martes, 3 de noviembre de 2020

Alex y Fionna - Capítulo 17 - El laberinto Amy

 Los días corrían veloces para ellos, pero no era más que la impaciencia que sentían por estar juntos otra vez, y terminar con los trámites pertinentes. Alex encontró una casa con jardín no lejos de la de su ex. Tenía dos plantas. En la de arriba estaban los dormitorios, y en la de abajo, la cocina, el salón y otra habitación que Alex la dedicaría para su despacho. La cocina tenía una salida al jardín trasero, y  a la entrada principal, había otro con parterres de flores. Esperaba a que Fionna llegase para, si a ella la gustaba, comprarla para formar su familia en ella.  Era un urbanización integrada por matrimonios jóvenes, como ellos, con niños pequeños, pero totalmente segura y sin problemas.  Alex quedó encantado, pero la última palabra la tendría Fionna.  Quería todo lo mejor para ella. Sabía que  gran parte de los ahorros de todos esos años de trabajar duro, se irían en la compra de esa vivienda, pero no le importó. Comenzarán su nueva vida con poco remanente monetario, pero sin deudas. Volverían ahorrar poco a poco. Alex era totalmente feliz y estaba nervioso.

 Después de hablar con ella,  cada noche, lo dedicaba a estudiar el caso que le traía de cabeza. A veces le daban ganas de tirar la toalla, pero su amor propio no se lo permitía. Pero parecía que había un dato, que había pasado por alto, poco relevante, pero es sabido que la menor insignificancia a veces no tomas en cuenta  y resulta ser el hilo conductor de la solución del problema.


Llegó el momento en que Fionna tuvo que integrar la plantilla de urgencias  del hospital, y por tanto vivir a partir de ese momento en Maryland.  Al despedirse del parque de bomberos y de sus compañeros, sintió una punzada en su pecho: habían sido bastantes años, y muchas odiseas vividas junto a ellos como para no sentir la marcha.  Ellos habían sido su familia durante todo ese tiempo, pero ahora había elegido otro camino y no sólo el de ser médico de hospital, sino compartir la vida con alguien al que amaba, y que tenía una hija a la que debía  "conquistar", y una nueva familia a la que convencer. Entre Alex y ella todo marchaba a la perfección.

El día de su definitivo traslado a Maryland, la sangre la golpeaba fuerte en el pecho. Se casarían al cabo de un breve espacio de tiempo.  Su vida iba vertiginosa de un tiempo a esta parte y todavía tenía miles de dudas por despejar. No habían convivido lo suficiente como para conocerse en profundidad, no como amantes, que eran perfectos, sino como pareja  con la que tendrían que vivir  para el resto de su vida, porque con esa intención era que se unirían.  Iba por la carretera rumbo a su nuevo hogar y hacía cábalas de todo cuanto tenía que hacer. Al casarse apenas tendrían luna de miel; tan sólo un fin de semana, puesto que acababa de entrar en el hospital, pero con ser importante, eso no era lo que más la preocupaba, sino el "ganarse" a Amy.  Sabía que Alex también estaba nervioso por ello.

Hacía poco que la niña había asimilado la presencia del padre siempre ausente, y ahora venía la segunda parte. No pretendía que la llamara mamá o mami, sino que lo hiciera como ella quisiera.  Deseaba ser su amiga y compartir con ella sus juegos cuando estuviera en casa con ellos. Porque ahora ocurriría lo que tanto deseaba Alex: tener a su hija el mayor tiempo posible, y eso era pasar algún fin de semana juntos. Ir a merendar, sacarla de paseo... etcétera.  Aún era pequeña, pero, precisamente por eso, tendrían un paréntesis hasta que se fuera dando cuenta de que su padre no estaba casado con su madre, sino con otra persona a la que llamaría, seguramente por su nombre.

No tenía ninguna experiencia con los niños, tan sólo si alguna vez atendió a alguno por algo sin importancia. Eso la impacientaba. No podía recurrir a Alex, porque él acababa de sumarse a la vida de Amy. Procuraba no pensar más, para no distraerse en la carretera.  Deseaba llegar y al mismo tiempo lo temía.  Puso la música para de este modo distraerse y no pensar en nada más. Iría viendo sobre el terrero cómo sucedía todo.

— Seguramente me estoy preocupando por nada. Según Alex, Rosalind quiere que seamos amigas, y ella será la que me oriente.  Deseo con todas mis fuerzas que todo salga bien, para estar tranquilos y sobre todo porque Alex sea feliz con nosotras.

