El día había amanecido lluvioso, triste y, aún pareciendo mentira, la niebla nuevamente invadía la ciudad. Londres era la viva estampa de una novela de Agatha Christie. La gente apresuraba el paso. Unos llamaban a un taxi, otros esperaban el autobús y los más se apresuraban a refugiarse en el subway.
Alguien pasaba inadvertido. Con una gorra calada en su cabeza, la ropa mojada por la lluvia, y su paso vacilante, como dando tumbos, que tropezaba algunas veces con los viandantes. Parecía no tener prisa.
Se paró delante de un bar durante unos instantes. Se metió la mano en los bolsillos como buscando algo. Tan sólo encontró unos peniques. Los contó y debió pensar que le alcanzaban para tomar un trago. Entró en el establecimiento y se sentó en la barra. Encima de ella, depositó las monedas que, el camarero, con gesto desabrido, recogió de inmediato, procediendo a continuación a echar en un vaso la medida justa por la que había pagado.
Era un establecimiento poco concurrido a esas horas de la mañana. Bebió de un solo trago y se giró en su sitio para ver quienes estaban.
Ambos, por indicación del desconocido, se situaron en uno de los asientos. Nuestro extraño personaje, le agradeció la atención tenida con él, y sin darse cuenta, le contó parte de su vida. El otro hombre le escuchaba con atención sin interrumpirle. Se dio a conocer:
El relato se interrumpió al esconder su cara entre las manos para ocultar un sollozo. Su compañero de mesa seguía escuchándole sin interrumpirle, mientras jugueteaba con un mondadientes entre sus labios.
Entre tanto, aguardando a que se calmara, iba pensando en algo. Quizá aprovechara a ofrecerle algún "trabajillo" para, al menos ganarse algo de dinero para ir tirando.Por primera vez, contempló el traje raído que llevaba, pero que en su día, hubiera sido confeccionado por un buen sastre, porque a pesar de estar deformado y algo sucio, aún conservaba algo de su buena factura.
Indicó al camarero que les sirviera de nuevo y mientras el otro terminaba de gimotear por su mala suerte. Le analizaba detenidamente. Era aún joven; no llegaba a los cuarenta, o quizá los pasara un poco. Indudablemente tenía problemas de toda índole: con su mujer, sin trabajo y, por si todo fuera poco, se daba a la bebida. Y un plan se abría paso en su cabeza. Era un buen pretendiente para llevar a cabo algo que venía rumiando.
El desconocido y compasivo compañero de bebida, tenía en mente un atraco a un comercio de electrodomésticos, pero para ello necesitaba gente. Ya tenía dos compañeros de fechorías, pero le faltaba un chófer, dado que el "llorón" no tenía práctica, pero para conducir si serviría.
Ordenó al camarero un nuevo trago y que les dejara la botella en la mesa. Había sido cuestión de buena suerte el encontrarse en esa maldita mañana de lluvia. A medida que se calmaba de sus lamentos, el otro hombre iba fraguando su plan. Sólo faltaba proponerlo y seguro que aceptaría. No había apenas riesgo. Lo harían por la noche. Él sólo tendría que tener el coche en marcha para salir pitando.
—Eso es un delito. No. No volveré a caer. Ya he tenido bastante
—¿Insinúas que has robado y por eso estás así? Me he arriesgado mucho al contarte el plan. Si te fueras de la lengua, te aseguro que sería lo último que hicieras en tu vida
— ¿ Me estás tomando el pelo, o crees que soy idiota? Eso es un delito como una catedral y, aunque lo quieras disfrazar, eres más delincuente que yo. Se trata de cambiar algunos televisores de lugar. Según tu criterio es lo que sería.
Se retorcía de risa por el comentario de su compañero. Mientras le miraba con los ojos medio entornados por el excesivo alcohol.
— ¿ Cómo te llamas? —le preguntó
— Roger — le dijo, mientras la lengua se le enredaba en la boca
— Bien Roger ¿Te imaginas el recibimiento de tu mujer cuando llegues a casa con unas libras? Sólo por tener el coche en marcha. En fin; ya he hablado bastante. ¿Quieres que te deje en casa?
—Esta bien. Si sólo se trata de eso, acepto. ¿ Cuánto me pagarías?
— Si todo sale bien, como está pensado, calculo que cincuenta libras.
— Está bien, acepto. ¿ Cuándo sería?
— Tendrás que decirme en donde estamos, porque he caminado tanto y tan bebido, que no sé a donde he ido a parar — y se echó a reír mientras su compañero le observaba
— Creo que voy a arrepentirme de lo que te he propuesto. No me fio de ti. Estas demasiado borracho. Olvídalo
— ¡ No ! Acepto. Te doy mi palabra
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Autora< rosaf9494quer
Edición< Mayo 2021
Ilustraciones< Internet
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