martes, 3 de marzo de 2020

Los mudos testigos - Capítulo 23 - Un giro a su vida

    Erín hacía su rehabilitación a diario, pero ésta era dura, muy dura, sobretodo al principio, y los avances pocos, muy pocos. Con inmensa paciencia, Peter la dejaba en la clínica de rehabilitación cada día, y la llevada de nuevo a casa.  Había decidido que vivirían juntos, a pesar de las reticencias de Erin, y había contratado a una enfermera que la ayudase en casa cuando él estuviera ausente por su trabajo.


    El carácter de Erin cambió radicalmente;  el psicólogo decía a Peter, que lo que la ocurría era normal después de un episodio como el que había vivido.  Sólo tenía un consejos que darle:  paciencia, mucha paciencia.  El seguía queriéndola, y no por compasión, sino porque estaba loco por ella y haría todo lo que fuera necesario para mejorar su vida.  Pero ella, se resistía, aunque también le amaba, pero precisamente por eso, no quería sacrificarle.  Su relación sentimental era difícil por parte de ella:  le rechazaba una y otra vez a pesar de que era todo lo contrario lo que sentía; le necesitaba a su lado permanentemente, pero no quería truncar su vida permaneciendo con  una mujer  que no podía aportar nada más que trabajo para él.  Eso no era lo que habían pensado, y por tanto debía alejarse de ella lo antes posible.

   Peter dedicaba sus horas libres a ella , y a estudiar.  Había decidido meterse  a fondo en la  situación para buscar algún remedio que aliviase su estado .  Llamaba a cualquier médico del que tuviera noticias  en ese campo;  era incansable, y cada vez que Erin lo descubría, era motivo para una discusión.  Ya había pasado un año desde el suceso, pero poco o nada había cambiado.  Ella ponía todo de su parte por avanzar pero ¡ era todo tan lento ! que a penas se notaba.  Peter empleaba tiempo y dinero en su empeño, pero al mismo tiempo Erin se iba volviendo más introvertida y con el carácter más agrio.

   
    Pidió información en las asociaciones existentes  de mujeres maltratadas y se involucró en una de ellas.  Fue acogida con alma y vida: cuantas más, mejor. Además ella, sería un ejemplo para las que se encontrasen en situación de riesgo y no denunciaban  En un principio Peter se alegró del entusiasmo que mostró en su trabajo, a pesar de que le daba un poco de lado.  Se daba cuenta de que se alejaba de él, pero lo pasaba por alto con tal de que ella se sintiera útil y distraída en algo, olvidándose de sus limitaciones.

    Fue muy activa dando charlas en colegios, a jóvenes, en asociaciones de amas de casa, en todo lo que su cooperación era requerida.  Poco a poco su vida tomaba sentido de nuevo, y eso alegraba a Peter, aunque a un mismo tiempo se daba cuenta de que la perdía poco a poco, sin ella darse cuenta.

    La rehabilitación iba lenta, no así el tiempo transcurrido que corría veloz, pero los avances a veces se estancaban.  Al menos podía ponerse de pie con ayuda.  Por mucho que la fisioterapeuta la animara, y la dijera que había sido un gran avance, Erin pensaba que la movía su  compasión.  Se había vuelto muy susceptible y tenían que medir las palabras para que no se diera por aludida. Con el psicólogo también se mostraba recelosa, en definitiva estaba amargada y amargaba las vidas de todos aquellos que la rodeaban.  Hasta que un día Peter no pudo más,  y tras una absurda discusión, dando un portazo salió de casa.

    Trabajaba incansablemente haciendo guardias y atendía la consulta de su clínica.  El trabajo parecía no agotarle, sino que era un revulsivo para seguir adelante, pero las cosas no marchaban bien y decidió que quizás al verse lejos de él, Erin reconsiderara su postura y cambiase de forma de ser.  Ella nunca había sido así, pero él estaba llegando al limite de su resistencia.  Le dolía enormemente alejarse de ella, pero poco a poco fue asumiendo que la vida que habían ideado, no se cumpliría nunca.  Todo su mundo se había derrumbado junto con el ánimo de Erin. La dejaría protegida , y la enfermera permanecería a su lado constantemente, pero él debía terminar con esa situación, ya que estaba repercutiendo en su trabajo; el trato con los enfermos ya no era el mismo.  Y eso no se lo podía permitir.  Nadie más que Liam era  el culpable de todo, y nadie más.