Desconocía totalmente la dirección de la casa en la que vivía Alex y por eso quedaron citados a la entrada de la ciudad, en una gasolinera emblemática y de difícil pérdida a una hora determinada. Y allí estaba Alexander, paseando por la acera impaciente porque llegara. El sonido del claxon, le sacó de su abstracción, y girándose se encontró que Fionna aparcaba el coche. Corrió hacia ella y se juntaron en un abrazo y un largo beso.  Pareciera que habían sido siglos los que no se vieran, pero ese encuentro sería muy importante para ellos: era el comienzo de su nueva vida. 

Atropelladamente hablaban a un tiempo los dos, haciéndose preguntas poco importantes e irrelevantes, pero lógicas ante una tensión nerviosa como la que estaban viviendo. Esa situación era nueva para ambos, y todo se les venía encima de repente. Entraron en la cafetería y tomaron un café, más para serenarse que por necesidad

Alex la explicaba lo que harían ese día: comer en familia, quizá la prueba más difícil para Fionna, pero al menos cubrirían ese trámite de una vez.

A la mañana siguiente la entrevista en el hospital, que a pesar de ser importante, ella estaba segura de su valía como profesional y le daba menos miedo que la comida en casa de Rosalind, que en realidad era miedo a conocer a Amy.

—¡Por Dios, se trata de una niña! —se decía ella misma, pero no era suficiente para calmar su incertidumbre

— ¿Y si no les gusto,?¿Y si me rechazan? Va a ser un paso muy difícil. Deseo pasarlo cuanto antes o no viviré tranquila.

Con toda la ilusión del mundo, Alex la condujo hasta el emplazamiento de la que sería su futura casa. Él la miraba nervioso observando las reacciones en la cara de ella. Y Fionna estaba asombrada. Era un pequeño palacio para, acostumbrada a su apartamento no muy grande. Tomados de la mano, entraron en la casa y Fionna abrió los ojos de admiración.  Recorrían impacientes cada habitación; él la explicaba para lo que había destinado cada lugar y ella aceptaba palmoteando nerviosa.  Alex respiró aliviado al comprobar la alegría y entusiasmo que Fionna expresaba yendo de una habitación a otra  con nerviosismo. Sólo faltaban algunos detalles personales que cada uno de ellos pondría, como fotos, cuadros, algún reloj de pared o, alguna figura. Lámparas  y cualquier otra cosa que a Fionna se le ocurriera.  Ya estaban juntos, ahora podrían ir de compras para terminar con los últimos detalles de su casa, de su hogar.

La presentación en familia, sucedió el mismo día de su llegada, en una comida familiar.  Amy se sentó frente a ella, al lado de su madre, con el fin de vigilar que comiera y no se entretuviera mirando descaradamente a Fionna.  

— Seguro que se preguntará ¿Quién es esta mujer que ahora está junto a mi papá?— se repetía mentalmente Fionna.

Procuraba estar tranquila y relajada, mostrándose natural como era ella. Se mentalizó como si fuera una comida junto a sus compañeros del parque, aunque era difícil hacerse a esa idea.

 Alfred y Rosalind, se mostraron extremadamente cariñosos con ella y, Fionna poco a poco, se fue relajando y sacó su vena simpática y ocurrente, ante la satisfacción de todos, especialmente de Alex.  Ambos contaban anécdotas de sus respectivos trabajos, las anécdotas agradables, que eran las menos, pero al final lo consiguieron y la comida terminó entre risas y sin nervios.  Había ganado el primer round. Pero la quedaba el más difícil: Amy, que no había despegado los labios durante la comida.

Estaba nerviosa por muchas cosas: por su cambio de residencia, por el nuevo trabajo, por la integración en la familia de Alex, por su próxima boda y por la niña, a la que veía como un enemigo a  vencer.  Era importante ganarse su amistad, no sólo para su vida y la de Alex, sino por su bienestar como pareja.

 Influiría en sus vidas, aunque no lo quisieran. Además tenían un trabajo que les separaba por muchas horas, y que ambos debían cumplir a la perfección, porque ambos era nuevos en él y debían causar buena impresión, además de ser eficientes en lo que les encomendasen.

Se hospedaría en el apartamento de Alex, con lo que se iniciaba otra nueva etapa  pre matrimonial. Sería un adelanto de lo que sería su vida en común; también eso la ponía de los nervios. Pensaba que una cosa era dormir una noche juntos y después cada uno a su casa.  Ahora  sería mañana, tarde y noche.  No era muy buena ama de casa.  Nunca se había tenido que ocupar de otra persona más que de ella misma. Apenas sabía cocinar ni de la organización de la casa.  Era una prueba por la que pasaría y pedía al cielo que supiera hacerlo bien. Sabía que contaba con la ayuda de él, no obstante, la libertad que había tenido hasta ahora se vería truncada.  Tendría que anteponer a su propia comodidad la de Alex y la de Amy cuando estuviera con ellos ¿ Podría hacerlo? ¿Sería capaz?



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