martes, 24 de abril de 2018

Las necias ilusiones - Capítulo 11 - Dimisión

Cuando entró en su habitación, tuvo que recostarse en la puerta.  Las piernas se negaban a sostenerla y el beso que la dio abrasaba sus labios.  Estaban claras sus intenciones: quería acostarse con ella.  ¿Cómo se atrevía ? ¿ Creía que era una chica fácil que no se resistiría a sus encantos?  Y en cierto modo, así había sido se había enamorado de él como una colegiala de su profesor de química, pero no había caido en sus redes, aunque ésto, por un lado bien que la pesaba.  Pero nunca sería una de tantas y esta claro que era lo que buscaba.  Se sentó en la cama y comenzó a llorar: ahora si que era imposible seguir trabajando con él.

Lentamente comenzó a hacer el equipaje.  Llamó a recepción y les indicó que tendrían que preparar la factura para el día siguiente a primera hora.

- El señor Miller se hace cargo de ella.  Nos lo acaba de anunciar
- Está bien.  Muchas gracias

  Llamó a British Airlines y confirmó el regreso para las once de la mañana del día siguiente.  Tenía tiempo suficiente.  Era poco lo que tenía que recoger, ya que había viajado con  lo indispensable.  Pero no quería permanecer en el hotel, tan cerca de él.  Sintió que se cerraba una puerta, algo bruscamente, y por la dirección de la que provenía el portazo, dedujo que se trataba de Brendan, que seguramente saldría en busca de la noche parisina.

Se tumbó en la cama para organizar sus ideas. Abrió el ordenador, y en el Word comenzó a redactar su carta de dimisión.  La repasó una y otra vez, tratando de encontrar algún resquicio que la hiciera desistir de ello, pero la escena ocurrida en la habitación de él, demostraba que su colaboración ya no era posible.  Y entre llanto y redacción de dimisión, se quedó dormida.  La despertó el frío de la noche.  Miró el reloj y vio que eran las siete de la mañana. miró alrededor de la habitación y pensó:

- Paris ... oh la la. ¡ Vaya ! De qué manera te he conocido.

Se arregló lentamente:  tenía tiempo de sobra. Salió al pasillo, dando un vistazo a la puerta de enfrente.  Se dirigió al ascensor, que justamente paró en su misma planta. Y al abrirse las puertas, una pareja se besaban ardorosamente. Cuando iban a salir, Ada se hizo a un lado, y se encontró frente a Brendan y a una chica despampanante que llegaban al hotel, seguramente después de pasar una gran noche.  Ada bajó la cabeza y entró en el ascensor cuando ellos salieron.  El rostro de Brendan se tornó blanco como el papel, el de Ada rojo como la grana.

Por si alguna duda, aún le quedaba, acababa de confirmar los planes que él  tenía para ella. Y se alegró de tomar la decisión que desde hacía tiempo había madurado.  Ya no le quedaba ninguna duda de que hacía lo correcto.  y de nuevo, como si se tratase de una película, se vio dentro de un taxi rumbo a su casa.  Hacía un par de días que había hecho el viaje a la inversa, y en el fondo con alegría porque iba a verle.  Ahora llevaba el regusto amargo al comprender que aquel beso obedecía a pasarse una noche a lo grande.  Un tópico  del que siempre se habla: la secretaria enamorada del jefe, y al final se juntan.  Pero no hay una regla escrita y no siempre sucede así, aunque ella si cumpliera la primera parte, pero no se juntaría nunca.  Había dejado muy claro que las intenciones del jefe, eran la de otros muchos: aprovecharse  de los sentimientos de las chicas que caen rendidas a sus pies.

Hablaría con Margaret y organizaría su regreso a casa lo antes posible.  Lo primero que haría al día siguiente, sería ir a la oficina y entregar a Morgan su carta de renuncia.  A continuación cogería billete rumbo a Bristol, y allí nuevamente a empezar de nuevo.  Hacía poco tiempo que había salido de allí con todas las ilusiones por realizar, comiéndose el mundo.  Y al cabo, había resultado que le habían roto el corazón, y el mundo la había devorado.
 Margaret se alegró mucho al tenerla de regreso, pero al mismo tiempo, observó en su rostro que algo no marchaba bien, y al preguntarle por lo que le ocurría, Ada no pudo más y se derrumbó.

Era la única amiga que tenía, la única persona que podía escucharla y aconsejarla.  Fue relatando lo que había ocurrido en el transcurso de ese tiempo y cómo ella  había sucumbido al atractivo jefe que no la tenía ninguna simpatía.  Detalló lo sucedido en el último día y lo que precipitó su decisión de romper con todo y regresar a casa.  Margaret la escuchaba atentamente y al mismo tiempo preocupada.  Cuando terminó su relato, se levantó de la silla y la sirvió un vasito de whisky

- Te vendrá bien, y a mi también - Y ambas bebieron a un tiempo y de un trago
. Cogiendo sus manos, comenzó a hablar con Ada con inmenso cariño, lo mismo que lo haría si madre si estuviera allí:

- Verás, pequeña.  Mi opinión es que a tu jefe le gustas, pero no sé si es suficiente para ti.  Ese tira y afloja que os traéis, es sintoma de ello.  Sé que es difícil trabajar al lado de alguien que te gusta mucho, y él no se decide, y al contrario anda con unas y con otras.  Pero eso también puede ser por tu rechazo, porque él no se imagina lo que sientes.  Haces bien en poner distancia, después de vuestra despedida. ¿ Sabes ?  Ellos se creen que son los fuertes, los duros, pero en realidad lo somos nosotras que sin darse cuenta nos necesitan, aunque a veces, ni ellos mismos lo sepan.  ¿ Por qué no pides unas vacaciones ?  Date un poco de tiempo, y si nada cambia, tendrás oportunidad de dimitir

- Margaret, entiendo perfectamente lo que me aconsejas, pero créeme, él no desea nada más que obtener conmigo lo que consigue con otras. Así es muy difícil trabajar, porque todos se darán cuenta de ello y seré "la trepa", la que ha jugado con una baraja marcada.  Hablarán a mis espaldas, y cada vez que me encomiende algún trabajo, dirán que lo hace porque soy su amante.  No, Margaret.  Creo que lo mejor es dimitir y regresar a casa
- Hija mía, nadie mejor que tu sabe lo que te conviene.  Aquí siempre tendrás mis brazos y mi cariño si deseas regresar.  Eres como de mi familia y me apena que te veas en esta situación.  Si te sirve de consuelo, creo que él también te quiere, sólo que no se atreve a decírtelo, o que tiene los mismos escrúpulos que tú y no desea perjudicarte.

Repasaba una y otra vez en su cabeza lo que Margaret le había dicho, pero su decisión era firme.  Al día siguiente entregaría su carta de renuncia.  Y así lo hizo.  Y madrugó y,  a las ocho de la mañana estaba frente al edificio de  Miller Dawson CO. Respiró hondo, tragó saliva, y decidida entró en el amplio vestíbulo.  Fue saludada por todos, puesto que todos la conocían.  Ella correspondió con una amplia sonrisa y se encaminó hacia el ascensor.  Y recordó la vez que llegó para entregar su curriculum.  Había pasado el tiempo en un suspiro, y ahora de nuevo, llevaba en su bolso la carta de dimisión. 

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