    Aquél día lo vió claro : se iría a vivir a otro lugar.  La dejaba en manos de la enfermera a la que llamaría a diario para saber de ella, pero siempre a escondidas para que de una vez remontara.  Lo que iba a ser algo provisional, se amplió en el tiempo, y ambos se acostumbraron a la nueva situación.  El tiempo pasaba y ella, cada vez se involucraba más en la asociación, aunque echaba de menos a Peter.  Se dió cuenta de que le necesitaba, que le quería más de lo que ella había imaginado, pero  no le forzaría a volver con ella.  Había descubierto que desde que tuvo la agresión, él había estado pendiente de ella y no se lo había agradecido como debía.  Por lo mucho que le quería, no le haría permanecer con ella.  Tenía derecho  a ser feliz y realizar el sueño que habían forjado:  tener una familia y aún no lo había logrado y con ella, nunca lo lograría.  Así que se resignó a no tenerle a su lado, el día que Peter decidió tomar distancia.

    Sólo de pensar que otra mujer ocupara su corazón, la producía un dolor tremendo, pero no debía obligarle a vivir su vida y no poder corresponder en  igual medida.  Ni siquiera sabía si podría tener relación sexual, con lo cual la vida en pareja se haría muy difícil si no lo tuvieran.  Él era un hombre joven, vigoroso, y ella no podía brindarle nada, a pesar de que también fuera joven.  Su ex había destruido su vida. Pensó que hubiera sido mejor que en lugar de herirla, la hubiese matado.  Todo lo había perdido, sobretodo a él y a una vida que hubieran construido juntos. Ahora era una mujer que comenzaba a dar los primeros pasos, pero con la ayuda de la enfermera. ¿ Volvería alguna vez a recuperarse?  No lo tenía claro, pero se fijó una meta:  he de hacerlo por Peter, sólo por él.

    Y comenzó a dejar poco a poco la silla de ruedas; tan sólo en los días en que los dolores lo hacían insoportable, que ni siquiera los calmante aliviaban.   Pero necesitaba trabajar, así que poco a poco se incorporó al consultorio.  La enfermera conducía su coche y todos los días la llevaba y la recogía en la consulta.  La vino bien ese cambio, y no sólo acudir a la rehabilitación.  Estaría sentada así que no había peligro de alguna caída inoportuna.


 Un día acudió  una mujer bastante parlanchina que por un resfriado, había tenido necesidad de acudir al consultorio, y aquél día decidió comentar con quienes esperaban turno para el médico  la noticia de la que se había enterado.

- Tenía una tos tremenda, así que decidí acudir a mi médico, el doctor  Murphy.  El me trata desde hace mucho. ¡ Se casa ! - dijo con la voz lo suficientemente alta como para que Erin lo escuchara .

    Se casaba. Era normal; la había olvidado.  Haría feliz a la mujer que había elegido.  Pero no pudo evitar una punzada dentro de ella.  Lo había tenido en la mano, a su alcance, y sin embargo en lugar de aprovechar el amor enorme que la había demostrado, con su agrio carácter le había arrojado de su lado.  Y ahora era otra mujer, quién recogía su amor.  Se sentó en la silla de ruedas y se dirigió a los servicios.  Se encerró en ellos,  y allí lloró amargamente.  Merecía ser feliz, y sólo esperaba que la mujer que hubiera elegido se diera cuenta del potencial de amor que guardaba bajo su apariencia de frialdad; ella no lo había apreciado.  Ella no le podía dar todo lo que él merecía.

Al cabo de un rato cesó su llanto, se lavó la cara y salió dispuesta a incorporarse a su misión.


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