martes, 15 de octubre de 2019

Pobre niña rica - Capítulo 8 - Pensar y proyectar

Y efectivamente, no dormí aquella noche. Todo lo escuchado tenía que digerirlo, pero las palabras se mezclaban y lo explicado, formaba una amalgama de ideas, proyectos y situaciones a vivir que me impedía pensar con claridad y ordenar las ideas con las que proceder en primer lugar.  Decidí que debía estar sola, en algún lugar en el que pudiera concentrarme y dedicarme por entero al futuro que estaba próximo, en definitiva deseaba aislarme.  Y para ello elegí la casa de verano familiar situada  en Irlanda .  Ese lugar era el preferido de mis padres, aunque después de que ellos murieran no tuve a penas oportunidad de regresar.  Pero recordaba los juegos en la playa desierta corriendo mi padre tras de mí tratando de alcanzarme y a mi madre observando la escena.  A pesar de que tenía corta edad, ese recuerdo se fue acentuando con el transcurso de los años. Posiblemente fuera uno de los pocos  que conservaba de ellos, y lamenté ir olvidando poco a poco, hasta quedar solamente en algunas escenas sueltas.

Por ella pasearía acompañada del murmullo del ir y venir del mar y alguna que otra gaviota revoloteando por el cielo.  Era un paisaje idílico. Ni siquiera quise que me acompañara   Else.  No la necesitaba allí, y en todo caso ya contrataría a alguna mujer que me ayudase. No podía estar muchos días ya que me incorporaría a la empresa en menos de una semana.
Provista de un cuaderno y un bolígrafo, sentada en la arena, iba trazando el esquema de los que serían mis ayudantes y asesores., teniendo también a mi lado, la carpeta con los curriculums de cada uno, que repasaba una y mil veces.  Era importante no equivocarme en la elección; me jugaba algo más que mi propio prestigio y facultades para dirigir una empresa de tal envergadura como era la nuestra. Pero, a pesar de todo, contaba con las críticas y la disconformidad.  " ¡ Qué locura !" , dirían al comprobar que iba a deshacerme de todos los componentes de la junta, gente sesuda y con experiencia y poner en su lugar a unos niñatos recién llegados, empezando por mí, claro.

  Pero ya estaba avisada y no me intimidarían.  Iría adelante con lo que me había propuesto.  Sabía que sería poco menos que una revolución, pero todas las grandes cosas comienzan con grandes cambios, y mi empresa había que ponerla al día, siguiendo la marcha de la vida pues permanecía anquilosada .  Y el plazo se agotaba y regresé de nuevo a Londres, a mi vida diaria que se había visto alterada por todo lo que tenía en mente.  Me quedaban dos días de asueto y quería vivirlos a mi aire.  Sería una especie de prueba que me había impuesto yo misma. Deseaba saber si sería capaz de desenvolverme en un círculo para el que  no estaba preparada, pero que a partir de ahora sería algo cotidiano para mi. Aprovecharía el poco tiempo que tenía para hacerlo y sería hoy, ahora mismo.

Nerviosa,  entré en el vestidor y revisé uno por uno el vestuario que tenía.  Elegí un vestido de los más elegantes  con zapatos y bolso acorde. Vestida, maquillada y con un perfume exquisito puse en mi bolso algo de dinero y la tarjeta que acaban de proveerme. Y pisando fuerte, con los hombros erguidos y segura de mi misma paré un taxi y le dí la dirección de uno de los restaurantes más exquisitos de Londres.  Comería allí,  sola,  sin nadie que me echara un capote si surgía algo.  Ya lo resolvería; tenía que acostumbrarme a tomar mis propias iniciativas.

Cuando me vi a la entrada del Sky Garden, en la City, un nudo me atenazó el estómago. Quizás fui imprudente al empezar mi propio examen picando tan alto, pero ya no podía retroceder, tenía que entrar porque si no lo hacía ahora, nunca sería capaz de hacerlo.  Además un educadísimo relaciones públicas del restaurante se acercó hacia mí para atenderme.  Noté que se extrañó un poco  cuando le dije que sería una mesa para mi sola.  Me situó en una zona ideal junto a un gran ventanal que tenía una extraordinaria vista.  Observé que alguna que otra mesa cercana a la mía, me miraba con curiosidad, porque lo cierto es que chocaba un poco:  una mujer joven, elegantemente vestida, en un restaurante exclusivo y tan solo un solo cubierto.

