.

Pero esa no era la fórmula.  Les constaba que tanto Alfred como Rosalind, habían hablado con su hija, pero se quedaron sin palabras y de una pieza cuando, al reclamarle su madre esa actitud, les respondiera como la cosa más natural del mundo:

- No me gusta Fionna

El matrimonio se miró sin saber qué decir, preocupados por lo expresado por su hija. Ese era un escollo muy importante y difícil de solucionar, a pesar de que Fionna hacía todo lo posible por agradar a la chiquilla.

 Un día se la llevó al parque y después a merendar en una cafetería; sabía que la gustaban los batidos de chocolate; ella también tomaría otro, buscando un acercamiento.  Pero la niña apenas lo probó:  Fionna no sabía  qué hacer, porque ni siquiera la miraba, así que optó por regresar a casa. Era el fin de semana que estaría con ellos, pero con ese panorama sería difícil la convivencia.

Alex se extrañó de que llegaran tan pronto, pero la excusa que dio es que estaba cansada y le dolía la cabeza. No le quiso decir, que ni siquiera podía tomarla de la mano. Él se dio cuenta de que no había funcionado y decidió hablar con su hija y hacerla ver que había entristecido a Fionna y que debía pedirla perdón.  Pero la niña no respondió, sino que salió corriendo a su habitación y se puso a jugar. Su corazón estaba dividido entre las dos, y no podía renunciar a ninguna. Con optimismo pensó que cuando se acostumbrara a ella, pasado algo más de tiempo, cedería y al fin se convertirían en amigas. Hablaría con Rosalind del tema a ver si entre todos encontraban la solución a este problema que de improviso se había presentado.

Pero Rosalind tampoco se lo explicaba y la actitud de su hija la confundía y disgustaba.  No era una niña agresiva, más bien confiada, pero lo ocurrido con Fionna no tenía explicación, porque siempre estaba tratando de agradarle y era cariñosa con ella, pero poco a poco, dejó de hablarla
 y evitaba  todo contacto con ella, sólo lo imprescindible.

  Alex tampoco estaba tranquilo cada vez que pernoctaba  en su casa. Decidió que los fines de semana que tocara estar con él, se la llevaría a algún parque de atracciones, sin Fionna, sólo ellos dos, para ver si su relación mejoraba.  Eso no le gustaba, porque se ponía de una sola parte que era la niña, y no era justo porque Fionna se desvivía por ella. Pero la mente infantil es compleja y de difícil comprensión.

 De este modo, el día que podían estar juntos, casi siempre tocaba la estancia de Amy en casa, de manera que la comunicación entre el matrimonio dejó de existir. Poco a poco, la falta de comunicación,  se fue haciendo  más habitual. 

La dolía comprobar que ese problema, hubiera acercado la niña al padre, pero alejado de  ella. Fionna se daba perfecta cuenta de eso, pero no sabía qué podía hacer para dar solución a este grave problema, que lejos de ceder, se incrementaba aún más.

Pensó que quizá alejándose por unos días, al menos ellos, recobrarían  su equilibrio. Alex parecía no darse cuenta de que su mujer sufría; habían dejado de hablar de ello. Era como si no existiera, y coincidió que estando presente Amy, tampoco sus muestras de cariño eran como antes ¿Estarían llegando a ser extraños? Ella lo pensaba cada vez más a menudo y eso hacía que se desesperase más, así que, aprovecharía unos días libres para ir a cualquier lugar, pero fuera de su casa. Una lástima porque podrían disfrutarlos los tres, pero con la chiquilla era imposible, y no haría más que agrandar el problema.

Al regresar Alex,  de dejar a Amy en casa de Rosalind,  le planteó  la decisión que había tomado.  A él no le gustó nada lo que Fionna le pedía, pero comprendía que tenía razón, y surgió la discusión agria y rotunda:

— No me gusta nada que te vayas ahora. Tengo mucho trabajo con el caso "Fuego".  Creo que estoy cerca. Ahora no es bueno; decididamente no puedo acompañarte. Espera unos días...

—¿Más? ¿Hasta cuando he de esperar que al menos, por un rato, me prestes atención. ¿Sabes lo que creo? Que te has centrado en Amy; es natural , ella es tu hija, y  yo no soy nada.

— No digas más tonterías.  Eres mi mujer y te adoro, solo que este problema me ha cogido por sorpresa y no sé cómo abordarlo. No me des a elegir, por favor. Siempre te lo repito, pero es cierto.

— Está bien, lo entiendo. No te preocupes, en otra ocasión será, pero yo necesito tomar aire y distanciarme de todo esto que nos ha caído encima. Tú ya te la has ganado, pero por ese mismo motivo, siente unos celos horribles hacia mí. Soy una extraña para ella que usurpa el cariño de su padre al fin conquistado. Es una niña muy pequeña y no sabe nada de las complejas relaciones entre un hombre y una mujer. Mañana cuando salga de trabajar me iré y pasaré unos días fuera.

— ¿ Me lo estás diciendo en serio?

— ¡Claro que te lo digo en serio! No te das cuenta de ello, pero nos estamos separando.  No te pido que no la traigas, al contrario, ambos lo necesitáis, pero yo también. Quizás a mi regreso, una vez haya descansado, todo vuelva a su ser.

Iba a perder a una de las dos ¡Con lo que le había costado conquistar a Fionna! Ahora por unos celos absurdos de una cría, la estaba perdiendo. 

Se daba cuenta que cuando estaban los tres, ella tenía que salir de la habitación, para evitar las miradas de reproche de la niña.  No estaba acostumbrada a tratar con niños.  Esa era la respuesta que ella misma se daba, pero que la estaba desquiciando. Por eso prefirió desaparecer durante unos días para ver si mejoraba algo.

Y aquella noche, Alex la hizo el amor con desesperación, distinto, más brusco, poco habitual en él, pero sabía cuál era el motivo. Los ojos se la llenaban de lágrimas ¡Qué tristeza perder un amor tan avasallador como el que ellos tenían !! Pero la decisión estaba tomada. Quizá eso fuera lo mejor que podía hacer.

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