Me dejé aconsejar por el maitre, porque tampoco entendía de vinos y nunca había estado allí.  No tenía apetito, pero dejé que él me recomendara algo. Me sirvió un martini mientras me traían lo pedido y comencé a tranquilizarme algo, no obstante, estaba deseando que aquello terminara y salir corriendo.
A medida que la comida avanzaba  me iba relajando y hasta disfruté del lugar y de las hermosas vistas que tenía frente a mí  Ignoré  a todo mi alrededor y yo misma trataba de convencerme de que no era para tanto y que estaba perfectamente capacita para lo que estaba haciendo.  Tan inmersa estaba en mis pensamientos que no me dí cuenta de que alguien había llegado hasta mí.  Fue al girar la cabeza cuando vi que una alta figura estaba  a mi lado, de pie, quizá preguntando algo.  En un principio creí fuera el maitre ofreciéndome algún postre, pero al levantar la vista, vi con asombro que la alta figura correspondía a William Mortimer. ¿ Me espía ?, pensé de inmediato ya que eran demasiadas casualidades el encontrarnos siempre en los mismos lugares, claro, pensé después, nos movemos en los mismos círculos, ¡ lógico !
Me estaba hablando y con su clásica sonrisa, que no sabía si es que era su costumbre o es que se burlaba de mi,  al verme tan nerviosa como me ponía. Al fín presté atención y me indicaba una de las mesas en que estaba la misma mujer de la ópera, y entonces ya no tuve ninguna duda:  era su novia

Se que me estaba hablando, pero no le escuchaba, hasta que impaciente me preguntó si aceptaba ¿ Aceptar qué ? No sabía lo que me estaba ofreciendo y se me ocurrió decir que tenía que irme.  El levantó una mano al tiempo que extendía la suya para despedirse, pero retuvo la mía entre las suyas por unos instantes, sin dejar de mirarme  a los ojos.
¿ Por qué has sido tan tonta ? Mi yo interior me estaba reprochando el que me despidiera tan rápidamente. A todas luces él me invitaba a compartir su mesa con la otra persona y estaba desperdiciando una oportunidad única de entablar una conversación, aunque fuera a tres bandas, pero al menos le podría conocer mejor.  Pero no fue así, y salí del restaurante a toda prisa; había pretextado una cita inexistente a la que llegaba tarde, algo que él se dió perfecta cuenta de que no era cierta.  Al verme en la calle respiré aliviada. "Suspenso, suspenso·," repetía mi otro yo: "no has pasado la prueba.  Tienes que estar más segura, no iba a comerte "

Era algo que no entendía. Nos habíamos visto ¿ tres veces? pero me turbaba mucho delante de él. Seguramente era mi inexperiencia ante los hombres, pero alguna vez debía romper ese bloqueo, o de lo contrario seguiré sola el resto de mi vida. Traté de tranquilizarme dando un paseo antes de llegar a casa. Había hecho el ridículo más espantoso, me había mostrado como todo lo contrario que quise aparentar: seguridad en mí misma, pero la sonrisa de él, me indicaba que no lo había conseguido.

Al día siguiente me levanté malhumorada y decepcionada de mí misma.  Me encerré en mi habitación después de desayunar. Sería mi último día de asueto y  no tenía ninguna gana de repetir la experiencia del día anterior.  Unos golpes en la puerta  me avisaban de algo.  Abrí de mala gana pues me había acostumbrado, a lo largo del tiempo, a estar siempre sola y me encontraba  algo deprimida

- Señorita Beth, han traído esto para usted

Abrí la puerta intrigada y Else portaba un gran ramo de rosas blancas.

- ¿ Para mi ? Sin duda se trata de una equivocación
- No lo creo.  Eso mismo le he dicho yo al empleado de la floristería y me ha repetido el nombre y la dirección, y efectivamente son para usted

Extraje la tarjeta  y leí intrigada lo que en ella ponía. Era una letra desconocida para mí, de rasgos firmes y seguros a todas luces  corresponderían a algún hombre que no era Menzies, pues  si conocía su forma de escribir. Todo quedó aclarado en cuanto comencé a leer

Señorita Randall
Creo que ayer fui inoportuno al presentarme ante usted, le ruego disculpas.  Espero me de una oportunidad para charlar  con tranquilidad y no a saltos como lo hemos venido haciendo hasta ahora.  Le ruego me conceda la velada de esta noche para conocernos mejor. Pasaré a las siete a recogerla-   William Mortimer


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